Es admirable Ernesto. Se encerró mucho antes de que fuera oficial.

Dijo: esto va a ser una pandemia, yo me quito de en medio. Dijo: nos vemos a la vuelta del fin del mundo conocido. Dijo: no os preocupéis por mí.

Sabemos de él por la ropa colgada en el tendedero, que cambia los lunes y los jueves de cada semana. Lunes, ropa blanca. Jueves, de color.

Cómo subsiste Ernesto es un misterio. No constan pedidos online a su nombre, movimientos en su cuenta bancaria, llamadas al mercado, a la pizzería de la esquina. Audios, vídeos, mensajes de texto, ni un chiste reenviado. Claro que Ernesto no tiene sentido del humor, pero…

Lee la prensa diaria. En papel, como siempre le gustó. El Global, el Diario Montañés, el Financial times. Cada mañana desaparecen del felpudo a los pies de su puerta, aunque nadie le ha visto coger los periódicos y eso que estamos atentos. Hasta hemos establecido turnos de vigilancia.

No hay duda de que está informado. La pandemia cesó, el mundo vuelve a la normalidad. Ernesto sigue en su casa.

Siempre tuvo buen criterio.

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