Volvió al presente como un chorro de vapor, con un ímpetu diferente; librándose del pensamiento que lo había atrapado por un instante. Con paso lento, arrastrando su abrigo por el cemento mojado, como un animal cansado, entró al oscuro callejón, avanzando hacia la noche. Mientras se adentraba, también lo invadía una especie de frenesí. Y caminaba con los puños apretados, como aprisionandolo todo; porque de los suelos más antiguos de su mente salían infinitud de serpientes que golpeaban sus paredes interiores por su abundancia. Él aún le temía a las profundidades de sus pensamientos. Temía que si dejaba salir lo que ahí existía, todo acabaría. A veces era como un niño, que solo quería cobijarse en su propia cama para evitar que el vacío lo devore para siempre.

Avanzó e intentó reconocer el lugar casi a ciegas. Veía un camino angosto con olor a cosas viejas, almacenadas en un total olvido; olor a basura y mar. No podía ver muy adentro en la oscuridad y, paso a paso, mojaba más el viejo cuero de sus zapatos en los charcos de agua con barro. Hasta que lo detuvo un susurro; un chillido tenue que venía, quizás de sus adentros o quizás de la oscuridad del callejón. Algo hizo tintinear una luz amarilla en el fondo, como oro derretido en una gigantesca olla. Un farol en la pared más lejana, se prendía y se apagaba, colgando arriba de una estrecha puerta de metal, incrustada en el ladrillo rojo. La extraña condición del lugar y su aparente antigüedad daban la impresión de ser la entrada trasera de algún castillo deshabitado hace miles de años.

No era la primera vez que él estaba ahí. Había frecuentado el lugar antes de acabar internado en el área psiquiátrica del hospital militar. – ¿Es realmente necesario? – se pregunta. Las noches anteriores, una tristeza enorme había pesado sobre su pecho pero, en este momento, tenía, a cada paso que daba, hacia el largo y tenebroso pasaje, la sensación de alguien que deja una casa para siempre y, así de repente, como quien pisa en falso en una escalera, un cortante frío lo invadió profundamente mientras iba en dirección a las sombras.

El contacto empezaba siempre así y él subía el volumen a la música en sus auriculares para no escucharse a sí mismo mientras recitaba un verso del libro de visiones.  – Caballo negro de sangre espesa, perras de luna roja, infecta, conejo sulfúrico… Viuda de la semilla dorada, cenizas del árbol blanco, sérpico estimulante-. Y mientras recitaba estas metáforas tratando de imbuirlas con poder, pisaba grandes agujeros en la vereda negra, llenos de basura mojada, fundida ya con el suelo. Avanzaba atravesando un viento marino, monstruoso y empozado; parecido al aliento de seres acuáticos que se pudren varados en la orilla.

Hasta que lo invadió de repente por el cuello un olor agradable a flores que se queman . Reconoció el aroma inmediatamente y la luz del farol le parecía oro que emanaba de una laguna negra. Sentía que su mente y su fuerza habían sido atrapadas y puestas en maceración;y que debían haber pasado eternidades así.

Lo había sobrecogido una inquietante presencia que no podía ver pero que cambiaba hasta el color del aire que lo rodeaba. Sabía de quién era ese perfume. Él la había llamado y dispuso una rodilla contra el suelo, bajando la cabeza susurrando un extraño nombre.

Mantuvo la cabeza abajo y guardó silencio mientras un viento verde recorrió, frío por su pelo. Cerró los ojos y fue transportado a un sueño mientras un susurro le decía: – Sígueme…-. Al abrir los ojos, se encontraba sentado en una silla blanca de madera dentro de una habitación pequeña, sin muebles y con una sola puerta. En el piso un gran número de hormigas gigantes marchaban en frenesí llevando muchas cosas. Algunas transportaban hojas enormes, otras llevaban personas desnudas y pálidas como una larva. Habían otras que cargaban hormigas más grandes que hablaban con una voz grave y miserable pidiendo permiso.

A pesar de levantarse cautelosamente de la silla, fascinado por lo real que se veía todo, los insectos se detuvieron y voltearon a verlo con sus ojos primitivos; definitivamente a la expectativa de algo.

Se quedó quieto un instante, perturbado. Luego, con paso cuidadoso atravesó la habitación y abrió la puerta al otro lado.

Tras la puerta se desplegó un horizonte infinito con aguas doradas; y recordando hábilmente lo que debía hacer, entró sumergiéndose hasta la cintura. En ese lugar, no existía nada más que el agua, el horizonte infinito y una figura a la que no le daba la luz. Esta sombra se le iba acercando con un sensual contoneo, moviendo insidiosamente el agua con los dedos. Era una mujer de belleza sórdida. Vestía solo una túnica blanca que cubría un pecho esquelético y, con largas uñas rojas como garras, repetía – prueba tu suerte, mi muchacho – mientras el tiempo del sueño se distendía, los momentos parecían eternidades y ella no terminaba de llegar hasta él; avanzando eternamente sobre el agua. – Sabes que yo no te mentiré, querido. Te dejaré claro lo que busco en tí: Quiero para mí tu voluntad, hasta que de ella solo quede un espectro que me entretenga –. La revelación lo golpeó; pero estaba preparado. Tomó posición y se sumergió hacia el fondo de la miasma evocando la melodía que había creado.

Y pareció que esperó cien años, o mil años a que ella llegara y cumpliera su promesa. Y luego nadó hacia ella en vano, sin moverse de su sitio. Le empezó a arder la mirada y tuvo que cerrar los ojos, cayendo en otro sueño,  mientras unas letras brillantes se dibujaban en la bruma de su mente.

                  «I dO No foRs thE wheTher Of tHe twO; FOr aS yOw lYkEth, it suFfisEth»

———————————————————————————————————————–

Título del audio: The struggle for power

Composición propia 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS