Me levanté porque tenía que levantarme, pero no tenía ni las ganas ni las fuerzas suficientes para afrontar otro día más de mierda. Como no me había planteado que estuviera sufriendo una depresión de caballo, no me había molestado en acudir al médico y por eso no tomaba nada para mejorar mi pésimo estado de ánimo, tan solo me quejaba por todo porque no me aguantaba ni yo. Me acordé de aquella época en la que estudiaba en la universidad y me ponía con los colegas de petas hasta las orejas. Reconozco que pasó por mi cabeza darle otra calada a aquella porquería que fumábamos para volar a un mundo donde yo siguiera felizmente casada y en el que me despertara con un abrazo que me hiciera sentir la única mujer en este mundo y en cualquier otro, pero existía un problema, únicamente uno, pero tan grande como inalcanzable en ese momento, no tenía, ni sabía, ni tampoco sabría dónde comprar algo para hacerme un porro.
Volví a la cruda realidad, en esa en la que me costaba andar y a duras penas conseguía llegar al baño. Después me alegré de mi hazaña porque vomité en el váter incluso lo que no tenía dentro de mí. Se me quedó cuerpo de J, pero de JOTA en mayúscula. Cuando conseguí ser una i latina en minúscula y me miré en el espejo y me vi la cara, ahí sí que fui consciente de que había tocado fondo, pero no con la punta de los dedos de la mano sino con toda la palma de mi mano abierta. Me pasaron por la cabeza muchas cosas, tantas que como andaba aturdida no fui capaz de identificar dos seguidas, acabé mareada y sentándome en la cama para no caerme de bruces.
Sonó el teléfono y lo miré con cara de asco, como si quisiera derretirlo con la mirada. Irónico, porque no era capaz ni de levantarme y resulta que pensaba que tenía súper poderes. Me di pena. Descolgué de mala gana.
-¿Qué quieres? -respondí.
-Soy yo . Necesito que nos veamos.
-Pues ponte a la cola.
-No me hagas mandarte una orden del juez.
-Tú como siempre siendo un caballero -dije con rabia.
-Hora y lugar -insistí con impaciencia.
-En el café Desencuentro dentro de…
-¿En el Desencuentro?-interrumpí.
-Que sí.
-¿A qué hora?
Me apetecía colgarle pero mi ex era de los que si te puede hacer la vida imposible te la hace y sin despeinarse los dos pelos que le quedaban en la cabeza.
-Dentro de dos horas.
-Nos vemos dentro.
Mi mal humor subió a cotas tales que di una patada al aire con tan mala suerte que me di un golpe en el tobillo con la pata de la cama. Me sentía una inútil de campeonato. No era capaz ni de enfadarme sin hacerme daño.
El día que abrí la puerta del dormitorio y descubrí a cuatro patas a mi ex, cuyo nombre Andrés, no soy capaz de pronunciar sin sentir náuseas, empotrando contra la pared a una rubia de dos metros, le hubiera pegado un tiro o le hubiera matado a golpes con un bate de béisbol, sin embargo no fui capaz de articular ni una sola palabra. Pensé en gritar pero por mucho que intentaba abrir la boca no conseguía soltar ningún sonido, hasta que se me escapó un gemido y me dio tanta vergüenza lanzarlo ahí mismo mientras sus culos me miraban que me di la vuelta y me largué. Fui tan patética que al salir les cerré la puerta. Pero no de un portazo sino con delicadeza, como se acaricia con los labios un último beso, sin apenas hacer ruido. La verdad que no me quedé a comprobarlo pero es posible que se quedaran a terminar el coito. Al volver a mi casa al día siguiente no era capaz de entrar en nuestro dormitorio. Así que lo dicho, no sé cuánto tiempo más estuvieron follando en mi habitación y sobre mi cama, sobre mi alfombra, sobre mi columna de masaje y restregándose sobre las cortinas que me había regalado mi madre. Cuando se lo conté a la pobre me dijo : ya te lo dije.
Cómo me molestaba cuando mi madre me repetía lo de “ya te lo dije”. Lo cierto es que por muchas veces que me lo dijera y a mí me molestara la verdad era que siempre tenía razón, era como si tuviera un radar en esa cabecita suya. Era como un polígrafo andante. Infalible.
