Soledad y Silencio

Soledad y Silencio

Vidal muñoz

07/10/2018

Por la ventanilla, nubes y sombras sobre los campos ahora lustrosos tras las lluvias del invierno. Grandes charcas a los lados de la carretera en las que se ven algunos patos y se adivinan coros de ranas al atardecer.

Vacas y ovejas felices por la abundancia de un invierno generoso rumian con parsimonia ajenas a su destino.

Corros de flores amarillas y amapolas ponen el contrapunto a este discurrir verdoso que parece no tener fin.

En un mes, los cereales estarán crecidos y el campo será un mar de espigas meciéndose al antojo de las brisas. En dos, estarán listos para la recogida, en tres esto será un secarral que hasta los lagartos querrán irse de aquí y los milanos no se atreverán a volar las horas del mediodía.

Esta tierra de contrastes es bella y dura, los de aquí son gente sobria, dicen los de fuera.

En un corral, un burro cobrizo nos mira con curiosidad al pasar, vestigio anacrónico de otra época, cuando la fuerza animal era el motor de la economía del país, extraviado en esta quién sabe por que razones.

Y también mucho adobe aún por esta Castilla profunda, testigo de una posguerra de hambre y rencores.

Campanarios y depósitos de agua compiten en las alturas por ser los caseros elegantes de las cigüeñas y abajo los destartalados palomares se conforman con ser los alojamientos pobres de algún pájaro desorientado.

Entramos en zona de cerros, oteros de arena y piedra a los que el verde no se atreve a subir, solo algunos pinos sueltos sin ninguna complicidad gregaria han osado establecerse en estas laderas inhóspitas.
Abajo, las torres de alta tensión miran impávidas al infinito.

Al llegar, un perro me da la bienvenida con tal indiferencia que apenas se aprecia el leve movimiento de una de sus orejas. Mi presencia le resbala, seguirá ahí despanzurrado en medio de la calle hasta que el sol le caliente tanto las pelotas que no tenga más remedio que juntar fuerzas para levantarse y buscar otra sombra.
Una mujer de edad indefinida barre la acera tan lenta y concienzudamente que parece que fuera esta su única tarea para el día.
En las ventanas, nadie. Y más arriba, dos nubes que han perdido el rumbo parecen clavadas al azul del cielo.
Una paloma pone banda sonora a la escena con un desganado arrullo y una gata preñada persigue a un perro de tres patas hasta perderse entre las ruinas de una casa hundida.
El tiempo en este lugar, más que haberse detenido, parece no haber pasado por aquí. Son las primeras horas de un día de Junio y es el momento de más actividad. Dentro de poco a este pueblo lo aplastará el sol del mediodía y dejará de existir hasta para el satélite del Googlemaps.
Estas son tierras donde la TDT e Internet brincan tanto como los gorriones, y las subvenciones se pierden en los baches de las carreteras. Son las tierras más pobres del páramo castellano.

Es Tierra de Campos.

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