1.
Los tres fantasmas que la acompañaban se quedaron bajo el dintel de la puerta del salón mientras Roberta avanzaba con lentitud hacia su padre, que estaba tumbado cómodamente en el sofá bajo una manta leyendo un libro. En un momento de duda se paró y miró de nuevo a los tres espectros detrás de ella que le indicaron con la cabeza que debía continuar. Con la cabeza baja, reanudó el paso y carraspeó.
–¡Ay, ya estás aquí! ¿Tienes hambre? Te he preparado patatas con costillas para comer –dijo su padre después de que cerrara el libro de golpe y lo colocara sobre la mesilla. Se levantó, se puso las zapatillas de estar por casa y se dirigió hacia su hija para darle un beso.
–Toma –Roberta ni le miró a los ojos.
–¿Qué es esto? –Empezó a preguntar mientras escudriñaba el papel que le acababan de dar– Parece un examen de mates… ¿Un cuatro? ¿Has sacado un cuatro?
Ella intentó pronunciar un ligero “Lo siento”, pero no pudo. Su padre, en cambio, bajó el tono de su voz, haciéndola aún más grave y profunda. Algo que siempre estremecía a Roberta.
–¿En qué habíamos quedado, Roberta?
–Que tenía que aprobar todo.
–Mira, Roberta, ya sé que estamos pasando por momentos difíciles pero me lo prometiste a mí y, sobre todo –Respiró profundamente–, se lo prometiste a tu madre.
–Lo sé –suspiró.
–Entonces, ¿por qué?
–No puedo decírtelo.
–¿Cómo? ¿No puedes decírmelo?
–No… –Por fin Roberta levantó la cara y miró a su padre a los ojos. Quería contárselo todo, como siempre hacía, pero se mordió la lengua y se quedó muda. Había prometido no hacerlo.
–¿Es por culpa de un fantasma?
–No. Bueno, sí.
–¡Otra vez con los fantasmas! –Ahora sí que empezó a elevar la voz–. Mira, no me vengas con los dichosos fantasmas, que ya me sé la historia. ¿Qué es esta vez? ¿Quieren hablar con los familiares? ¿No saben pasar al otro lado?¿No se deciden si a ir hacia la luz o huir de ella?
–¡No es eso! –Ahora es Roberta la que gritó mientras de sus ojos brotó una lágrima– ¡No es tan fácil! Esta vez no.
–A ver, hija mía. Yo te apoyo con esto de los espíritus y eso, pero, ¿qué es lo único que te pedí cuando me lo contaste?
–Que no afectara a mis estudios –Y Roberta volvió a mirar al suelo.
–¿Y qué ha pasado?
–Lo siento mucho.
–Ya tienes catorce años y tienes que empezar a ser más responsable.
En eso una de las tres figuras que estaban aguardando en la puerta se acercó a Roberta y le dijo unas palabras al oído.
–Papá. El yayo me dice que tú también suspendiste alguna cuando tenías mi edad.
–¡Qué gracioso! Si está aquí el abuelo. El que faltaba. ¿Y qué hace aquí?
–Pues me está ayudando un montón con los demás fantasmas. Entre ellos se entienden mucho mejor, ¿sabes?
–No lo dudo –Alzó el dedo índice y empezó a girar sobre sí mismo sin saber muy bien dónde apuntar–. A ver, ¿dónde estás?
–Está justo detrás de mí –Su padre dejó de girar apuntando hacia Roberta. Ella asintió.
–A ver, abuelo… digo, papá. ¿A qué has venido aquí? ¿A ayudar o a despistar a tu nieta de sus estudios? –El fantasma se agachó para hablar con Roberta.
–El yayo dice…
–El yayo no tiene que decir nada. Ahora el que hablo soy yo. Abuelo, ya que te has dignado a aparecer, preocúpate de que tu nieta estudie para los exámenes. Es lo mínimo, ¡vamos, digo yo! –El fantasma del abuelo regresó abatido a la puerta del salón–. Y así no tendríamos estos problemas. ¿No estabas muerto? Pues eso.
–Jo, no seas así. También me ayuda a mí y me hace compañía desde que… –Roberta paró de hablar.
–Eso está bien, pero no lo hace con las matemáticas, ¿verdad? Mira, hija mía –El timbre de la puerta le interrumpió resonando con fuerza en toda la casa–. Y ahora, ¿quién será? –El timbre sonó y volvió a sonar varias veces–. ¡Por Dios! ¡No! Si no nos van a dejar en paz.
Roberta se dirigió corriendo a la entrada de la casa, mientras el abuelo acompañaba a los otros dos espíritus a tomar posiciones justo debajo del perchero.
–¿Quién es? –preguntó antes de abrir la puerta.
–Soy el vecino del cuarto. Quería verte, Roberta, para…
El padre apareció justo detrás de su hija y sujetó la puerta para que esta no se abriera completamente.
–Hoy no hay Roberta que valga, ya te voy diciendo.
–¡Déjame a mí, papá! –Y volviéndose hacia donde estaba uno de los fantasmas que acompañaban al del abuelo–. ¿Es él? –Con un gesto afirmativo como respuesta, retornó a la persona que esperaba en la puerta –. Dime, porfi.
–Mira. Es súper, mega importante. Mi madre acaba de fallecer…
–Sí, lo sé. Estoy aquí con ella. Adelante.