Pues la última vez que lo escuché de sus labios, no sé cómo yo misma no llegué a esa misma conclusión. Supongo que no quise darme cuenta y preferí mirar para otro lado, pensando que con el tiempo cambiaría, fui una ingenua creyendo que podía cambiar para mejor. Esa clase de tío no cambia nunca, me decía mi madre. Si nos hubiera casado una monja en lugar de un cura seguramente en ese mismo momento mi madre ya me hubiera dicho:“te lo dije”. Le gustaba tanto las faldas que no tuvo ningún reparo en llevar a sus amiguitas a nuestra casa.
Por lo menos tuvo la delicadeza de no traer a esas guarras estando en casa mi hija Carla. No se lo hubiera perdonado nunca. Y en ese caso estoy segura que lo que no hice por mí, sí que hubiera sido capaz de hacerlo por ella. Le hubiera reventado allí mismo, y además hubiera ido a la cárcel por aquel cerdo sin más miramientos que las gomas de unas bragas.
Mandé a Carla unos días con sus abuelos a que le mimaran y le dieran todos los caprichos y peticiones que yo no le concedía. Con los años me he dado cuenta que he sido demasiado exigente con ella. Ahora que no siento nada y que me da igual todo, soy consciente que debía haber soltado un poco la correa que le ataba a mis faldas. No quería que por ser hija única se convirtiera en una niña mal criada y al final supongo que con mi comportamiento de perro Dóberman aquello que no pretendía lo acabé logrando. Me he tenido que ver por los suelos para ver la vida de otra manera y restar importancia a la mayoría de las cosas. Quería una niña perfecta y he conseguido convertirle en una niña cuasi perfecta, pero que no siente el menor cariño por su madre. No lo digo porque esté desmoralizada, lo digo porque no me cuenta nada de su vida. Desconozco si tiene novio, si tiene amigas o quién es su grupo de música o actor favorito. Tiene 25 años, acaba de terminar la universidad, y sin embargo yo me quedé anclada en el día que le vino la menstruación, hace ya 13 años.
Mi matrimonio se habrá hundido como el Titanic pero no permitiré que suceda lo mismo con mi hija. Pienso recuperar esos años de tiniebla que amenazaba nuestra relación. Lo difícil va a ser conseguirlo porque no tengo ni idea de cómo acercarme a ella sin que me saque los dientes y los colores a la par. Conozco perfectamente lo que mi hija piensa de mí porque en más de una ocasión me lo ha echado en cara. Cree que mi vida es aburrida y que soy una amargada. Supongo que no estaba equivocada. Lo primero no lo puedo evitar, trabajo en una funeraria de administrativa y mis clientes pues eso que ya están muertos y los vivos no tienen el cuerpo para hacer amistades. Conozco a esa pobre gente en el peor día de su vida. Bastante con que quieran respirar. Y sobre que estoy amargada, qué puedo decir, Carla adora a su padre, son uña y carne, hacen muchas cosas juntos y ahora que nos hemos separado yo he pasado de ser una petarda a ser para ella uno de esos orcos de El Señor de los Anillos.
No me lo pensé más y me vestí con lo primero que encontré tirado en el armario. Eran los primeros días de la primavera. Eso quería decir que igual veías a un paisano en manga corta y chanclas y en la siguiente esquina a otro con abrigo, bufanda y botas. Así que no iba a llamar mucho la atención salvo claro está por las enormes arrugas cubistas del pantalón y el jersey que llevaba puesto.
Me pinté los morros con un carmín rojo pasión que encontré junto a las llaves de casa. No sé por qué lo hice pero lo hice, de camino al café el Desencuentro en la calle María Beneyto nº 3, ya me estaba arrepintiendo. Me miré en el retrovisor de un coche Nissan Juke color negro con la puerta rayada aparcado junto a la acera y me pasé la mano con brusquedad para quitarme el rojo pasión de los labios. Cuando levanté la cabeza me percaté que Andrés se dirigía hacia mí y que estaba esbozando una sonrisa, esas que ponía él cuando se creía tan machote.
