El personaje protagonista del cuento que no comencé a escribir, tiene setenta y pico de años, vive en una aldea fantasmal y después que falleció su esposa Angela, se dedica a coleccionar piedras. Los irrisorios moradores del lugar, dicen que está un poco majareta. Su piel ha desarrollado una psoriasis que va dejando una intensa nevada por toda la casa y la cercanía del río, donde me lo imagino intentando descubrir un pedrusco diferente, con el aire distraído que adquieren los coleccionistas. O lo imagino escuchando una alegre música antigua, tratando que su sordera descifre las letras, con la misma insistencia que un ciego golpea su bastón en el borde de la acera.

Porque el personaje protagonista del cuento que no comencé a escribir, le encanta decirse incoherencias o tonterías en voz alta, solo para reírse de lo que dice. Lo imagino huesudo, encorvado, aunque a veces por su ágil andar entre las piedras, cualquiera diría que practicó deportes en su juventud. De momento, diré que es el resultado del abandono de un contexto familiar y que se llama Dalmacio y que es muy parecido a un anciano amigo de mi padre, camuflado en el aspecto de otros viejos que viven en la misma aldea silenciosa.

Sin embargo debo aclarar que en el otro cuento que escribí, no aparece ningún Dalmacio puesto que el verdadero que habita en aquella aldea casi deshabitada, le prohibió a mi padre que hablara de él, «¿para qué contar mi vida aquí, si nadie, ni la familia, ni las autoridades se acuerdan de nosotros?».

Además, en el otro cuento que escribí, los acontecimientos que involucran al protagonista principal, dan una imagen desoladora y amarga. Todos estos datos no vienen a cuento pero me servirán para escribir el cuento que no comencé a escribir, donde el final será diferente, porque a mi los finales trágicos me dejan mal. No se ustedes lectores que pensaran pero me da igual que a Dalmacio, cuando mi padre le pregunto si realmente no le importaba que yo no contara una historia sobre el silencio de su olvidado terruño.

Y antes que comience a escribir el cuento que todavía no escribí, me imagino a Dalmacio diciendo «hace mucho tiempo que no me doy un gusto» y bañarse en pleno invierno en pelotas en el río, echándose agua por el cuerpo, riéndose de su psoriaris rosada.

Entonces ya no recordaré al protagonista del cuento que escribí como recuerdo que ayer acompañe a mi padre al desolado entierro de Dalmacio, mientras entre cuatro testigos arrojábamos tierra a su fatal pulmonía y pensé, esto lo tengo que escribir, bien o mal, alegre o triste y, cuando termine el cuento que aún no comencé a escribir, entenderé de qué va la historia.

O tal vez sea lo mejor para todos los Dalmacios y Angelas que viven en los pueblos abandonados, este mismo relato disfrazado que acabo de escribir, porque a Dalmacio también le hubiera gustado otro final.

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