Los aplausos cercaron el contorno del lugar. Las miradas se esfumaban en el horizonte al contemplar la soledad de las calles que en la distancia contenían en los andenes historias de vidas vacías y otras atiborradas de recuerdos.

En la terraza de Villa Flora, una mujer de aproximadamente 70 años tocaba la cítara. Los sonidos eran tan delicados que sublimaron el momento. El eco de las melodías le hacía de vez en cuando conmemorar su memoria de amores y de antiguas ilusiones.

El Alzheimer la había detenido en el tiempo. Hoy todo lo veía con ojos de esperanzadora nostalgia. No identificaba dónde estaba, ni reconocía a los que le prodigaban atenciones.

No sabía el nombre de las cosas, ni de las ciudades, ni de los pergaminos y mucho menos de las mujeres que en las tardes llegaban a visitarla. Les proveía con cierta desconfianza abrazos cálidos pero sin sentido. La memoria era para ella su único anhelo.

Tocaba la cítara y los aplausos que salían de distintas ventanas, hoy le recordaban su ilusión, se sentía plena y solícita artista.

No entendía como la escuchaban en todos los rincones de esta ciudadela donde tantas veces había pasado inadvertida.

Los medios de comunicación social expandieron la consigna en toda la ciudad de aplaudir a los héroes de la medicina que se esforzaban por los cuidados de los enfermos deCovid 19.

La que tocaba con suave deleite sentía que todos estos encomios festivos eran para ella. Se le figuraba la historia de su vida contenida en un momento. La música le quitaba la invisibilidad de su desmemoriada angustia.

La hija que la miraba lloraba de alegría: Pensaba: La ilusión nos arranca el miedo nos abriga la esperanza, nos devuelve la memoria y nos anima cuando todo parece perdido.

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