1 CAPITULO

“NATALIA EN EL PUERTO DE ALGECIRAS”

Natalia bajó de la furgoneta, una Volskwagen California, aparcada la noche anterior en elparking del muelle de Algeciras. Había amanecido y en elpuertoun incesante tránsito de pasajeros aparecía y desaparecía en medio de la bruma. Ernesto aun dormía en la furgoneta abrazado a un cojín marroquí. Natalia comenzó a andar mientras dejaba atrás, uno tras otro, los hangares dondelos ferris hacían sonar sus chimeneas.Se habían despedido ayer de Carlos en Alicante y aún no podía creer que él hubiera accedido a que realizara el viaje con Ernesto, incluso que estuviera de acuerdo. La propuesta de Ernesto había llegado en un momento en el que la relación con Carlos resultaba complicada y tal vez ambos vislumbraron en aquel ofrecimiento la salvación para una convivencia que empezaba a naufragar. La rutina, la falta de motivación en un trabajo que no la satisfacía, la búsqueda de nuevas inquietudes y la actitud de Carlos habían sido los desencadenantes.

Natalia tenía un trabajo temporal como guía turística para agencias de viajes dedicadas a ofrecer turismo de baja calidad. Un empleo mal pagado que no le gustaba en absoluto. Su trabajo consistía en captar turistas ingleses y alemanes para llenar apartamentos de hoteles playeros hasta sembrar las playas del Mediterráneo de un enjambre que atropellaba sin piedad hasta el último grano de arena de la costa. A esto se sumaban los continuos arrebatos de celos de Carlos desde hacía un tiempo, que mostraba sobre todo cuando ella salía a cenar con algún amigo, o pasaba días fuera por motivos de trabajo. Nunca hubiera emprendido esta aventura sola pero Ernesto se había ofrecido dos meses antes para acompañarla. Y ¿quién mejor que él? La atracción que sentíaErnesto por Marruecos rozaba la de una devoción casi mesiánica. Siempre que podía cogía el ferri en Algeciras y se plantaba en Tánger.Era un adulador inflexible de su gente, de los paisajes, de la música, de las mujeres bereberes de las montañas, de los lugareños del desierto y, sobre todo, de las formas infinitas que tiene allí la vida para enraizar ydestilar hasta las últimas gotas de pureza que brotan en medio de una sencilla y, a la vez, dura existencia.

Se sentía segura y capaz de conseguir lo que se había propuesto. No tenía ninguna duda al respecto. Lo que dejaba atrás, al menos durante el tiempo que pudiera durar el viaje, iba a quedar en algún rincón oculto, como un baúl olvidado en un desván. Por primera vez en muchos años tenía un propósito: comprar un riad antiguo en Imlil, una aldea en la zona montañosa de Marruecos, en el gran Atlas. Quería convertirlo en la sede de una moderna agencia de viajes de aventura. Estaba convencida de que no tardarían en llegar turbas de europeos, en su afán de conquistar las cumbres nevadas del Toubkal y en querer recorrer los senderos agrestes y misteriosos de aquellas montañas para pasar unos días envueltos en las costumbres de los pueblos berebere. Volvería a España para dar a conocer su agencia y tal vez las cosas con Carlos cambiarían y comenzarían a funcionar mejor entonces. Eso si todo iba bien en Marruecos, si no se torcían en nada. ¿Quién sabe lo que podía pasar en un país desconocido donde la vida está mezclada con la fantasía y las leyendas? Tenía muchas dudas, tal vez aquel viaje podía cambiar su vida para siempre pero no le importaba.

