Todos me evitan, se apartan de mí temerosos de que los pueda infectar. En mi presencia usan guantes de goma y mascarillas y toman múltiples medidas precautorias como lavarse las manos con un gel higienizante. Por donde yo paso no quiere pasar nadie, y por no cruzarse conmigo salen de casa solo para lo estrictamente indispensable. En la cola de los supermercados o de las farmacias toman prudencial distancia de mí. Me siento como un apestado, como un leproso al que han de confinar para siempre en un lazareto, como un cadáver ponzoñoso al que hay que enterrar cubriéndolo con cal viva. Si quiero salir de aquí, de este barrio, de esta ciudad donde todos me rehúyen no me lo permiten: las autoridades sanitarias han cerrado las fronteras vía tierra, mar y aire. Entonces qué hacer, a dónde ir. ¡Acójame usted, señor, o usted, señora! Solo necesito una de sus células para vivir.

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