Silencio, silencio, era solo silencio lo que sentía Raquel sumergida en el agua gélida del mar. ¡Qué maravillosa sensación, qué paz notaba en todo su ser!

Acunada por las mareas, libre de toda presión, simplemente deseaba dejarse llevar, mecer por las olas y desaparecer.

Su cuerpo antes rollizo ahora se había convertido en algo liviano, como las plumas de gaviota que flotaban junto a ella. Cuantas veces había deseado esa versión de ella misma cuando se miraba en el espejo.

Silencio, silencio, las voces inquisidoras se ahogaban en ese elemento, por mucho que gritaban sus voces no conseguían penetrar en esas profundidades.

Su vestido negro hecho jirones – el negro hace más delgada – le repetía su mente. Ahora su vestido se desliza junto a ella como largos tentáculos de un ser marino.

Lágrimas saladas se derraman sobre sus mejillas, aunque no son sus ojos el manantial de las mismas, en esta ocasión no.

Sus cabellos color cobrizo flotan a su alrededor, se iluminan con el sol creando destellos, parecen estrellas que la acompañan en su travesía hacía no sabe que lugar.

Silencio, silencio, la nada, la nada y nada más.

Raquel hermosa niña, mi pequeña sirena, ¿Cuándo volverás? – preguntaba su madre desde la orilla -.

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Libertad, libertad, era solo libertad lo que sentía Adrián sumergido en el agua gélida del mar. ¡Qué maravillosa sensación, qué felicidad notaba en todo su ser!

Sus miembros inertes habían cobrado vida en el agua elemento, tal cual serpientes marinas surgidas de las profundidades se deslizaban velozmente sin rumbo, sin freno.

Con cada espasmo pélvico una corriente eléctrica recorría su espalda, poco a poco notaba como su cuerpo se arqueaba y se deslizaba, sus extremidades se transformaban en una hermosa cola de sirena. Con fuerza sacudía el agua y se impulsaba nuevamente. Así reiteradamente su cuerpo ondulante ascendía y se sumergía al compás de las olas, en un baile liberador.

Adrián poco a poco se dejaba llevar, ya no luchaba contra sus miedos ni contra sus limitaciones, ya no tenía nada que temer. Allí pudo renacer, allí pudo reencarnarse en un nuevo ser. Atrás quedaron sus miembros inertes, esas cadenas que lo ataban a lo terrenal sin permitirle disfrutar de ello. Cruel condena para un ser,.. encadenarlo a una existencia donde lo más cercano quedaba tan lejano, donde lo fácil era tan complicado, dónde el dolor era su única recompensa.

Dicen los más viejos del lugar, que en noches de luna llena, en el horizonte se ve saltar un ser que no se sabe si es hombre o pez, que surge del mar para volver a hundirse en él. En cada salto su cola desprende destellos que se reflejan en el mar.

No saben decir si es él o es la luna la que danza con él.

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Seguridad, seguridad, es solo seguridad lo que sentía Gonzalo sumergido en el agua gélida del mar. ¡Qué maravillosa sensación, qué tranquilidad notaba en todo su ser!

La oscuridad del océano lo cubría con su capa protectora, hasta él no llegaban ni los rayos del sol. Las burbujas que surgían de su nariz le hacían cosquillas y quería sonreír. Arriba, muy arriba quedaba la realidad, atrás muy atrás quedaban las persecuciones diarias y su huida hacia ningún lugar.

Con ímpetu se impulsaba hacía el abismo, más profundo, más profundo, con cada patada su corazón se iba tornando más sereno, más libre y seguro. Qué fácil parecía ahora dar patadas, si pudiera haberlas dado para luchar y defenderse todo este tiempo.

Era el agua elemento el que se lo permitía ahora, hacer miles de acrobacias que lo convierten en un guerrero, ágil y certero.

– Hijo de Poseidón seas bienvenido, aquí podrás sanar todas tus heridas. Los moluscos cubrirán tu cuerpo y se convertirá en tu armadura indestructible. El océano te regala la fuerza de sus corrientes para que te vuelvas fuerte y embistas como las olas bravías en días de temporal –, susurraban el agua en sus oídos.

Música: Naufragio (instrumental)

Huellas en las Luz: Música de películas

Compositor: Pedro Aznar

2001 Tabriz Music

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