CAPÍTULO 1

Aurora, era una auténtica obsesa de las matemáticas, a sus 26 años se había convertido en la mayor experta del mundo hispanoamericano, de madre germano-argentina y padre hispano-mejicano, rompía todos los estereotipos que aún andaban arraigados por desgracia en la sociedad moderna, no solo le encantaban las matemáticas, tradicionalmente ligadas al género masculino sino que era, además, guapa, cosmopolita, políglota, simpática, segura de sí misma, inteligente y con un encanto que rayaba lo sobrenatural, ni los eruditos más avezados podían dejar de sucumbir a su mente portentosa y a sus diálogos y racionalidad exquisitos. Había publicado 4 libros y su coeficiente intelectual dejaba atrás al mismísimo Stephen Hawking.

Aurora, que había heredado el carácter de su madre pero también la paciencia, se pasaba horas meditando y estableciendo teorías y conexiones con el reto que se había propuesto, descubrir el secreto del número áureo. Dichos dígitos estaban en todas partes, en la arquitectura, en el arte, en el cuerpo humano, en la naturaleza…incluso en las botellas de plástico. La proporción áurea estaba presente en detalles históricos como el arca de la alianza, las proporciones de esta que refleja la Biblia dan como resultado este enigmático número, la proporción entre abejas hembra y macho en una colmena es similar a este número, la disposición de los pétalos de las flores, la caracola de algunos animales, la forma de las piñas que dan algunos árboles, la distribución de las pipas en un girasol, el grosor que tienen las ramas de los árboles…las coincidencias son tantas que sólo podía sentirse fascinación por semejante número. Ella siempre manifestaba que era «su» número, aludiendo a la similitud de su nombre y el número en cuestión.

Su pareja, Javier,10 años mayor que ella, y «amo de casa» desde hacía un par de años trasteaba en la cocina con los cacharros peleándose con cada objeto que cogía intentando hacer una tarta de melocotón y fresas curioseando como cada semana con nuevas recetas para sorprender culinariamente a su «patatita», que era como llamaba a su tesoro.

– Patatita, quieres venir a ver cómo me ha quedado esto, no tiene la mejor presentación desde luego pero creo que sabe «cojonudo». Tengo que trabajar la estética de mis postres, aún no he dado con la tecla, me cachis en la mar.

– Javi, anda, sabes que no me importa nada la pinta que tenga, lo que me gusta es que me prepares cositas ricas repletas de azúcar para alimentar mi cerebrito.

– Patatita, ¿es que nunca vas a dejarte llevar? ¿tienes acaso que ser siempre tan Einsteniana?

– No me digas lo que no es, que sabes que para ser tan rarita, soy por otro lado más que normalita. Y deja de mencionar a Einstein cada vez que te refieres a mí.

– Sí cariñoooo, si te lo digo por picarte, que te picas muy rápidoooo, ven aquí y achúchame que tengo ganas de tí.

– Anda, andaaaa, y lávate bien que estás pringado de todo, dúchate y quítate ese mandil y lávalo, ¿pero por qué tienes siempre que cocinar descalzo y en pelotas? Eres un caso.

– Jajaja, si te gusta patatita, no te hagas la digna y la «normalita», si eres como yo…dame un besito…muaaaak.

La complicidad era latente, a ella que medía 1`61, coincidente con su estimado número de oro, le encantaban los tíos altos con barba y con su barriguita cervecera, Javi, amante del metal y ávido lector era 30 centímetros más alto que ella y eso a ella le ponía mucho. Tras hacer el amor dos veces casi seguidas en poco menos de una hora, ella se puso de nuevo con la faena.

Andaba tras la pasión desenfrenada esa tarde lluviosa de Abril perdida entre sus meditaciones, ecuaciones y sumergida en la espiral de Fibonacci cuando de repente, como si de un ataque epiléptico se tratara, una lucecita se iluminó en su cerebro que le hizo saltar del asiento mientras tecleaba en su portátil. Llevaba años dedicada a unificar todas las conexiones de dicho número para lo cual aprendió y estudió mucho sobre biología, astronomía, arquitectura y arte. Su pensamiento matemático se había ampliado y las sinapsis cerebrales que bullían en su masa encefálica habían unificado todos sus conocimientos en una especie de metadisciplina que era lo que ella pensaba era imprescindible para comprender el alcance real de lo que ella tan denodadamente perseguía. Tras haberse empapado de las historias de los antiguos reinos mesopotámicos, y analizando la arquitectura del Partenón, de la Gran Pirámide de Gizeh, de los palacios de la antigua Babilonia y un largo etcétera, le surgió la idea de aplicar ese número a campos donde quizás aún no se había hallado conexión alguna, quizás el número áureo estaba en absolutamente todo, si esto era así quizás él mismo fuese la respuesta a incógnitas como los agujeros de gusano, el cáncer, la energía nuclear por fusión, incluso los viajes en el espacio y el tiempo e incluso el origen del Universo y la existencia misma del ser supremo en el caso de que lo hubiere.

Esta idea le dió la oportunidad de sumergirse en una investigación mucho más compleja, buscó en las civilizaciones antiguas y en los avances más actuales en astrofísica y cada vez hallaba más evidencias, libros y libros apilados sobre el suelo y cualquier repisa que pudiera sostenerlos, cientos y cientos de artículos de revistas y miles de páginas webs atiborraron su cabeza con miles de datos. Sus cálculos que confirmaron algunos de sus colegas investigadores daban todos, en la línea que ella había indicado, los mismos resultados. La «divina proporción» como también se le llamaba, realmente estaba en todo lo «mágico», en todo lo real, en absolutamente cualquier cosa. Su respiración se aceleraba cuanto más sabía, estaba mucho más cerca pero aún tan lejos puesto que lo único que podía demostrar en cierta forma, era que estaba en todo, pero eso estaba a años luz del por qué. Era eso en lo que tenía que trabajar ahora y en parte, era algo que le abrumaba.

