-No es una caravana de emigrantes, es un éxodo ilegal y desorganizado, cuajado de delincuentes y terroristas, llenos de maldad y de las buenas costumbres- Dijo Don Porfirio, un adulto mayor, regordete y sonrojado, quien yacía columpiándose plácidamente en su mecedora, mientras observaba por la televisión las últimas noticias que reportaban sobre aquella masa de personas que viajaban en grupo, intempestivamente, por aquel lugar que no era el suyo.

– Estoy de acuerdo, no son como nosotros, por qué nadie hace nada, deberían arriarlos y devolverlos por donde vinieron- le respondió furiosa, su esposa, Doña Mariquita -aquí no caben-.

-Si yo fuera la autoridad, mujer, te aseguro que nada de eso sucedería, me conoces y sabes que soy muy estricto con la ley- resoplo Don Porfirio.

-Y a ahora que lo recuerdo, ya te habló tu sobrino, cómo le está yendo- cuestionó Mariquita.

-No muy bien, ya sabes se ponen muy exigentes, qué si traes tus papeles, que dónde estudiaste, que si esto, que si lo otro-.

-Payasos, todavía que van a trabajar honradamente se ponen así- Refunfuño Mariquita y prosiguió -Hubiera preferido que se quedara aquí, ya ves…, el pueblo se ha quedado vacío, ya casi no hay niños-

-Mi sobrino no es un niño- le espetó su esposo.

-Para mí siempre lo será, extraño las calles llenas de gente por las tardes, las reuniones familiares cada fin de semana, el olor a comida que escapaba por cada casa y hasta los gritos y argüendes de nuestros vecinos- dijo melancólica Mariquita.

-Yo también, pero ni modo, la falta de oportunidades aquí, nos va despoblando, pronto este lugar será un fantasma, ya no hay quién are los campos, ni atienda nada-.

-Ojalá fueran más flexibles con los que se van de sus pueblos, nadie abandona su lugar de origen a menos que sea por algo bueno o por algo muy malo, atrás se queda todo…- reflexionó Mariquita en voz alta.

Don y Doña guardaron brevemente silencio, uno que decía mil palabras sin pronunciar ninguna, el dolor de la soledad y la nostalgia los abrazo y el sobrecogimiento los hizo reaccionar.

– Y míralos parecen animales, ¡regresen a sus casas!, malditos usurpadores de empleos- gruño Don Porfirio intentando pasar el anterior mal momento, mientras continuaba observando y regañando al televisor.

– Cómo se atreven, canallas, regresen a todos esos ilegales…- vituperó su esposa.

FIN

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