–¿Sí? Pues quería saber si…
–¡No aguanto más! –Explotó el padre–. No hace falta que se lo diga mi hija. Ya se lo digo yo. Su madre sabía que usted es homosexual –Los ojos del vecino se abrieron como nunca lo habían hecho–. De hecho, todos lo sabemos. No pasa nada. Mire, su madre le quería mucho, mucho. Y le perdona, ¿vale? –Su interlocutor no supo cómo contestar–. Y ahora, ¡déjenos tranquilos! ¡A tomar viento fresco!
–¡Papá, no! ¿Qué has hecho? Lo estás fastidiando todo –Y, volviéndose hacia donde estaban los fantasmas–. Señora Marcelina, ya hablaremos sobre esto. No se me esfume, ¿vale? Y, abuelo –Giró un poco la cabeza–, retenla. Que no se nos vaya, porfi.
El ruido de la puerta al cerrarse de golpe retumbó en todo el edificio. Y dirigiéndose hacia su hija, la apuntó con el dedo.
–Y, señorita, tú y yo aún no hemos terminado.
–¡Jo, papá! No deberías…
–Ni papá ni papá. De momento te vas a tu cuarto y te pones a estudiar. Y no vas a salir hasta que apruebes la recuperación del examen. Porque hay recuperación, ¿verdad?
–Sí, la semana que viene.
–Fantástico, pues toda la semana en la habitación. Castigada sin salir. Es más, llévate al abuelo y al resto de sus amigos fantasmas contigo que, aunque no los vea, me da un poco de yu-yu saber que están aquí.
–¡No es justo! –No pudo reprimir una lágrima cayera por su mejilla al tiempo que dio una fuerte patada al suelo– ¡Toda la semana! ¡No puedo, papá! Justo ahora no. Por favor… Ojalá te pudiese contar… ¡Tengo que poder salir!
–Me da igual lo que digas. Te vas a quedar en casa estudiando. Además, mira, se me ocurre, ¿por qué no llamas a Einstein para que te dé unas cuantas clases particulares?
–¡Te odio!
Roberta se fue corriendo a su habitación, se tumbó en la cama, agarró la almohada y escondió su cara en ella.
–¡No es justo! ¡No es justo! Ahora, precisamente ahora. ¿Y qué voy a hacer? –Los espectros tuvieron que cruzar las paredes para llegar donde estaba Roberta y la rodearon– Vosotros, dejadme tranquila un momento, porfi.
Los fantasmas dieron un paso atrás y se quedaron quietos en una esquina de la habitación mientras ella permanecía en la cama. Unos minutos después su padre entró en el cuarto más calmado, se sentó junto a su hija y le dio un beso en la cabeza.
–Roberta, mírame, cariño. Perdóname por haberme puesto así antes. Tampoco es fácil para mí la situación. Hace poquito que estamos solos tú y yo y siento mucho no hablar del tema. No es fácil para mí. Me duele un montón –La cogió de la mano y se la apretó–. Además, no tengo ni idea de lo que debes estar pasando con eso de ver espíritus. Pero eso no había afectado antes a tus estudios y quizás me haya pasado un poco. Eres tan buena que has puesto todo tu esfuerzo en ayudar a esos fantasmas. Y eso es bueno, muy bueno. No hay mucha gente como tú en este mundo y no dejes nunca de serlo. Pero eso no debe afectarte a tu vida ni a tus estudios. Tienes que encontrar el equilibrio. Ayudar a los demás pero sin perjudicarte a ti misma. ¿Lo entiendes?
Roberta se levantó y dio dos besos a su padre.
–Venga, cuando quieras vamos a comer.
–No tengo hambre papá. Prefiero quedarme aquí.
–Como quieras.
Ya sola en la habitación, Roberta se levantó, se fue a su mesa de estudio y abrió el libro de matemáticas, pero no le prestó mucha atención. Los fantasmas la siguieron.
– No, ahora no. ¿Lo hablamos luego, Señora Marcelina? Además, lo suyo no tiene ninguna importancia. Señor Manolo, ya encontraremos a su mujer, no se preocupe. Y, yayo, ¿te quedas tú con ellos y les haces compañía un rato? Ahora tengo que pensar.
Y mientras ella se ponía los auriculares, los espectros se acomodaron en la cama. Les tocaba esperar. De repente, otros dos se materializaron en la habitación. Uno de ellos no paraba de llorar y el otro intentó tocar el hombro a Roberta pero se lo atravesó. Ella se estremeció al instante. Se quitó los auriculares y se dio la vuelta.
–Mamá, ya estás aquí. ¡No sabes cuánto me gustaría poderte abrazar!
–Lo sé, mi amor. Es lo que más me apetece en el mundo. Gracias por no decirle a papá que he vuelto. Ya sabes que me tienes que ayudar a mí y, sobre todo, a ella.Te necesitamos. Es la hora.
Sinopsis:
Roberta es una niña que tiene la capacidad de ver fantasmas y le gusta ayudarles por cualquier motivo, hasta que, justo antes de un examen de matemáticas, ve a su madre, recientemente fallecida. Esta le pide su colaboración con otro espíritu, el de una niña llamada Ángeles, que no ha muerto de causa natural. Así se embarcan las tres en una aventura para desentrañar la madeja y encontrar al asesino de Ángeles. Además contarán con el apoyo del padre de Roberta y del Teniente González de la Policía, que es el encargado del caso.
Roberta y sus fantasmas es una novela para todos los públicos, pero dirigida quizás más a un público juvenil, donde se mezclan fantasmas y asesinatos con bastante comicidad pero sin olvidar las consecuencias tristes de perder a seres queridos.
Espero os haya gustado y que queráis seguir leyéndolo.
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