Eusebio no quiso entrar en seminarios o cuarteles; se quedó en su pueblo, pese a una escasez aliviada con los jornales que ganabaen otras tierras que cosechaban cuando la nieve cubría sus cuatro tierras desperdigadas y había que quitar bocas antes que se agotara el puchero.

Los dineros que se traía servían para alquilar tierras y para comprarlas ovejas, cerdas y gallinas que podía alimentar.

Consuelo se fue a servir hasta que se casó con Eusebio.

Esto ocurría a principios del siglo pasado.

Ahora recuerdo con mucho cariño aquellos sabores de los que disfruté desde los 1940, hasta que murieron, primero él y luego ella.

Tenían una pequeña casa y fueron aumentando la hacienda, de manera que Eusebio no tuviera que correr a encontrar jornales.

Querían que sus hijos pudieran escoger entre quedarse o irse. Lograron: tierras y animales suficientes para alimentar a las familias que pudieran tener sus dos hijos.

El mayor, Tonio, optó por irse con el tío fraile. El pequeño, Jesús,se quedó y aumentó la hacienda.

Así ocurría en los sesentas.

La calidad de los productos era apreciada, el joven huérfano prosperó.

La agricultura española salía del “arado romano” y el mercado apreciaba la calidad de los productos de esa tierra.

Pero entró la finanza; las centrales lecheras dejaron de pagar los costes de producción, y, para instalar un puesto de entrega exigían una cantidad de litros que no producía el pueblo.

Jesús encontró, en Bilbao, un trabajo que le pagaba mejor sus horas de trabajo. Se fue, pero se quedó; su mujer, su hija y él se venían a la casa que fue de Consuelo y Eusebio en cuanto encontraban más de un día de libertad en sus trabajos. Siguieron sembrando esas delicias que saben a los difuntos que dejaron su vida para que sus hijos no se vieran obligados a irse.

Actualmente, ya jubilados, la pareja ha optado por el terruño.

Solamente quedan cuatro casas habitadas en el pueblo. Las otras doce están vacías.

Queda la cocina baja en que pasaban la vida Consuelo y Eusebio, la cuadra que estaba al lado ha sido transformada en saloncito. Ya no hay cerdos que alimentar con cocido que preparaba, con tanto cariño, durante todo el día, Consuelo.

Tampoco se curan jamones o panceta al amor de la lumbre.

La familia de Jesús no cría animales y el cerdo de la carnicería no resiste el procedimiento de la antigua usanza: se pudre.

Ya no existen los productos que hacían las delicias de los platos de Consuelo, pero la estamos recordando con lo que nos queda.

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