Ernesto era íntimo amigo de Carlos. Las vidas de ambosdeambularon siemprejuntas: crecieron en el mismo barrio, compartieron los mismos colegios,fumaron juntos los primeros cigarrillos, salieron conlas mismas amigas y solo dejaron de andar por el mismo sendero al tener que separarse para ir a la facultad. Tal impedimentono consiguió romper los lazos de una hermandad que los sujetaba. Natalia en ningún momento hizo esfuerzo alguno para impedir que Ernesto, cuando no estaba en Marruecos, se instalara en su casa. Había tanta confianza entre los amigosqueentendía con naturalidad que quisieran estar juntos, ambos navegaban por la vida en una atmosfera de confidencias. Ella lo consentía con naturalidad no sentía, como sus amigas, la necesidad de tener una pareja sometida a las normas de una convivencia repleta de ataduras convencionales. Podía compartir a Carlos con su amigo, no se sentía para nada relegada cuando Ernesto estaba en su casa. No era una mujer posesiva. Vivir con alguien, para ella, no era someter con promesas a quién amaba. Si Ernesto no les hubiera hablado tanto de aquellas tierras. Noche tras noche ella y Carlos escuchaban embelesados las historias hasta altas horas de la madrugada. Marruecos llegó a estar tan cerca de ella que una de aquellas noches, conclaridad repentina, sintió como una especie de llamada que le presagiaba quesu vida estabadestinada acobijarse en una de aquellas casas de adobe que permanecían inmutables, colgadas entre las rocosas laderas de los barrancos y embrujadas bajo la niebla que por la noche se esparcía en los valles.

No tardó encolarse en la cabeza de Natalia el delirio de una idea.Desde que esta se presentó sin credencial alguna se mostró locuaz y perseverante, hasta hacerse dueña del centro de sus pensamientos. Tanto fue así que ya nada pudo hacer para despegarla de su mente. La idea de viajar a Marruecos se había convertido en una criatura nueva que crecía pegada a ella como una lapa y no la dejaba descansar durante el día y menos aún por la noche.Había que ver a Natalia, pálida y desaforada, deambulando por la casa sin otro rumbo que el que le marcaba, desde su aparición, aquella brújulaendiablada. A medida que pasaban los días, la idea se comportaba de manera diferente como si hubiera cobrado vida propia en su interior. Unas veces la incitaba a dejarse arrastrar, presentándose comoalgo asequibley fácil de conseguir, y otras la incomodaba porque se manifestaba como algo sin sentido, inalcanzable y fuera de los límites de la realidad. Al final viendo que las noches sin dormir la despedazaban por dentro, pues la idea incesante la forzaba cada vez con más trampasa no aplazarunadecisión vaticinada; no tuvo más remedio que plegarse a sus designios. Dos meses después, acompañada de Ernesto, emprendió su viaje a Marruecos. En Imlil cobraría vida una idea revelada a través de un soplo fantasmal.

Natalia, que parecía una mujer ingrávida, caminaba veloz hacia la entrada de la Naviera. Era consciente de las miradas devoradoras de los estibadores hacia sus piernas largas y bronceadas. Carlos le había advertido sobre su ropa antes de salir pero a ella no le importaba, desafiaba el calor con unospantalones vaqueros chaqueteros que dejaban al descubiertolos pliegues de los glúteos queasomaban pordebajo de una costura deshilachada ceñida a los muslos. Llevaba un top con tirantes, dejaba elombligo a la vista de todos cuantos quisieran mirarloy cuantoapenas cubría sus marcados senos redondos y apretados.

