El aliento del diablo

El aliento del diablo

Daniel Martinez

18/10/2018

Salí, respiré. La lluvia me envolvía. Las gotas de agua corrían por los dedos de una vieja sentada en un banco que sonreía sin sus dientes. Tenía la cabeza bajo un paraguas fatigado de espacios por donde caían silencios grasientos. Los caballos del diablo galopan por esta calle Quevediana. Algunos chicos levantaban los mendrugos que iban cayendo de un carro desvencijado tirado por un burro muerto de hambre. El olor a orín era como una bocina resonando en las narices. Un pedazo de sangre se deslizaba hacia una alcantarilla, tal vez de alguna pelea de la noche anterior. Borrachos parados contra los árboles meándose los pantalones. Alguna mujer de la noche se recostaba en la entrada de un inquilinato mostrando sus tetas, otras dejaban colgar por debajo de una remera muy pequeña su abultado abdomen. El mundo entero se estaba apestando. Esta calle era una canción fúnebre. Seguí caminando. Iba y venía sin rumbo. Tome el tren, a ningún sitio. El vagón era el gran estomago henchido de comida para el fisco. Entonces, regreso a la casa, destapo una cerveza y busco tus ojos que no están. Pienso que son las 4 de la mañana y que dentro de un par de horas tengo que salir hacia el trabajo. En el departamento de al lado todavía es domingo. La mañana de hoy va a tener poca luz, es un espasmo. Un concierto, donde los dedos del diablo son largos y finos como los de un pianista.

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