Han
pasado más de siete años y no sé si estás viva. En la guerra,
como en la paz, postergamos lo importante en aras de lo urgente,
depreciando incluso lo necesario. Obviamos lo esencial de la
naturaleza humana, la calidez que le da calidad a la persona. La
nobleza en los hechos y las palabras resulta superada y anulada por
el “¡sálvese el que pueda, primero yo!”, más allá de
responsabilidades y sentimientos.

Siempre
quise transmitírtelo. No lo debí hacer bien o, aunque lo oyeras, no
pudiste, no supiste o no quisiste escucharlo. En estos momentos
críticos, ignoro si seguiré viviendo ni cómo, aún cuando los
supere. Pero no quiero arrancar ningún capítulo, ni los de compatir
ni los de competir como seres salvajes hasta la ruptura y el
distanciamiento.

Esperar
cinco tonos de llamada al número de teléfono que aún conservo como
tuyo me ha permitido escuchar tu lacónico “hola”.


¿Cómo estás? Quería saber de tí, sé que estás en la zona 0 de
esta crisis tan brutal.


¿A estas alturas de la película te importa? -me has espetado.


Sí, me importa –te he respondido, encajando tu desplante. Si no,
no te habría llamado. El presente y el futuro cuentan más que el
pasado, al menos para mí. Si necesitas algo…


¡Tan sentimental, como siempre! Déjalo estar: yo ya te olvidé.
Adiós.

¡Clac!
De nuevo, la incomunicación. Dos no pueden cuando uno no quiere,
sobre todo cuando los egos siguen primando. Así me pregunto no sin
tristeza cómo será el mañana que nos aguarda.

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