Romualdo sale todas las noches a dar un paseo con Roco, su perro. Aquella noche de octubre no fue una excepción. Como de costumbre, recorrió con Roco su camino por el barrio, siempre el mismo. Salir del portal, girar a la derecha, dos manzanas hacia el norte, dos hacia el este, dos hacia el sur, girar a la derecha y vuelta a casa. El paseo solamente se demoraba por las paradas obligadas de Roco junto a un árbol, una cañería bajante o la rueda de un coche aparcado junto a la acera. Pero aquel viernes, justo antes de girar hacia el sur, mientras esperaba a que Roco terminara, vio en el suelo, unos metros más adelante, una pequeña libreta abierta, con las páginas boca abajo.

Desde que se separó de su mujer, hace ya varios años, Romualdo vive solo en un apartamento del centro. Como no tuvieron hijos y los pocos amigos que le quedaban los había ido perdiendo, pocas cosas podían interrumpir su vida tranquila, pacífica y solitaria. Ni siquiera le gusta hablar con los vecinos ni con otros paseantes de perros. Aparte de Roco, su vida gira en torno a su trabajo, una increíble colección de discos de música clásica y la televisión. Eso es todo.

Por eso, por no romper su rutina, por no complicarse su vida solitaria pero segura, ignoró haber visto la libreta. Así que, cuando Roco hubo terminado, siguió su camino, como siempre, hacia la paz de su apartamento. Veinte metros después, un impulso desconocido para él, le hizo volver sobre sus pasos y recogerla del suelo. Ni él mismo sabía por qué lo había hecho. Quizás que no parecía una libreta normal, quizás que las tapas eran de piel, quizás su curiosidad por ver qué tenía dentro, quizás el hecho de que era la primera vez que se encontraba algo inusual en sus paseos diarios, siempre iguales.

Cuando llegó al apartamento cerró con llave la puerta, una rutina más, y fue directo al sofá del salón. Abrió la libreta y resultó ser una especie de agenda. En la primera página pudo descubrir que el nombre del dueño era Miguel Ángel pero ningún dato más encontró sobre él. En cada una de las páginas siguientes, aparecía el nombre de una persona junto a un número de teléfono y una fecha. Cristina, 914559821, 2 de febrero. Ramón, 606239717, 7 de marzo. Alberto, 952847511, 12 de agosto. Y así sucesivamente hasta 87 páginas con 87 nombres, todos con su número y su fecha al lado.

Los nombres no parecían tener un orden concreto, ni alfabético, ni numérico, ni temporal. Tampoco venían los apellidos. Supuso que eran amigos o conocidos de Miguel Ángel y que las fechas serían las de sus cumpleaños. Poco más se podía saber. Dejó la libreta sobre la cómoda de la entrada y se fue a dormir.

En general, Romualdo dormía bien pero esa noche se despertó poco después de las cuatro de la mañana pensando en Miguel Ángel y en la libreta que había encontrado. ¿Quién sería Miguel Ángel? ¿Quiénes serían las personas incluidas en la libreta? ¿Serían realmente las fechas anotadas las de sus cumpleaños? Cuando se levantó, ya había decidido buscar él mismo al dueño. No le llevaría mucho tiempo, bastaría con llamar a una o dos personas y preguntarles por Miguel Ángel. Seguro que le darían alguna indicación clara de cómo encontrarlo, un número de teléfono o una dirección. Se pondría en contacto con él y le devolvería la libreta. Y asunto zanjado. Aprovechando que era sábado, dedicaría un rato del fin de semana a este menester. El domingo, como muy tarde, ya lo habría resuelto. De esa manera, pensó, podría volver a su rutina sin apenas haberla interrumpido.

Mientras se tomaba su habitual café con leche y galletas abrió la libreta y estuvo hojeando las páginas mirando los nombres, los números y las fechas. Cuando terminó de desayunar, se fue al salón, cogió el teléfono y marcó el número del primer nombre de la lista, Cristina, pero nadie cogió el teléfono. Seguramente habría salido de fin de semana o estaría haciendo la compra con su marido. A lo mejor había dejado a los niños con la abuela para disfrutar del día, quién sabe. Luego pasó al segundo nombre, Ramón, pero el móvil estaba apagado o fuera de cobertura. Quizás estaba volando hacia alguna parte. Avanzó varias páginas y vio que la fecha junto a Rafael era la de ese mismo día, 17 de octubre. Decidió llamarle. Por primera vez, alguien cogió el teléfono:

– ¿Sí? ¿Quién es?

– ¿Rafael?

– Sí, soy yo. ¿Quién llama?

– Mire, usted no me conoce. He encontrado una libreta con el nombre de Miguel Ángel y tiene anotado su número. Me gustaría devolverla. ¿Conoce usted a Miguel Ángel?

– Sí, conozco a varios, no sé de quién será la libreta. Además, no tengo aquí mi agenda, me la dejé ayer en el trabajo. Si me llama el lunes, puedo intentar ayudarle.

– Gracias, eso haré.

Antes de colgar, se acordó de la fecha que había leído junto al nombre de Rafael. Siguiendo un impulso, se atrevió a preguntar:

– Por cierto, perdone la indiscreción pero, ¿no será hoy su cumpleaños?

– Sí, ¿cómo lo sabe?

– Miguel Ángel tenía anotada la fecha de hoy junto a su teléfono. Muchas felicidades, que pase un buen día.

Llamó a María pero se puso un hombre. Al mencionar a Miguel Ángel, soltó un taco y colgó el teléfono maldiciéndole. Llamó a Antonio y estuvo hablando con él unos minutos. Le contó cómo había conocido a Miguel Ángel hacía tiempo. Habían sido buenos amigos pero ya no se veían, se habían peleado. Ya no guardaba su número de teléfono. Después de varias llamadas más sin suerte, alguien, por fin, le dio el número de Miguel Ángel.