Le saludé con la mano y ni me acerqué para besarle. Me hubiera gustado haberle hecho la cobra a lo Chenoa-Bisbal, pero Andrés no me dio la menor oportunidad para dejarle colgado con su dos asquerosos besos.
-Vamos dentro del café. Tengo frío.
-Pues yo tengo calor.
Dije que tenía calor por llevarle la contraria porque en ese mismo instante los pelillos del brazo se me pusieron de punta dejándome mal. Creo que Andrés se dio cuenta.
Aunque quedaban pocas mesas de dos, nos sentamos en una mesa que estaba puesta para cuatro personas porque a mi ex siempre le gustaron las mesas con sofá y por supuesto no me preguntó dónde me quería sentar yo.
El local estaba hasta arriba de gente y había bastante ruido.
A este café que siempre se llamó Desengaño, acudía todos los viernes por la tarde a tomarme un chocolate caliente con churros con mi ex, pero de aquello habían pasado muchos años. Al anterior dueño creo que lo mataron de un disparo en la cabeza desde el otro lado de la barra. Se escuchó que había sido un profesional porque fue un trabajo muy bien ejecutado. Vinieron los de la policía científica, como en la tele, parecía que se estuviera rodando allí una serie policíaca, como las del C.S.I.
Se dijo que había sido una cuestión de honor, le pregunté a Andrés en varias ocasiones que era eso de “una cuestión de honor”, pero él siempre se salía por la tangente, supongo que él tampoco tenía ni idea de lo que aquello significaba. Nosotros sin embrago nunca vimos nada raro. La gente que frecuentaba el local era de lo más normal. Se hacían lecturas literarias todos los martes, conciertos de músicos del barrio los miércoles y durante el fin de semana la hora punta llegaba con la siesta.
Al nuevo dueño no lo conocía. De hecho no habíamos vuelto a entrar a este café. Cierto fue que me llamó la atención cuando Andrés me citó en el Desengaño. Mi primer pensamiento fue que me quería volver a conquistar. Fui tonta por pensar aquello y enseguida me lo quité de la cabeza. En aquellos momentos no me podía permitir llenar mi cabeza con fuegos artificiales cuando mi corazón estaba en un funeral.
Andrés llamó con la mano a un camarero alto y con barba de hipster que nos estaba mirando y pedimos un café cortado y una cerveza sin alcohol. Se me pasó por la cabeza pedir el chocolate con churros pero no tenía el cuerpo para churros. Nos miramos un par de veces buscando nuestras miradas pero fuimos incapaces de mantenerlas lo suficiente para que se produjera el encuentro. Cuando la cosa se estaba poniendo algo incómoda, nos trajeron las bebidas acompañadas por unas patatas fritas y unas aceitunas verdes.
-¿Bueno, para qué querías con tanta prisa que nos viéramos? -dije a bocajarro.
Se hizo otra pausa más incomoda que la anterior. Andrés tenía el semblante serio y no paraba de mirar de derecha a izquierda y detrás de nosotros. Yo comenzaba a impacientarme y a ponerme de los nervios. Nunca me gustaron las sorpresas.
Cuando por fin parecía que se arrancaba, se escuchó al otro lado del café la caída de una botella al suelo. Los dos en un acto instintivo miramos hacia allí buscando respuestas a lo que había pasado. De repente sentí que Andrés me cogía la mano con fuerza y con una sacudida letal me levantaba del sofá. No me dio tiempo a preguntar qué narices estaba haciendo y por qué estábamos saliendo de aquel café corriendo. Tan solo había sido el susto por la caída de una botella rota, no entendía aquella reacción desproporcionada.
Mientras corríamos y esquivábamos a las demás mesas no me atreví a mirar para atrás, acto seguido a que él, sí lo hiciera, me gritó:
-Corre y no me sueltes la mano, preciosa.
SINOPSIS
Nos cuenta la historia de una familia cuyas vidas no son perfectas y que gracias a la doble identidad de Andrés, el padre de la familia, que hace de veces de padre maravilloso con su hija Carla, marido capullo con su mujer Ana, y agente especial a tiempo parcial, sus vidas darán un giro inesperado hacia la felicidad.
OPINIONES Y COMENTARIOS