De cómo una palabra me encontró a mí… y ahora te buscamos

De cómo una palabra me encontró a mí… y ahora te buscamos

Este rincón blanco cobra sentido por ti, para ti.

Porque si tú no estuvieras ahí, todo esto no existiría. No tendría sentido. Solo serían letras colocadas una detrás de la otra, sobre el papel, plasmadas ordenadamente, con forma de palabra, o de frase, o de párrafo. Pero no tendrían una textura, un ritmo. Esa sucesión de caracteres nunca compondrían una tela o un cuadro, no provocarían emociones, nunca encarnarían a una persona o sentimiento, ni tampoco a un objeto. No serían nada. Puede que los signos pasaran de puntillas, como si desfilaran sobre una pasarela o en una marcha silenciosa. Pero nunca podrían tener vida.

Desde aquí solo puedo intentar atraparte, hacer que te sientas cómodo, que sigas adelante. Tratar de cautivarte para que degustes aquello a lo que te invito. Puedo estar horas y horas, días, semanas, incluso meses o años para dar con una clave que te haga disfrutar, que te impulse a pensar o a llorar… pero, sobre todo, pulsar una tecla que te seduzca, que te incite a descubrir su naturaleza. Tú eres quien llenará mi propuesta de alma.

Una vez conocí a una palabra que se había quedado sin destinatario. Esa palabra, muy hermosa en su forma, tenía todo lo que a priori podría necesitar para ser feliz. Pero ocurría que estaba desesperada, no encontraba orientación, no se sentía cómoda en el mundo. Aunque gramaticalmente, ortográficamente, era una palabra perfecta, redonda, aunque en apariencia era bella… no hallaba la felicidad que deseaba. Porque, en el fondo, la palabra no tenía valor. No podía ser ni inspiración, ni creatividad. Ni una escultura, ni una melodía, ni una sonrisa, ni una pintura, ni siquiera algo tan simple como un lápiz o un pincel. No era eso, ni ninguna otra cosa.

El vocablo había sido concebido con plena ilusión, le habían dado la oportunidad de salir al mundo, de conocer lugares, de sugerir o insinuar. Lo habían deletreado a la perfección, lo habían escrito -o solamente lo había dicho, lo cierto es que no lo recuerdo bien-, tenía una grafía, incluso un significado… pero sucedía que esta palabra no encontraba receptor. Estaba sola en el universo. Y esa situación le causaba un desasosiego vital, un vacío interior que no podía llenar. Porque, la palabra lo sabía bien, no era nada. No iluminaba, ni podía improvisar, ni actuaba por vocación. No estimulaba ni entusiasmaba. Ni siquiera provocaba asco o rechazo o tristeza.

Físicamente, nuestra palabra no tenía a qué agarrarse, ni hacia dónde dirigir sus pensamientos, no encontraba a nadie con quien intimar. Daba vueltas y vueltas sobre sí misma, giraba y se balanceaba, se ponía del revés, daba saltos, iba hacia arriba y hacia abajo y también de delante a atrás… Pero seguía inexistente, pues no tenía a quién cortejar. Era un auténtico sinsentido.

Consciente de su limitación, la palabra vacía decidió ir más allá. Cogió unas pocas pertenencias y se echó una mochila a los hombros para comenzar un largo viaje en busca de la felicidad añorada. Me iré con lo justo, pensó la pobre palabra. No sé si mi viaje durará mucho o poco, pero tampoco dejo mucho atrás. No sé cuándo encontraré alguien con quien encaje. Pero de una cosa estoy segura: no pararé hasta encontrarlo, se dijo.

La palabra emprendió su marcha, al principio muy ilusionada, luego el cansancio fue haciendo mella en su moral. A veces caminaba alegre, otras veces le invadía la desesperación.

Durante su viaje, la palabra visitó lugares insólitos, probó comidas exquisitas, disfrutó de puestas de sol y de playas preciosas. Escuchó músicas maravillosas, se deleitó con hermosas pinturas, se entristeció con imágenes horribles y también tuvo muchísimos momentos grises de tremendo aburrimiento. Pero seguía sin encontrar su sitio.

Hasta que un mes de mayo, en una mañana primaveral, esa palabra y yo cruzamos nuestros destinos.

Fue de forma casual, como ocurren muchas de las cosas interesantes en la vida. Aquel día me levanté temprano y me acerqué al quiosco de la esquina para comprar el periódico, tal y como acostumbro a hacer. No me queda su periódico habitual, me dijo el quiosquero, se puede llevar este otro. Pues sí, pensé, cualquiera vale, me apetece leer un rato y disfrutar del diario con un café con leche, sentado en una terraza. Y así lo hice.

Acababa de empezar mi lectura cuando la palabra me encontró. O yo la encontré a ella, vaya usted a saber.

En cuanto nos tropezarnos, ella se cargó de fuerza, se inundó de significado, entró de lleno en el ámbito de las ideas, de los sentidos, de las personas, de lo que tiene forma o sentimiento o materia o color. Se convirtió, de pronto, en imaginación, en luz, en musa.

Y desde entonces, nuestra palabra fue lo que siempre había querido ser. O más bien, recuperó aquello de lo que nunca le debieron privar: su significado.

La viajera estaba terriblemente contenta, muchas gracias por haberme sacado del limbo, me dijo. He hecho un largo viaje para encontrarte, pero ha merecido la pena. Por fin seré feliz, contigo o con otros que me interpreten.

Dado el éxito con esta palabra, busqué otra que se llevara bien con la primera y las junté. Y luego otra, y otra y otra. Y ese grupo de palabras formaron una frase, y luego se configuraron en un párrafo, y más tarde se animaron y armaron un cuento.

Entonces decidimos tomar juntos una nueva senda. Intentaríamos trazar un recorrido de ideas, también de ritmo y equilibrio, de originalidad. Exploraríamos el camino que nos llevara hacia ese difícil territorio de la insinuación, del magnetismo, el encantamiento. Trataríamos de llegar a ese extraño lugar a través de la belleza, de la creatividad…pero también, pensamos entonces, podríamos alcanzarlo mediante la nostalgia, la rabia, la angustia o el miedo. Alguna emoción, fuerte o débil, pero emoción, al fin y al cabo. Y, una vez allí, buscaríamos atraerte, avanzar juntos, seducirte.

Unas semanas después de iniciar nuestra aventura, te encontré a ti. Y aquí estamos, contentos de que estés ahí tejiendo palabra con palabra, frase con frase.

Ahora solo queda que entre todos consigamos engancharte, que tu paseo sea agradable, que te encuentres motivado, en calma, satisfecho.

Que te quedes hasta el final.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

Crítica del jurado

I. Este texto habla sobre el proceso creativo del escritor, sobre la necesidad de perseguir a una palabra exacta, única, personal. Y luego a otra, y luego una frase… La voz narrativa es tan amable, cálida e hipnótica que el lector se siente bien acompañado a lo largo de un viaje más que placentero, hasta llegar a esa frase final tan sencillamente justa.

II. Nos sentimos tan identificados con esta voz aquellos que dedicamos parte de nuestros días a la escritura. Esa búsqueda inútil de la perfección, ese agotarte en las palabras. Muy bien.

OPINIONES Y COMENTARIOS