Como todos los años, Javiera pasó las vacaciones en la hacienda de su abuelo. Ubicada cerca del lago y flanqueada por el bosque que descendía suavemente por las faldas del sector montañoso. Era un lugar ideal para cualquiera que necesitara paz, que amara la naturaleza o quisiera huir del mundanal ruido para un merecido descanso.
Javiera había replanteado su vida después de un complejo divorcio.
La parte espiritual asomó con fuerza sin que ella lo hubiese buscado. Sus emociones y sentimientos que siempre controló, ahora los dejaba volar libres y sin censura. Y esta libertad le permitió disfrutar la vida de una manera insospechada.
En ese agradable atardecer decidió internarse en el bosque. Caminó descalza disfrutando el trinar de las aves, el murmullo insistente de pequeños insectos y del viento cálido que acariciaba cada rama de la generosa vegetación que la rodeaba.
Se detuvo frente al gigantesco árbol que parecía haber vivido por siempre en ese lugar.
Sintió la imperiosa necesidad de abrazarlo. Así lo hizo mientras su voz temblorosa le susurraba.
─Perdona la estupidez de los moradores de este mundo, perdona por todo el daño que han hecho a tus hermanos. Hoy me acercó a ti con paz en mi corazón.
Quisiera que compartieras conmigo tus viejas historias. La de aquellos niños que trepaban por tus ramas, de todos los nidos que cobijaste en tu regazo, de aquellos enamorados que se protegieron de la lluvia y se juraron amor eterno tatuando sus nombres en tu piel.
Miró la magnificencia del árbol y con humildad continuó.
─Hoy te hago una promesa. Cuando muera, mis restos serán enterrados a los pies de tus raíces. Sé que junto a ti descansaré en paz.
Los años pasaron con la velocidad de un rayo cruzando el firmamento.
Javiera sintió el llamado de la poderosa muerte. Su hija la llevó en su silla de ruedas a la sombra del arcaico árbol.
Se vio a si misma joven otra vez.
─Hola viejo amigo, he venido a cumplir mi promesa, pronto seré parte de ti. Quiero que sepas que no tengo miedo, sé que me cuidarás.
Sintió la mano de su hija que apretaba con fuerza su hombro. La miró con lentitud, con temor, y vio en sus ojos culpa.
Puso su mano sobre la de ella con suavidad, la miró con compasión, sin reproche ni condena, solo amándola. Quería dejar este mundo con esa sensación en su corazón.
Respiró con profundidad un par de veces para que se quedara en su memoria para siempre ese agradable olor a hierba y bosque.
Por última vez se dirigió al vetusto árbol.
─ Perdona la estupidez de los moradores de este mundo, perdona por todo el daño que le harán a tus hermanos.
Javiera fue sepultada en el cementerio del pueblo y donde antes hubo un milenario bosque hoy existe un magnifico resort donde cualquiera que necesite paz, que ame la naturaleza o desee huir del mundanal ruido, puede hacerlo por unos cuantos dólares.
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