No deja de ser curioso que usemos máscaras ahora que el aire ha empezado por fin a ser respirable…

Desde mi confinamiento, siento pena por los enfermos y sanitarios que, luchando por su vida o por la ajena, no pueden, como yo, sentarse a ver llover, ni recuperar junto a sus hijos los juegos de la infancia, ni contactar con amigos casi olvidados, ni participar en este estado de irrealidad colectiva que flota en el aire.

Ojalá esto dure poco y el aplauso de las ocho sea solo para celebrar esta lección que, pese a todo, nos ha regalado la vida.

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