Mayo del ’93. El Presidio Hidalgo

A quien se encuentre leyendo esto, ¡Corra! no mire atrás el Ocotochtli acecha, sigiloso, amigo del viento que le lleva los olores de sus víctimas, paciente, esperando la caída del sol, hora favorita para alimentarse, su rugido, una terrorífica melodía de sonidos macabros, dan la advertencia de salida, como si de un juego de niños se tratase, corre y escóndete que va por ti.

¿Qué mejor tema para mi reportaje que venir al Presidio? Lugar enigmático clavado en el centro de lo que los hidalguenses llaman el Valle del Mezquital. Motivado por la emoción de conocer místico sitio donde Pancho Villa y sus insurgentes llevaban a los presos. Valle rodeado de cerros, monte boscoso, escondite perfecto para la causa revolucionaria. Sentencia de muerte segura a prisioneros capturados con destino al presidio de la región. Bien conocido era por todos, quien entraba no salía jamás. Lenguas hablaban (aún lo hacen) terrorífica bestia mitad hombre mitad ocelote señor de los montes verdugo vil con fallo de muerte a cualquiera que pisara el presidio.

Pasados los años algunos prefirieron perpetuarse en maldita localidad, estableciendo sus chozas hechas con varas y troncos; cocinas, cuartos, lugares de reunión, todas iguales, herencia para los vástagos que formarían nuevas generaciones. En contra de dificultades por vivir en un lugar con tierra infértil para la cosecha, clima desolador para animales, hubo quien se negara a salir de ahí. Dos días de distancia a caballo costaba llevar alimentos a la región, cosa que se hizo costumbre.

Ahora pueblo fantasma, imposible llegar en auto, una mula me llevó al lugar, calles abandonadas, chozas de madera que aun cuentan su historia, otras más, las nuevas, de ladrillos de lodo y paja, debieron ser albergue de los más importantes moradores. Polvo árido de un lugar lleno de árboles, una cruz, enigmático adorno a la entrada de una casa, inscrito más que un epitafio, una advertencia, “Por no poner pies en polvorosa”.

Bien lo advirtieron en el pueblo donde conseguí la mula, cuidado deben tener los aventurados al querer entrar en terruños que pertenecen al diablo. Se dice de quienes habitaron el presidio, se fueron a los Estados Unidos a probar suerte uno por uno, poco a poco, cual gota de agua, así, hasta quedar vacío, otros lo atañen a pozos secos; sin agua ningún animal ni persona andaría dos días por los montes. Ahora sé que no es verdad la razón es otra, las leyendas resultaron ciertas, quien entra no regresa, lugar maldito dominado por el Ocotochtli patrono de llanos y montes, y ahora esta hambriento.

Los rugidos me desgarran el alma. Escondido en una choza, es cuestión de tiempo antes de ser descubierto, o muera sediento, de cualquier manera soy un cadáver. Ocotochtli, hambre, sed, ¡el maldito calor! uno o todos juntos, todas razones de peso para dejar el Presidio perdido en el tiempo, perdido en algún lugar del Valle del Mezquital, lugar dónde el sufrimiento y el castigo son antesala del infierno.

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