Romualdo se sintió aliviado y se dispuso a llamarle inmediatamente. Pero pensó que era mejor asegurarse de que el número que le habían dado era el correcto. Decidió seguir llamando al resto de números de teléfono. Además, tampoco tenía otro plan mejor para ese día. Unos no contestaban, otros no le atendían pero algunos charlaban con él amablemente. Alguien, incluso, le dio las gracias por el detalle que tenía al tomarse tantas molestias para devolver la libreta. Así fue llamando a las 87 personas de la lista. Una a una. Empleó para ello todo el fin de semana.

Romualdo era muy meticuloso. Fue anotando junto a cada número si le habían cogido o no el teléfono, si le habían hablado, si habían sido amables o impertinentes, si le habían facilitado, en fin, el número de Miguel Ángel. Varias personas lo habían hecho y, aunque no todos coincidían, creía tener por fin en su poder el teléfono deseado. Estaba seguro. Dejó la libreta en la cómoda de la entrada y se dijo a sí mismo que al día siguiente, al volver del paseo nocturno con Roco, le llamaría. Pero la libreta permaneció en la entrada toda la semana, acumulando una fina capa de polvo.

El fin de semana siguiente cogió la libreta de la cómoda y la volvió a hojear, página a página. Vio que el día anterior había sido el cumpleaños de Beatriz, una de las personas que le habían atendido con amabilidad. Decidió llamarla. Le pidió excusas por el retraso pero… ¡bueno, más valía tarde que nunca! Beatriz se quedó un poco sorprendida al principio pero le agradó recibir la llamada y volvió a hablar con Romualdo tan agradablemente como la primera vez, como si se conocieran desde hace tiempo. Estuvieron hablando más de media hora.

También llamó a Roberto y le preguntó por su hijo. La primera vez que habló con él, el fin de semana anterior, no había podido atenderle porque estaba a punto de salir para el hospital. Su hijo pequeño se acababa de caer y sangraba por la cabeza. También se quedó un poco sorprendido de la nueva llamada pero agradeció el detalle. Su hijo estaba ya bien. Además, le facilitó el teléfono de Miguel Ángel, aunque Romualdo ya lo conocía.

Localizó a alguna de las personas de la libreta que no habían cogido antes el teléfono. Lo volvió a intentar con otros que no le habían querido atender. Alguno le colgó diciendo que era un pesado. El fin de semana pasó y había vuelto a llamar a todos los contactos de Miguel Ángel. Pero a él, a Miguel Ángel, no le había llamado. La libreta volvió a quedar inerte por unos días en la cómoda de la entrada.

Durante los siguientes fines de semana, cuando terminaba de desayunar, cogía la libreta de la cómoda de la entrada, le pasaba el trapo del polvo, se sentaba en el sofá junto al teléfono y marcaba un número. Cada llamada era una sorpresa. Algunos, como Beatriz o Roberto, parecían disfrutar de su conversación aunque seguían siendo seres anónimos a los que no conocía más que a través del teléfono. Otros habían bloqueado su número o simplemente no contestaban. A esos los fue tachando de la lista.

Al cabo de dos meses, había felicitado a más de diez personas por su cumpleaños y había empleado la mayor parte de los fines de semana en hablar con los contactos que atendían sus llamadas. Unas veintitantas personas de la lista de 87 que la libreta tenía. Realmente, Romualdo se dio cuenta de que no solo ya no hablaba de Miguel Ángel, sino que ni siquiera le había llamado aún para devolverle la libreta. Hasta que un día, un domingo por la noche, cuando ya se preparaba para el paseo diario con Roco, sonó el teléfono de su casa. Le extrañó, porque casi nunca llamaba nadie y menos a esas horas. Descolgó el auricular y oyó al otro lado del hilo:

– Buenas noches, soy Miguel Ángel. Yo no le conozco pero me ha dicho Rocío, una amiga, que usted encontró mi agenda y que me iba a llamar para devolvérmela. Creía que la había perdido pero me ha alegrado saber que la tiene usted. Ella me dio su teléfono.

Romualdo se quedó paralizado. No había esperado esa llamada. Trató de contestar amablemente, de quedar con él en algún sitio para devolverle la libreta, pero sólo pudo mantenerse en silencio mientras pensaba en Rafael, en Beatriz, en Roberto, en Rocío y en todas las demás personas que había conocido en los últimos dos meses.

– ¿Oiga? ¿Está ahí? Soy Miguel Ángel. Creo que usted tiene algo que es mío.

Finalmente, Romualdo reaccionó y respondió con aplomo:

– Perdone, se ha equivocado. Yo no tengo ninguna agenda suya. Lo siento- y colgó.

Se levantó del sofá, fue a la entrada del apartamento, cogió la libreta que estaba encima de la cómoda y la metió en el cajón de su mesilla. Luego, como cada día, sacó a Roco para su paseo nocturno.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

Crítica del jurado

I. Muy bien esta historia, que permite una complicidad magnífica con el personaje. Muy bien llevada, ritmo magnífico, bastante sorprendente ese final. Sin duda merece estar en el libro.

II. Es una interesante historia, narrada de un modo ágil, que consigue hacernos empatizar con el personaje principal, del tal modo que hasta podríamos considerar inevitable todo el ejercicio de suplantación que se va poniendo en marcha desde el arranque. Lo que al final sucede es casi necesario, tanto para el protagonista como para los lectores.

OPINIONES Y COMENTARIOS