El 13 de mayo de 2080, el señor Cairo Mecado se levanto del sillón rojo de la sala de su casa y sin afán se dirigió a la puerta de la entrada, giró el picaporte y salió a la calle. Mientras caminaba por el andén de su cuadra, lento pero firme, hacia la estación de policía más cercana, pensó en el lugar donde tendría que pasar la noche y suplicó para sí, que por lo menos tuviera un retrete privado. Ya en la estación, preguntó por el inspector y fue conducido a la oficina de éste. Al verlo, le dijo, buen día señor inspector, quiero informar de una serie de asesinatos de los que soy el perpetrador. No traigo conmigo las pruebas, pero si presta atención, le será fácil atar cabos y confirmar que todo me liga a cada uno de los asesinatos que he cometido. Firmaré la confesión, una vez usted escuche por qué lo hice. Todo lo que voy a contarle seguramente le parecerá irreal, por eso le traje un abre bocas. En ese momento, Cairo metió su mano izquierda en el bolsillo interno derecho de su chaqueta y extrajo los dedos mutilados de un adulto los cuales estaban al interior de una bolsa trasparente, de aquellas que poseen cierre hermético y que generalmente se usan para empacar alimentos y conservarlos en la nevera. A continuación, sosteniendo la bolsa a la altura de sus ojos, manifestó, estos dedos son de alguien que aún está con vida y aguarda en el sótano de mi casa, suplicando que alguien le salve de la brutal muerte que le espera. Si no me toma en serio le juro que saldré de aquí a romperle la cabeza a punta de puñetazos.

El inspector, claramente enojado alzo la voz para decir, señor, no tengo tiempo para bromas, por favor retírese. Pero Cairo no estaba dispuesto a irse, así que arrojó la bolsa de dedos a la cara del inspector y le gritó, maldito imbécil, haga su trabajo! El inspector sintió asco al percatarse que la bolsa contenía efectivamente, los dedos de un ser humano y de manera instintiva se levantó y tomo del pecho a Cairo y lo estrello contra la pared, ¿está loco, que clase de locura ha cometido? Cairo no se inmutó, tranquilamente respondió, ya se lo dije, vengo a confesar una serie de crímenes de los que yo soy el responsable. Una hora después, Cairo se encontraba en una sala de interrogatorio sentado de frente al inspector, sus brazos estaban sobre la mesa, con las muñecas esposadas y la mirada fija. El inspector, traía un audífono que le permitía recibir instrucciones del personal al otro lado de la sala.

Sin previo aviso, Cairo empezó a narrar lo siguiente. Hace mucho tiempo, tuve un encuentro con el diablo, quien se presentó ante mi como Samael, nombre que nunca en mi vida había escuchado. Se presentó ante mi sin que yo lo invocara, de repente, apareció al pie de mi cama y ante su presencia quede inmóvil y sin habla. Clavo sus ojos en los míos, y sin necesidad de mover sus labios supe que había venido para ofrecerme un pacto. Me dijo que deseaba tener mi voluntad a cambio de cualquier cosa que yo deseara, incluso, la vida eterna. Al principio, el pacto, me pareció gracioso, influenciado por los estereotipos de las películas de terror, donde el diablo y sus secuaces siempre buscan almas para dominar el cielo y la tierra, me resultaba cómico, que en mi caso, a Samael solo le interesará mi voluntad y no mi alma. ¿Mi voluntad?¿mi voluntad para qué? yo sabía muy bien, que justo en ese momento, no tenía voluntad para nada, ni siquiera para vivir. Por un instante pensé en las palabras de mi padre el día que me echo de la casa y grito a todo pulmón que era un indeseable y que nadie apostaría un peso por mi alma. ¿Sería por eso que ni al diablo le interesaba mi alma? Samael, me explicó que una vez firmado el contrato, mi voluntad sería suya y que para lo único que la quería era para matar vidas. Una vida por día, antes de la media noche.Niño, joven, anciano, hombre o mujer, daría igual, mi tarea sería la de causar la muerte de por lo menos una persona por día. No se me ocurrió preguntar por qué yo y no otro; por qué él no podía conseguir las vidas que quería conseguir conmigo; por qué mi voluntad para eso. Solo cuestioné de qué manera tendría que causar la muerte y me impresionó la respuesta. El diablo me explicó que yo tendría el poder de matar a cualquiera de la forma que yo quisiera. Por ejemplo, al ver pasar a cualquier persona, con solo desear que sufriera un paro cardíaco así sucedería. O si saliera a la calle y viera venir un automóvil, podría desear que ese vehículo perdiera el sistema de frenos y que el conductor del mismo muriera al chocar el vehículo contra cualquier objeto, o incluso, tenía la posibilidad de desear que ese conductor, al intentar maniobrar el automóvil para evitar el impacto, atropellara a la persona que yo escogiera, y le causara la muerte al instante, o que sufriera algunos días en el hospital, en estado de coma o consciente, totalmente enyesado o sin fracturas de ninguna clase. Si me aburría, podría controlar la voluntad de otros para matar. Es decir, si se me ocurriera desear que el mismo presidente de la república pidiera un arma de dotación a su escolta y con la misma darle un disparo en la cabeza, lo podría hacer. En ese momento sentí que el diablo, de alguna forma, me estaba dando el poder de dios en mis manos. Ya que la vida me había tratando tan mal, pensé que el trato me venía bien, que en cierta manera, la vida me estaba recompensando por todas las malas cosas que había vivido hasta ese momento. La oferta fue muy tentadora. Entendí que no tendría que ensuciar mis manos. Pensé en todas las personas que alguna vez me causaron daño y que jamás pude desquitarme. Decidí que aceptaría. Ya tenia en mente quienes serían las primeras victimas. También pensé en la cantidad de matones, ladrones, corruptos y otros personajes que consideraba no merecían vivir en el planeta.