Miró el mar que se abría con rabia al fondo del puerto y, al mismo tiempo que el sol se elevaba ya en el horizonte, llegó al edificio donde debía retirar los pasajes para embarcar. Se detuvo un instante para leer el rótulocolgadoencima de la puerta principal -quería estar segura-.Sin duda que era el lugar que buscaba, además el trasiegode una muchedumbre no dejaba lugar a equivocarse. En el letrero, enganchado de una pared deslustrada con desconchonesde pintura, se podía leer con dificultad: TÁNGER. Una de las letrasse había descolgado. Se trataba dela R que pendía al revés sujetade untornilloa punto de caerse; una ligera brisa marítima conseguía balancearla de un lado a otro sin que mostrara ningún tipo de resistencia. Antes de entrar Nataliase tomó un café en un bar en cuyas paredes pintadas de rosa y agrietadas rezumaba humedad del muelle. Era un bar cochambroso que olía a ciénaga, pero cuando le sirvieron el café un aroma como a tierra caribeña la llevó a las tardes espaciosas en que Carlos y ella iban a la Cafetería Madrid, en la esquina de la calle del mar junto a un edificio modernista con paredes repletas de grafitis. Cuando acabó se dirigió a la barra en cuyos rincones crecía el moho, apelotonado entre las fisuras de la madera. Pagó y salió. El aire que flotaba por el muelle le devolvió el olor fresco a mar alejando el cemento pesado de la nostalgia.

Al entrar en la naviera, se encontró con una gran sala antigua, cubierta por una gran bóveda de cristal esculpida de mosaicos que descansaba en innumerables columnas de mármol. La bóveda daba la impresión de envolver un enorme espaciodelque apenas Natalia era capaz de distinguir con claridadlos límites.Un sobresalto la inmovilizó de inmediato al apreciar con mayor precisiónlo que alcanzaba aver consus ojos. Aquella terminalestaba atestada de gente.Colas interminables de marroquíes se alargaban sin fin como hilos de telarañastejiendo una redinmensa a lo largo y ancho de la sala. Al final de ese laberinto, pensó que debían estar las ventanillas de las compañías encargadas de vender los billetes, apenas se las distinguía detrás de esa muralla humana -Natalia se abrumó al contemplar el espectáculo-

¿Qué estaba pasando? Se habían puesto de acuerdo todos en cruzar hoy el estrecho, qué locura. ¿Y ahora qué podía hacer? ¿Cómo no se les había ocurrido? Ernestonole dijo nadacuando partieron, ni un solo comentario al respecto. Qué idiotas estaban. Pero si todos los años pasaba lo mismo en el estrecho. Ningún español era ajeno a aquel circo que, de forma incomprensible, ocurría todos los años durantelos meses de verano y, sobre todo, en agosto. Nadie en España ignoraba las enormes colas que tenían que hacer los marroquíes para cruzar el estrecho a consecuenciade aquel éxodo vacacional, que se repetía año tras año. Atravesabanla península con los coches cargados hasta los topes, con losportaequipajesa rebosar de paquetes,cubiertos con lonasazules sujetas porgomas que daban vueltas alrededor de los petates. Al llegar a Algeciras se encontraban con aquel gran tapón que los paralizaba y los dejaba días y días en tierra de nadie hasta que podían embarcar en un ferri.

Aquel montón de gente formaba un muro infranqueable que, casicon toda seguridad,les iba a impedirsubirse al barco y llegar a Tánger al menos en veinticuatro horas y, eso, si todoiba rodado. Pero ella solo tenía que acercarse a la ventanilla de Balearia y tramitar el embarque para el ferri, no necesitaba hacer una cola interminable para comprar billetes. Los habían comprado un día antes en una de lassucursales de la compañía que se anuncian en la autopista; había varios puestos de venta desde Almería hasta unos kilómetros antes deAlgeciras. En la guía de viajes Lyonelrecomendaban sacar los billetes por internet en Balearia o en Ferris Algeciras, pero Ernesto unos días antes de partir, había dicho que no hacía falta sacarlos por internet, que los podrían comprar al llegar a Algeciras. Si Natalia le hubiese hecho caso y no hubieracomprado los billetes en la autovía, ahora no tendría remedio y lo único que podrían haber hecho habría sidoesperar a que la situación escampara para comprar los billetes. Unos dos días como mínimo de espera en aquel infesto puerto.

