-Oiga señor, lo que vayan a hacerle allá adentro, se lo hago yo por viente mil pesos- el joven de ojos grandes y cabello negro ensortijado abordó a Jaime en el parqueadero mientras el cerraba la puerta del baúl de su carro y sacaba su maletín con el computador.

No se de que hablas, le dijo Jaime a este muchacho que inevitablemente mostraba su acento melodioso venezolano.

-Usted sabe, la casa de al lado- Jaime siguió caminando nervioso con su viejo maletín. Al llegar a las escaleras del parqueadero observó como con una mujer de pelo oxigenado y raíces negras, lo miró desesperada.

-Quince mil, le dijo Laura- Con esto pagaría la pieza para dormir esa noche. Todavía le quedaba una reserva para pagar los cuatro mil del almuerzo del día. Recordó el plato de arroz gigante con caraotas que se había comido el día antes de salir huyendo de Maracaibo porque no sabía cuando volvería a comer.

-Oigan, no se a que se refieren pero solo vengo a arreglar mi computador- subió las escaleras caminando casi encima de ellos un poco asustado. Al llegar al centro comercial como de costumbre, se acercó al chico venezolano de los tintos mientras esperaba que abrieran el chuzo de los computadores.

Trató de asomarse para ver la casa de al lado al que se referian la pareja del parqueadero, pero solo divisó un lote desalojado.

Se tomó lentamente el tinto aguado e insípido sin sacarse de su mente las palabras de la venezolana ¿Qué era lo que hacían en esa casa por veinte mil pesos?

La de venezolanos del parqueadero pasaron frente a el y saludaron al muchacho de los tintos. Se sentaron en la sillas de color naranja de la cafeteria. Jaime obervaba sus movimientos. Laura sacó unas monedas del bolsillo de su jean ajustado y pidió un pan de queso. Ella notó que Jaime no le quitaba los ojos de encima. Su companero se acercó a ella y le habló secretamente al oído. En ese momento Jaime se puso nervioso y dudó si sería capaz de entar. Más que su afán que por ayudarlos, estaba ansioso de saber que eran capaz de hacerle.

Metió la mano en su pantalón, sacó un billete de veinte mil pesos y se acercó a la cafetería . -Hola, me puedo sentar, le dijo Jaime susurrándole al oido de la chica.

-Cónchale, vale, si quieres entrar a la casa, tienes que pagar allá- dijo ella.

Jaime sacó el billete arrugado de veinte mil y ella lo recibió nerviosa mirando de reojo para que no la vieran.

Toma esto es para ti, quiero entrar pero quiero que tengas esto y me digas que pasa allá y si estaré seguro.

Ella tomó su mano y caminaron los tres a la casa del frente. El muchacho de los tintos se quedó mirando como se fueron alejando y no vio a Jaime salir ese dia de la casa. Nunca más pudo venderle el café de la mañana.

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