El contrato lo firmé casi a la media noche de un viernes 13 de mayo del año 2010, día en que cumplí 30 años y que estaba al borde del suicidio por todas las penurias que me encontraba atravesando. La vanidad me obligó a pedir juventud eterna y la inmortalidad, eso si, rodeado de todas las riquezas imaginables. No se cuanta sangre tengo en mis manos, ya perdí la cuenta de todas las personas que mate con mi voluntad, con el tiempo se volvió una rutina, como cualquier otra, y aunque lo tengo todo, siento que no tengo nada, la vida pasa y veo como las personas que quiero, envejecen a mi lado y luego mueren. La sed de venganza me encegueció cuando firme el contrato. Nunca se me ocurrió pensar que la vida eterna implicaba servir eternamente al diablo, a Samael. Lo extraño de todo es que nunca me llama, nunca aparece a media noche, nunca susurra mi nombre, nunca me busca, nunca le veo en sueños. Jamás he vuelto a sentir su presencia y aunque así esta bien para mi, me parece raro que no haga una auditoria del trabajo que me ha encomenddado. En cierta forma, me siento frustrado. Cuando empecé a provocar la muerte de las personas pensé que Samael me felicitaría o me regañaría. Pensé que alguna vez llamaría mi atención por enfocarme, en ciertas épocas, más en personas de la tercera edad que en jóvenes o niños; en asesinos, violadores, ladrones que personas de bien. No se si por aguero o qué, aún no me he atrevido a asesinar personas del clero. El asunto es demasiado simple. Cada día asesino a alguien y no puedo pensar en que no quiera hacerlo. Solo lo hago. Solo lo deseo. También es extraño que no siento remordimiento, pero tampoco siento satisfacción. También debo confesar que al principio fue divertido. Leía muchos libros para idear las muertes mas escabrosas que se puedan imaginar. Las autoridades estaban perplejas, de alguna manera, aunque use a diferentes personas para los asesinatos, ellos establecieron un denominador común en las muertes y se dieron cuenta que se enfrentaban a un asesino serial despiadado. Con el tiempo descubrí que podía asesinar a distancia, incluso de un continente a otro. Conservo una agenda donde programe la muerte de la mayoría de víctimas, el autor material, el método, el lugar, la causa. La tengo para saber que fue real y que no fue un sueño y previo las formalidades de esta confesión le diré donde puede encontrarla. El tiempo me cambio de alguna manera y por eso hoy estoy aquí, con usted señor inspector, informándole que he sido yo el causante de las muertes relacionadas en el escrito que acabo de entregarle. Estoy aquí para pagar mi pena, al menos por esta noche, porque mañana será otro día y no se como ni porque, presiento que estaré de nuevo en la calle para seguir asesinando.

Si prestó atención a mis palabras, entenderá que soy inmortal, así que no puede matarme, pero si no me cree, puede sacar su arma y disparar en mi cabeza. La bala perforará la piel y el hueso y finalmente saldrá. Brotará sangre, no se cuanta, depende del calibre de la bala, la distancia, el ángulo, pero se que la herida se desvanecerá y los tejidos dañados se restauraran solos, ni siquiera perderé el sentido, no será como en las películas de zombies, no pasará nada, podría volarme la cabeza con una basuca, ella desaparecerá en un instante, pero tardara más en disiparse el humo que en restaurarse mi cabeza. Ya lo hice, ya lo probé, no siento dolor, no siento nada, se que usted me mira y piensa que estoy loco, pero así es, no se si hay más personas como yo, no se si hay más asesinos o inmortales. Pero este soy yo. Este día no he tenido nada que hacer, salvo amputar los dedos de alguien a quien pensé que para el medio día ya estaría muerto. No se por qué, pero aquí estoy, sentí la necesidad de contárselo a usted.

Maté por gusto, por venganza, por deber. Mate sin meditar en las consecuencias de cada muerte. Olvide que cuando alguien muere, forzosamente se cambia el curso de la historia. Al matar al donante del barrio, su obra social se acabo. Muchas personas pobres que dependían de la parroquia dejaron de comer, ya no había restaurante social que los atendiera. Empece a vengarme de muchos y muchas. No importaba si mataba por celos o venganza o lo que fuera, debía asegurarme que cada día alguien muriera por mi simple deseo. Ni siquiera debía tocar a la persona. Ni siquiera debía halar el gatillo.

Luego de pasar horas hablando con el inspector, creyendo que ya se había desahogado, Cairo, escucho la voz de quien pensó que nunca jamás volvería a escuchar. Samael, a través del inspector, le dijo, no es tan sencillo como parece.

SINOPSIS

En un lugar incierto, se celebra un pacto diabólico que ciega la vida de muchos «inocentes» durante más de cien años. La monotonía de los inevitables asesinatos llevan a su autor intelectual a buscar la manera de liberarse un poco de la carga de llevar tantas vidas a cuestas, confesando los homicidios sin el mínimo remordimiento a un inspector de Policia. El detalle de algunas de esas muertes muestran lo peor de la condición humana, cuando, inspirado por sentimientos como el resentimiento, la envidia, la hipocrecía, entre otros, no solo se puede y se quiere sino que se lleva a cabo el homicidio premeditado de diferente tipo de personalidades. Al final, Cairo, el protagonista, termina por descubrir que las muertes ocasionadas fueron más que producto del azar, lo que lo llevara a considerar la posibilidad de iniciar la guerra del fin del mundo para acabar con toda la raza humana.

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