Un rincón en el olvido

Un rincón en el olvido

Andrea

25/10/2018

Un rincón en el olvido

Hoy el sol se ha escondido de nuevo, rezagado tras la colina. Me despido de él cada día como si fuera el último. He contemplado el atardecer desde este lugar millones de veces, no sabría decirte exactamente cuántas. Ya he cumplido ochenta y siete años y mi memoria me juega muchas veces malas pasadas. Sin embargo, hay recuerdos de mi niñez que se mantienen frescos e inalterables en mi mente.

Los años pasan para todos, y pesan. Pero pesan mucho más para un pueblo como el mío, ya convertido en aldea. Oigo las voces en mi memoria, los murmullos de la gente en la plaza, los niños corriendo, los domingos en la iglesia; voces que han quedado enmudecidas por el paso del tiempo.

Este siempre ha sido un pueblo pequeño, pero hace años (tal y como yo lo recuerdo) estaba vivo, vibrante. Hoy, sin embargo, nada más quedamos cuatro gatos moribundos, aferrados a la tierra que nos vio nacer. Los demás solo tienen un vago recuerdo de aquel pueblucho en el que pasaron parte de su infancia, ya que es la gran ciudad la que les da trabajo y hogar.

Las casas se caen a pedazos, abandonadas desde hace décadas, y ya no hay niños jugando por las calles. El día que cerraron la escuela y los maestros se fueron, el alma de este pueblo se fue con ellos.

Yo también podría haberme marchado, no era tan viejo por aquél entonces. Pero cómo iba a dejar un lugar que me había hecho tan feliz. Conozco como la palma de mi mano, todos y cada uno de los montes de esta región. Aprendí a guardar las cabras con doce años, como lo hacía mi abuelo, y el pastoreo fue mi oficio durante toda mi vida. No podría haber cambiado el monte por las fábricas. De ninguna manera.

Sin embargo, no ha sido fácil. La soledad no es una buena compañera para convivir. Hay días que parece que no acaben nunca, y otros que terminan como si nunca hubieran existido. La mayor parte del tiempo no tengo nada que contar y lo peor de todo es que tampoco hay nadie que me escuche.

Siento un enorme vacío cada vez que alguien se marcha de aquí para no volver. Pienso que algún día no muy lejano ya no quedará ninguna persona más para marcharse. Lo único que puedo hacer es asomarme a la ventana al atardecer y observar mi amado pueblo, derruido y olvidado. A estas alturas, yo ya no puedo cambiar el destino de este lugar. Este pequeño rincón en el olvido se desvanece y yo prefiero no estar aquí para verlo.

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