“Amor constante más allá de la muerte” (Francisco de Quevedo) Ficción sobre una noticia periodísticaborrador

“Amor constante más allá de la muerte” (Francisco de Quevedo) Ficción sobre una noticia periodísticaborrador

El espacio es arbolado surcado por caminos de cemento que se bifurcan y nos llevan a otros sectores, sin monumentos ni construcciones de material. Hay diferencias entre las edificaciones: una parte antigua de mármoles y bronces, otra, más actual, de casitas con techos de teja y ventanales que iluminan el interior, de arquitectura simple, menos tétrica; a lo lejos, un predio llano mucho mayor, donde sobresalen de la tierra, placas a ras del suelo con un orificio para poner un florero. Esta es la zona llamada Parque, donde todos yacen sin ostentación. Allí predomina un aire de igualdad.

Es cierto que los cementerios reproducen el orden social del mundo de los vivos y que cambian con el tiempo, por una cuestión de espacio y costos. Un anuncio en la página Web “Inauguramos muy pronto”, ofrecía el sector llamado Jardín Arborem, donde se pueden depositar las cenizas y plantar un árbol. En un entorno natural y ecológico, se diferencian las parcelas: Jardín azul, Jardín Ilustre, Jardín Principal,
cuya sola diferencia es el lugar de privilegio, y mayor superficie en metros cuadrados.

La mujer tiene cuarenta y tres años, pero gracias algunas cirugías, se la ve juvenil, atractiva, “bien conservada” como se dice vulgarmente pero artificial. Se percibe, según los empleados del cementerio, que tiene plata. Ellos han podido ver estacionada en el camino que conduce a la moderna bóveda, una camioneta costosa.

Ariana, así se llama, tiene una particular forma de considerar a la muerte. Desde niña se ha criado entre mujeres habituadas a convivir con los fallecidos, como si no existiera un límite entre uno y otro mundo. Podían escuchar al abuelo martillando de vez en cuando, y a la abuela lavando cacerolas mientras cantaba, actividades que hacían asiduamente en la casa donde convivían todos. Pero ya estaban muertos.

No creían en fantasmas ni añoraban a sus seres queridos, porque es natural irse en algún momento. Era un estar atentas a esos espíritus, que habían ocupado un lugar en la casa, en sus vidas, habían escrito una historia en común, apegados, atentos cada uno al suspiro del otro, a su dolor, a su alegría. No podían ignorarlos. El tiempo se encargaría de los olvidos, a su tiempo.

Ariana no ve nada extraño en alojarse un par de días al año, dentro de la casita donde descansan los restos de su marido, ella misma la ha acondicionado con todas las comodidades (cuando falleció, aún no estaba en vigencia la parte más cara de los Jardines). Durante su estadía, se siente acompañada por su esposo Renato, quien murió a los veintiocho años en circunstancias no del todo claras (algunos creen que lo asesinaron en una partida de póker con amigos, otros, que se suicidó en una casa de juego clandestina). Ella había llegado un día después de la desgracia, desde México, donde había pasado unas vacaciones.

Cree que le está haciendo un merecido homenaje, cuando durante Año Nuevo, pone música de bailanta ,como a él le gustaba, y tira un poco de pirotecnia para que el lugar se llene de sonidos festivos.

“Es tan triste y silencioso este lugar, que seguro Renato debe sentirse deprimido durante todo el año, hasta que vengo para las Fiestas y le hago compañía”.

La mujer, cree que las almas añoran muchas de las cosas que las hacían felices cuando estaban vivas. Los afectos, el amor, los deseos, costumbres, pueden prolongarse un poco más, mientras haya alguien que nos recuerde.

La viuda vive en Buenos aires hoy en día, pero viaja cada dos o tres meses a Misiones, lugar donde conoció a Renato y donde vivieron un par de años muy enamorados. Infaltable es su cita para las Festividades. Es en esos momentos cuando más lo recuerda y le hace falta.

“No hemos tenido hijos y he quedado muy sola” confiesa.

Sus visitas hasta ahora, habían transcurrido con normalidad. Los empleados jamás se sorprendieron, están acostumbrados a los rituales que los vivos les realizan a los muertos (pasar una tarde de sol compartiendo mate y facturas sobre una tumba, escuchar un partido del Mundial sobre alguna lápida, sentarse a leer sobre el mármol, por ejemplo), pero siempre hay alguien que necesita la sensatez para vivir tranquilo. Siempre existe un ser humano, que hace notar el descarrío de otro ser humano, como si todos tuviéramos que sentir de la misma manera o pensar igual.

Resulta que un vecino escuchó la música y llamó a la policía, al rato muchos familiares de difuntos se hicieron presentes en el lugar. Del nicho salía una canción de cumbia a muy alto volumen que alteraba la tranquilidad del cementerio. Eso era justamente lo que buscaba Adriana como forma de continuar los lazos con su esposo.

Los convocados a encarrilar al que había osado desviarse del recto camino, sobre cuestiones tan sagradas como la muerte, pudieron ver al asomarse a la casita-bóveda, el cuerpo de Renato embalsamado detrás de un vidrio, rodeado por retratos, flores, velas y sobre una mesa bellamente adornada, dos copas con lo que sería champaña. Se pudo ver también un televisor encendido, una cocinita a gas, la computadora sobre un escritorio pequeño junto a un equipo de audio, y la cama justo al lado del féretro. Allí se vio a Ariana que inmediatamente se levantó alarmada por el gentío, vestida con un camisón muy sexi, con encaje en la parte del corpiño y cintas de raso en el ruedo, color salmón.

Los policías atinaron a decir que “ella paga su propio medidor de luz e internet y la construcción es mucho más cómoda que cualquier hotel que haya en el pueblo”.

Adriana prometió emprender el regreso hacia Buenos Aires después del primero de enero y bajar el volumen de la música mientras tanto.

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