Mi hermano y su familia también se van. Su ausencia me irrita, me acongoja, me duele. Por más que quise persuadir ¡no te vayas!, ¡no sabes adonde ir! Aunque sus respuestas, parecían certeras, creo que ni el mismo estaba convencido. La decisión estaba tomada. Solo tuvo un hijo que al cumplir los dieciocho, se marchó. Han pasado cuatro años, ni una noticia de él. Siempre se preguntaba ¿no lo preparé para que crezca y tome sus propias decisiones? ¿Acaso la falta de compañía –hermanos-, fue motivo del disgusto con nosotros? ¿Qué oportunidades no encontró en nuestro pueblo?
La oportunidad más notoria para los residentes, era la uva. Décadas se habían sembrado, generaciones se encargaron de elaborar ese vino tinto glamoroso. El volumen no aumentaba, bien requerido para los gustos exquisitos, que en muchas ocasiones, venían, degustaban y se llevaban botellas por doquier. Una cantidad fija por año. Era el motor económico del pueblo, la mayoría -sino todas- de actividades se desarrollaban alrededor de ella. Desde niños, degustaban este producto. El sabor impregnado en sus sentidos, iba haciendo historia. Las familias no debían crecer demasiado, a pesar de no haber establecido algún control de natalidad, se propusieron tener vástagos como máximo dos. Si son niña y niño mejor. La posta la tomarían. Eran reemplazo de las generaciones antiguas.
Hace algún tiempo, se empezó a notar cierto desanimo. No se trabajaba igual, las cosechas de las uvas habían dejado de ser una fiesta. Ya no se cortaba con delicadeza los racimos. Estos tenían que caer y punto. Incluso el tratamiento de las plagas de insectos, habían perdido su rigurosidad al controlarlos. Me preocupaba esto, haciéndoselos notar, teniendo muchas veces que discutir y gritar ¡quieren matar a la gallina de los huevos de oro! ¡No se enteran que es la fuente principal de nuestro ingreso! ò ¿quieren confabularse con las plagas, para tomar la decisión de dejar las uvas? Llegaba como una sinfonía de batalla para estar alertas, reaccionar. No querían escuchar.
Los jóvenes que no eran muchos, se marchaban en busca de nuevos horizontes, a las grandes urbes. No querían respirar más en este lugar, el aire lo sentían muy pesado. Posiblemente hubieran preferido una catástrofe natural, un huracán, un terremoto, que desaparezca de una sola vez nuestro pueblo. Era un reclamo hacia nosotros, los que debíamos quedarnos. Regresaran, de eso estoy seguro, con un ramo de flores que los colocaran al pie de nuestro epitafio:
Muchas veces nos quisimos,
aquí nos adoramos,
nos protegimos,
crecimos.
Interrumpir, es un derecho
de muchos, de pocos, de uno.
Buscar otros cariños, no se niega.
Volver no es cobardía,
es recordar la envoltura de la fruta no prohibida,
es sentirla en nuestros cuerpos,
crecimos con ella.
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