“Cú cú cantaba la rana. Cú cú debajo del agua. Cú cú paso un caballero. Cú cú… el anciano sentado sobre el infecundo suelo, con el cuerpo amoratado por el gélido viento, detuvo instantáneamente el canturreo para observar al tumulto acercándosele encolerizado contra aquel infeliz hombre, quien era forzado a marchar manos atadas a la espalda. El viejo sin perturbación alguna pasó revista al lote de sus famélicos perros; todos esparcidos a su alrededor sin previo orden, aletargados en la perenne ayuna. La turba enrumbó por el camino del calvario, mientras el reo trataba de escapar del disturbio para evitar el linchamiento con el que le harían pagar su error. Ultimo de aquella pléyade de ideólogos que empíricamente experimentaron hasta lograr crear, desarrollar y finalmente apuntalar una sociedad que se jactaba ante el mundo de su prosperidad, pero irremediablemente destinada a la hecatombe.

Desde los padres fundadores, todos propagaron el ideal del bienestar con total desprecio al trabajo individual como única fuente generadora de riquezas. Y cada invento generaba un nuevo problema. Como aquella explosión demográfica tras el aumento de las riquezas a través de la ingeniería genética. Propiciando un gran volumen para alimentar a aquel gentío. Después la restricción de un solo hijo por familia, más tarde la selección de los núcleos que podrían procrear. Pasado un tiempo esas leyes cayeron al olvido y las continuas guerras intestinas se encargaron de diezmar a la población. Cruenta lucha; no solo entre regiones y poblados, sino enfrentando barrio contra barrio y casa contra casa. Desarrollo colosal logrado mediante la violación de leyes, principios, profanación de religiones y un descuido total a la protección del medio ambiente, lo que fue hundiendo todo en una total putrefacción.

Hasta el anciano llegaron los alaridos de la multitud en el calvario, cerró los ojos y sintió compasión por aquel infeliz, enterrado hasta la cintura y recibiendo una andanada de piedras, Después de probados todos los métodos de ajusticiamiento conocidos, la lapidación fue el más aceptado entre la muchedumbre, así todos podrían participar activamente en la ejecución del reo.

El longevo extrajo de entre sus roídas ropas un viejo libro y leyó en voz baja.

Eclesiastés 5

10El que ama el dinero, no se hartará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad.

Terminó de pronunciar la frase y un relámpago surcó el cielo presagiando la tormenta y volvió a leer:

15Como salió del vientre de su madre, desnudo, así se vuelve, tornando como vino; y nada tuvo de su trabajo para llevar en su mano.

El cansado octogenario cerró el libro, al tiempo que comenzaba a caer aquella lluvia ácida que arrasaba la tierra y ulceraba la piel desnuda, pero convencido estaba que el final estaba muy cerca, entonces reanudo su canto.

Cú cú paso un marinero. Cú cú vendiendo romero. Cú cú le pidió un ramito. Cú cú no le quiso dar. Cú cú y se echó a llorar.

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