Las hojas de las plantas apuntan hacia el suelo, alicaídas, me fijo mientras desayuno. Es raro, porque las regué hace poco, yo soy disciplinada, toca los martes y siempre lo hago. A ver ¿qué día es hoy? No sé dónde estará el calendario, siempre lo tengo a mano. Vaya, aquí veo la bayeta, tanto buscarla, quizás sonó el teléfono mientras limpiaba, será eso, no soporto el desorden y debajo aparece el calendario. Ven, no te escondas que no sirve de nada, estamos en marzo, hoy debe de ser viernes, viernes veinte, así que no toca regar, lo sabía, debo esperar al martes. Pero las plantas están mustias, salta a la vista, será porque hace mucho calor estos días, y no por el cambio climático, qué va, es la calefacción demasiado alta, que no sé porque tienen que poner una temperatura como si estuviéramos en el polo, seguramente por el vejestorio del cuarto, siempre con exigencias que pagamos todos. Aunque las macetas tienen humedad, debe de ser otra cosa, tal vez el aire, las plantas están tristonas, como si les faltara oxígeno. Pensándolo bien yo también noto el ambiente cargado, quizás ventilo poco la casa, tantos días recluida ya ni sé por dónde sopla el viento. Abriré la ventana, aunque no sé qué pasa hoy, no se mueve una hoja, todo tan calmo, como cuando se para el proyector y los personajes quedan detenidos cada uno con un gesto inacabado, como los habitantes de Pompeya. Y qué raro este silencio, no se ve nadie por la calle, ni pasan los coches, no sé qué pensar, parece la hora de la siesta cuando de niña vivía en el campo y se paraban hasta los relojes, todo como muerto, excepto las chicharras, que ahora resuenan en la lejanía, pero no, también estarán encerradas como yo, es una ambulancia acercándose, no sé esto me da mala espina…, bueno, a lo mejor estoy confundida y ni siquiera es viernes, volveré a mirar al calendario ¿dónde lo habré puesto ahora?
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