Natalia pensaba que Ernesto era un tanto fabulador, lo dejaba todo en manos de lo que pudiese ocurrir, alardeaba de que todo lo que pasaba seguía un curso paralelo a lo que hiciera el hombre en la vida. Por eso lo mejor, decía,era no intervenir y esperar el devenir de los acontecimientos. No acosar al destino era la consigna a seguir para él en todo momento

A ella le costaba creer que estaba atrapada, a pesar de tener los billetes en las manos. No resistía esperar. No tenía ninguna intención de ponerse a la cola. El joven marroquí que le vendió los billetes le dijo:

─Señorita si usted comprar ahora los billetes, no hay que esperar, no cola en Algeciras. Usted llegar a terminal y solo tener que acercarse a la ventanilla, los vendedores dar pasaje y embarcar. Así de fácil, no esperar, usted preferencia por comprar billetes antes, aquí en la autopista.

─No me engañes que te veo venir. ¿Estás seguro de lo que dices?

─Si Shakur mentir, usted poder volver aquí o reclamara la compañía.

Natalia le compró los billetes, ¿qué podía hacer? No tenía alternativa, a Ernesto le daba igual que los comprara o que no. Ahora estaba encantada de haberloscomprado, se pavoneaba sola porque solo con localizar donde estaba la ventanilla de Balearia y llegar hasta allí le bastaba para poder embarcar. Se pavoneaba aunque no estuviese allí Ernesto para mirarla porque no se había dejado arrastrar por su pasotismo. A ella no le gustabaquedarse quieta ante nada. Esa actitud en la gente la considerabaun frágil consuelo para espantar la cobardía.

Con los billetes en la mano, avanzó entre largas hileras de chilabas. A solounos pocos metros lo que eran unas filaslinealesse desdibujaron, confundiéndose sin delimitar un destino claro. La gente serozaba entre ellas, inclusochocabanentre sí y no parecía quedar entre el gentíoresquicio alguno por donde continuar. A medida que conseguía abrirse paso, con cierta dificultad, las hileraseran cada vez menos definidas. Llegó un momento en que se entrelazaron tanto que sus límites, a unoy otro lado, acabaron porconfundirse. Unos pasos más adelante las filas se habían convertido en una especie dedelta ancho donde desembocaba una muchedumbreentrelazada por la espera. Era un caos, no había manerade llegar alas ventanillas, ni tan siquiera desde donde estaba ahora Natalia le era posible distinguir los carteles expositores de los nombres de las navieras. Intentó avanzar entre aquella maraña de gente, pero no pudodar ni un solo paso.

Miró hacia atrás, por si decidía darse la vueltay volver a la furgoneta paradespertar a Ernesto. Estabasegura que aún dormía. Lo mismo entre los dos se les ocurría algo que hacer. Pero al levantar la cabeza contempló que la puerta de entrada había desaparecido. Ahora estaba tapada yoculta,apenas síera capaz de distinguir el arco superior y puede que estuviera equivocada.No era posible saberlo con seguridad, estaba engullida por aquella marabunta.

SINOPSIS

Un mundo ocultolleno de pasiones, celos, sospechas, huidas y traiciones aparecen en la vida de Natalia cuando se embarca en la que será la gran aventura de su vida. Ernesto, amante de Marruecos, le transmite la admiración por la tierra y las formas de vida del mundo bereber. Natalia una mujer joven, emprendedora, alejada de los resortes sociales, hastiada de un trabajo que no está a la altura de sus aspiraciones y de una convivencia con Carlos que se derrumba a medida que pasan los días, se siente cautivada por la magia de las historias que cuenta Ernesto en las noches y decide embarcarse en un arduo proyecto.A medida que avanza su viaje, Natalia podrá darse cuenta que Marruecos no era tan mágico como pensaba. La desconfianza de la protagonista hacia ese nuevo mundo desconocido, hace que el camino se haga todavía más duro. Tras el ataque sufrido y la desaparición de Ernesto, Natalia llega a Imlil y comienza la tarea que la llevó hasta esas tierras: El Rincón del Jazmín.

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