El mozo de la silla de ruedas.

Han ampliado nuestro vocabulario, con el coronavirus y los ERTE, nos han dado más normas y nos han hecho más vulnerables. Se acabaron las muestras de cariño, el mirar a los ojos de cerca, analizando la expresión de la cara ajena o amiga. Demasiadas cosas para aprender, mucho que olvidar, recuerdos que de momento dormirán en el tintero.

Pero si algo deseo es volverte a ver, en tu pequeño aislamiento diario, tu silla de ruedas, empujada por tu abuelo o tu madre. No se como te llamas, pese a haber cruzado algunas palabras, algunas miradas mudas (por no caer en una complacencia que quizás no deseas), pero nosotros te dimos cargo, responsable de calidad. Todo es pasado, tras ser recluidos unos días en casa, y abrirse medianamente la reclusión para unos pocos, la felicidad no es completa, pues tu no estás en tu puesto. Estarás recluido con tus ruedas entre cuatro paredes. Las calles están vacías, y a ti no te encontramos en la sombra los días calurosos, ni al sol los fríos. Mañana hormigonaremos, no será lo mismo, sin ser vistos y sin verte, al tanto de las operaciones. Nunca levantarás pilares con nosotros, ni apuntalarás nuestra jornada, con esa sonrisa que adivinamos en la distancia, pero lo velarás el grupo. Aún así, sabemos que es lo mejor para ti, ese doble aislamiento, adivinamos pasajero.

Llegaremos a la planta decimoquinta, a cubierta, y colocaremos la bandera que cada uno quiero imaginarse, simbolizando el éxito de las operaciones, sin fallecidos, sin accidentes graves, con júbilo. Llegaremos, y estarás de una u otra manera con nosotros, a pie de obra, o al pie de tu ventana. La habremos puesto juntos por todos aquellos que piensan en ganar esta batalla, los que la perdieron y por ti, compañero. Abandonaremos el edificio, pero esta vez antes de irnos te entregare un casco nuevo, el detalle que te falta para estar protegido. No estás solo, ni lo estamos… te esperamos en la próxima estructura.