La noche dejaba escuchar el rumor del mar que con sus olas hacía danzar las barcazas en las orillas del vetusto muelle desorganizando las estrellas en el agua azulosa que al repicar contra los carcomidos tablones mágicamente se transformaba en espuma para distorsionar la luna que daba su luz plateada a una fila de Camorán grande instalados sobre la mura de estribor de las barcazas.

Llegué con las sombras, quería algunas fotografías para la revista Trazos y me senté junto a Juan; anciano moreno quien en sus ojos tristes parecía evocar la libertad raída de Angola o Mozambique.

Qué bueno que ya esté aquí – dijo, y continuó – porque la historia que tengo que contarle, no resiste la luz del sol, es negra y permanece en la oscuridad.

Tiene usted la palabra, susurré con cariño y profundo respeto.

No sé si lo sabe, existe la cosecha de la sal, pues a pesar de que todo el tiempo estamos recogiéndola de la playa cada dos meses hay mayor abundancia… eran con la mía doscientas familias que de ella vivíamos y éramos, así usted no lo crea ¡Felices!… recolectábamos, empacábamos, cargábamos las barcazas y muchos nos íbamos con ellas hasta San Juan en donde estaban los camiones que la distribuían por la región…en esa ciudad comprábamos insumos inexistentes en el pueblo y regresábamos contentos… pero nada es eterno; un día arrimo un hombre llamado Kyle al que apodaban White Cowboy quien reunió a los propietarios de las barcazas y les explicó como en su país manejaban el negocio… de los diez que acudieron cinco aceptaron, que el tal Cowboy les facilitara una enorme cantidad de dinero con un interés descomunal; lo que al poco tiempo se hizo impagable y fueron despojados de sus propiedades.

Qué hicieron entonces – Pregunté-

Se convirtieron en cargadores de bultos. – Dijo con tristeza. – Guardé silencio y él continuó.

El famoso Kyle… lo que nosotros jamás hubiéramos pensado, no conducía las barcazas con la sal a donde nos agurdaban los camiones, sino hasta un apartado en donde lo esperaban indígenas de una pequeña tribu, que descargaba el producto y lo llevaba en hombros, reduciendo así el costo, en un treinta por ciento… luego trajo a los indígenas hasta las salinas desplazando con esta acción a los trabajadores de siempre, pero logrando mayores ganancias.

Era un ser sin escrúpulos – acoté rabioso –.

Bonita frase tiene usted para referirse al demonio…porque Kile Lucifer trasladó desde su país maquinas recolectoras que terminaron desplazando la mano de obra casi por completo, destruyendo la solidaridad, la convivencia en libertad y la soberanía de los seres. Por eso querido amigo, en el pueblo solo se escucha el ruido de máquinas, en noche como está el mar gimiendo su soledad y quienes aquí quedamos, sobrevivimos bordeando la desesperanza, contemplando el silencioso vacío de las calles por las que corren en tardes estivales manojos de ramas secas en forma de ovillo impulsadas por la brisa que entona el melancólico canto del destierro.

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