El ojo del lagarto nocturno

El ojo del lagarto nocturno

Te recordaba ensayando rimas, moviéndote al ritmo del rap. El duelo se realizaría en una de las muchas fábricas abandonadas. Esa noche era tibia, limpia, pura e inocente: era una noche joven, tus rimas no. Añejas, violentas, evocando naufragios y sus restos; al fuego, sangre derramada, refugios abandonados repletos de ratas, bichos e inmundicias. Estabas lleno de rabia y lleno de amor. Llorando me dijiste al oído: Es una lucha a muerte, baby nadie saldrá vivo. Caeremos inapelablemente vencidos en una noche tibia y joven, derrotados. Al expirar nuestro enemigo se detendrá nos aplaudirá de pie y dirá:¡pero que rivales tuve!¡que coraje exhibieron!¡que bravura! y esa baby, será nuestra única gloria.

Mi corazón recordó a esos poetas franceses. Durante las mañanas observaba como los rayos de luz penetraban los agujeros de nuestro techo. Se quedaban jugueteando con los restos de polvo que se levantaban al mover las frazadas iluminando una mancha de aceite deshaciéndose en los colores primordiales. Era refrescante abrir las persianas sentir el viento que llegaba con los ruidos de la ciudad batallando por subsistir. La gente había perdido la esperanza con una sonrisa de seguridad en sus rostros: Ya nada podría ser peor. Todo estaba en tus rimas que ensayabas a la luz de la fogata como un guerrero africano preparándose para la batalla final donde nos jugaríamos todo o nada. Era nuestra apuesta para arreglar el Cadillac, irnos hacia cualquier parte, mientras desde tu hombro vería alejarse las luces de la ciudad, apagándose como despedida, mientras el calor de tu brazo me envuelve en un sopor de borrachera.

De tu mano, íbamos tan rápido que cortábamos la noche, volábamos sobre los techos que se derrumbaban apenas pasábamos. Los edificios grises se volvían coloridos, las estrellas no eran puntos lejanos y separados entre sí; eran conjuntos, entidades que vivían unidas a una sola alma infinita. El éxtasis, repetía incesantemente mi corazón, el río y la fuente del ser. Era uno con lo inefable. Tu un Dios, yo un espíritu que te continuaba. Sin forma. Todo mi peso volvió cuando dijiste: aquí es. Envejecí de repente, caí de rodillas exhausta como si hubiese vivido mil años en cautiverio. Estábamos en la entrada de la fábrica, tres figuras que reconocí nos miraban como si fuésemos sobrevivientes de una guerra: Eran los poetas franceses. Entramos sin miedo para descubrir que no había nada a excepción de una pirámide construida con los escombros de las paredes y del techo, sobre ella se deformaban los rayos de luna. El éxtasis, el río y la fuente del ser, repetía mi corazón en un estallido de felicidad iluminando toda la fábrica y toda la ciudad. Comprendí entonces que habíamos caído en la trampa. Aquí es, aquí es, repetías en un murmullo perdido entre el viento y los aullidos de los perros de la noche que se encontraban desamparados y hambrientos. Estábamos solos, sucios, harapientos. Estábamos perdidos, es verdad, pero estábamos vivos.

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