El café se derramaba sobre la hornilla de gas mientras Richard aún seguía en la ducha. Zanele volvió a mascullar improperios hacia su compañero, ¡¡otra vez!!. El pequeño apartamento en el barrio de Zamalek en El Cairo estaba decorado al más puro estilo egipcio, con estatuas y réplicas de Anubis, Horus, Thot y multitud de objetos que atiborraban cada rincón. En este punto ambos coincidían, su pasión por la egiptología y las civilizaciones antiguas y presemíticas les llevó a decorar su hogar de forma que parecía casi más un museo que un lugar donde vivir. Richard salió de la ducha cantando alguna de sus canciones típicas alemanas, mientras Zanele ya había servido el café para ambos con un par de terroncitos de azúcar.

– Richard, un día de estos vamos a salir ardiendo.

– Zane (como le llamaba cariñosamente), sabes que solo pongo el café si estás aquí.

– Claro, y la tonta de Zanele tiene que estar pendiente, ¿no?

– Por supuesto Doctora Mbeba, qué haría yo sin usted….Jajaja. Venga, vamos a terminar de desayunar que hoy va a ser un día grande -pronosticaba Richard-

Salieron de casa y cogieron el coche, conducía siempre Zanele, Richard tenía una especie de fobia a conducir y prefería tomar fotos y ver el entorno. Se dirigieron sin titubeos a la excavación, era su primer día tras 2 semanas de vacaciones. Les esperaban más de 7 horas de trayecto así que salieron antes de que amaneciera ya que querían llegar antes de la hora de comer. Tras un trayecto que se antojaba interminable y sin sobresaltos llegaron a su destino. Nada más llegar Tarek, el encargado en su ausencia, licenciado por Yale, les acogió casi saltando sobre el coche…

– Venid venid rápido, hemos descubierto algo….no os lo vais a creer, hay cientos y cientos. Venid venid.

– Tarek, relájate, no te das cuenta que acabamos de llegar. Estamos deseando trabajar pero no hay prisa.

– No hables más y venid de una vez, ¡¡rápido!!

El sol machacaba sus cabezas y las de su equipo. Habían obtenido licencias especiales del Gobierno de Egipto debido a sus contactos. En este mundo, por muy bueno que fueras en tu trabajo, sin contactos era muy difícil acceder a determinados permisos y puestos. Richard, era hijo y nieto de diplomáticos y le costó asumir que sin influencia jamás posiblemente podría haber accedido a las excavaciones en las que años atrás comenzó a trabajar. Su amiga Zanele le convenció en solo una tarde, eso sí, cargada de «Jägermeister».

El Doctor Krueger de la Universidad de Hannover junto a su colega la Doctora Mbeba de la Universidad de Ciudad del Cabo acababan de descubrir unos manuscritos en una excavación simultánea efectuada en el valle de los Reyes y unas inscripciones curiosas en una expedición submarina en las aguas enfrente de Alejandría, donde posiblemente estuviera la antigua y famosa biblioteca. A veces los descubrimientos se hacen por casualidad, América se descubrió en la búsqueda de un camino más corto a las Indias. Ambos, buzos avezados y arqueólogos empedernidos iniciaron ambas tareas gracias a unos textos sumerios traducidos años atrás. En cualquier caso Egipto tenía la magia de que había multitud de lugares donde, con un poco de información y conocimiento, era más que posible encontrar restos y secretos ocultos anclados en el tiempo.

Encontraron varios como especie de sepulcros antiguos a primera vista que no obstante eran más bien templos y no precisamente pequeños. Se trataba de 3 templos alineados, exactamente igual que las pirámides de Gizeh, como descubrieron meses atrás. Ahora por fin habían accedido a despejar las entradas y gran parte del interior de las arenas del desierto. Y habían descubierto los secretos que en dichos lugares se guardaban. Había restos habituales, jeroglíficos, pinturas ricas en matices, momias, varios tesoros, aunque no excesivamente numerosos, seguramente estos lugares fueron ya expoliados cientos o incluso miles de años atrás, y multitud de otros objetos pero lo más interesante era lo que encontraron escondidos en cámaras tras unos muros resquebrajados que permitieron ver lo que había en su interior. Miles y miles de pergaminos. Habían descubierto gran parte de lo que se salvó de la Biblioteca de Alejandría. En la fachada de cada templo que daba lugar a dicha cámara, había una inscripción gigantesca que era una fracción, se trataba precisamente de la «divina proporción».

SINOPSIS:

La idea es que estos personajes, junto a algunos más, vayan descubriendo secretos históricos escondidos en libros, edificios, en lugares inexplorados en todos los confines del planeta. Todos apuntan al número áureo. Los protagonistas irán enrocando en torno a Aurora datos y datos que le reafirmarán en su idea sobre la proporción áurea. Y será ella, gracias a determinados textos encontrados otrora rescatados de la biblioteca de Alejandría y a una extraña señal proveniente del espacio relacionada también con la secuencia de Fibonacci, que irá perfilando una nueva teoría sobre el cosmos y el origen del ser humano. Descubrirá, algo que intuía, que las matemáticas son la clave del Universo. Y que no estamos solos…

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