MEMORIA ENCARCELADA

Anoche te pensé tan fuerte que logré ver tu sombra en mi ventana. Solo han pasado cinco días, o seis… estoy perdiendo la cuenta. ¡Te echo de menos! Tanto que me sangra el alma si te busco en los sueños. Pero te cuelas en ellos y me regalas imágenes llenas de risas, de paseos, de música compartida, de copas que chocan brindando por la vida… Ahora, intento compartir mi rutina con tu recuerdo.

Me levanto. Lo hago temprano para estar un rato a solas. Que raro suena. Tener que buscar la soledad entre estas paredes sin sentir asfixia, o pánico, o pena. Ayer caí en ella. Las lágrimas enjuagaron mi rostro y sirvieron para desinfectar mi mente. ¡A tomar por saco el coronavirus! Está entre nosotros, lo sé. Pero no permitiré que se cuele dentro de ese espacio propio que poseo, que todos tenemos y necesitamos; en ese rincón donde soy presencia de mí misma, verdad, presente… Donde río, y canto, y bailo, y escribo… Donde la memoria pinta cuadros perfectos, llenos de colores alegres, de amarillos, rosas, verdes, azules, rojos… Mi recuerdo de ti luce el rojo más intenso, el de una rosa con pétalos de fuego. Un tono sangre, fresa, crepúsculo. Suena a jazz. Sabe a cerveza helada en copa. Viste vaqueros rotos, camisa blanca, zapatillas y sonrisa. Huele a ti. Solo a ti. El aroma es intenso pero breve. Como si pasara de prisa. Como un verso de poeta. Como las palabras que me regalas cada día, adornadas de fiesta, envueltas en papel de regalo que una vez leídas desaparecen entre la niebla que nos separa.

Desayuno, hago mis ejercicios, limpio la casa, escribo, cocino, como, descanso, escribo, contesto llamadas y mensajes, medito, escribo, salgo al balcón, aplaudo, escribo, me preparo la cena, veo las noticias, me acuesto, leo y escribo.

Y te pienso, y te siento, y te imagino, y te echo de menos a cada instante.

Me duermo. Tengo un sueño extraño: el mundo entero está confinado por culpa de un bichito parecido al de la gripe. La gente muere.

Me despierto. Séptimo día…