– Hay seres humanos que no pueden ir a Fantasia -dijo el señor Koreander-, y los hay que pueden pero se quedan para siempre allí. Y luego hay algunos que van a Fantasia y regresan. Como tú. Y que devuelven la salud a ambos mundos.
(Michael Ende, «La historia interminable»)
I
Recobro la conciencia en una elegante sala de espera. Los sillones son cómodos y mullidos. Hay varias revistas de psiquiatría derramadas casualmente sobre una de las mesas laterales. También distingo otras sueltas como el National Geographic, el Hola e incluso un catálogo de muebles de jardín. Deduzco que estoy en la consulta del psiquiatra (llamadme astuto) aunque no es como había imaginado; muebles sencillos pero caros en vez de pomposo mobiliario rococó, ventanales amplios y en la pared una sola pintura bien iluminada de un bodegón formado por frutas en claroscuro, en lugar de láminas con tests de rorschach de formas grotescas en las que probablemente hubiese acabado encontrando algún pene.
Recuerdo haber pensado en solicitar una cita, pero no recuerdo haber llevado a cabo el pensamiento. Maldigo estar buscando una solución por medio del problema a esta tara y decido dejar la mente en blanco mientras ojeo un ejemplar de Muy Interesante que habla del primer bar aéreo del mundo en un sitio llamado “Futuroscope”
No sé cuánto tiempo llevo ahí sentado en completo silencio, cuando la puerta que está justo a mi derecha se abre. Hasta ahora no me había fijado en que hay cinco puertas que dan a esta sala. Creo que son muchas, pero no opino nada. En realidad me la suda. He venido a lo que he venido ¿no? –Sea lo que sea eso…-
- -Soy la doctora Fonollosa –dice con un susurro- Por favor, pase.
- Ver a la doctora me deja en un extraño estado. Su cara me es tremendamente familiar, pero no consigo ubicarla. Me levanto sumisamente y la sigo al interior de la habitación contigua.
Ella empieza a hablar después de que ambos tomemos asiento y me hace algunas preguntas que contesto mecánicamente, pero mi mente se ha escindido en dos y sólo puedo prestarle atención a la parte que trata desesperadamente de ubicar ese bello y elegante rostro y esos movimientos firmes y suaves en el gran tapiz en el que está tejida mi existencia, mientras la otra responde –sepa dios qué- e interactúa con la doctora. - -Disculpe ¿Qué estaba diciendo?
- -Decía que es usted ingeniero y trabaja en A2K4
- -Correcto
- -¿Y en qué consiste su trabajo exactamente?
- -No estoy muy seguro
- -¿No sabe cuáles son sus funciones en la empresa?
- -Lo siento ¿qué?
- -¿No ha escuchado la pregunta o no la ha entendido?
- -Pues hombre, yo…
Ése es uno de los problemas de sufrir este tremendo agotamiento mental. Ya no soy capaz de seguir varios procesos simultáneamente, ni siquiera algo tan sencillo como una conversación y una pequeña búsqueda de información entre mis recuerdos. Quiero irme a casa, prepararme un batido de chocolate (a ser posible con un montón de ron) y acostarme hasta que sea mañana.
Decido volver a unirme con la parte que trata de articular respuestas para la doctora y silenciar a la que se encuentra en un perplejo estado de Déjà vu incompleto. Para cuando lo consigo la conversación ha avanzado bastante y ella probablemente cree que soy retrasado.
-¿Y desde cuándo tiene estos vacíos señor Marrajo?
Duk Marrajo es el nombre falso que uso en internet cuando quiero permanecer en el anonimato, para reírme de los famosetes en twitter, o para evitar infames ofertas de una nueva compañía telefónica. No sé por qué carajo habré dado ese nombre para acudir al psiquiatra.
-No puedo darle una respuesta precisa a esa pregunta sin caer en un error de aproximación evidente o faltar a la verdad…
(Creo que mi intento de no parecer estúpido, me está llevando justo en dirección contraria).
-Comprendo…
Ambos nos miramos en silencio. Trato de adivinar qué estará pensando ella; si me está psicoanalizando o simplemente calculando la cantidad de medicación que debe inocular a mi cerebro para salvarme de mi mismo. Mantengo mi cara de póker. Tiene un rostro perfecto, con facciones marcadas pero dulces, el pelo castaño claro a la altura del cuello en perfecta simetría, labios abundantes y ojos color miel que me observan de forma aséptica con expresión inviolable.
No sé cuánto le estoy pagando, pero creo que lo mismo hubiera dado que emplease ese dinero en comprar laxante para gaviotas y dejar que volasen en círculos sobre mí durante un par de horas. Sonrío ante ese pensamiento, tal vez lo haga en mis próximas vacaciones, aunque para que vuelen sobre otros preferiblemente, claro.
Respiro hondo y opto por centrarme en recuperar la inversión.
-Sinceramente doctora, no sé cuánto tiempo hace que me pasa, al principio creo que ni siquiera era consciente, simplemente trozos de mi memoria quedaban en blanco, como si alguien le preguntase ahora qué desayunó usted la mañana del sábado de hace tres semanas.
-Tostadas con tomate natural y café solo.
-¿En serio?
-Desayuno lo mismo todos los sábados desde hace años.
-Ya veo…
-Pero entiendo a dónde quiere llegar, por favor, continúe.
-Pues, creo que fue empeorando gradualmente, ahora mismo, no es que simplemente olvide cosas, es que pierdo horas completas de mi vida, por ejemplo, no estoy seguro de cómo he llegado hasta aquí, ni siquiera de haber concertado la cita. De repente estoy en el trabajo y “desaparezco” como yo lo llamo, para “recuperar la consciencia” en casa frente a un plato de macarrones con choringa…
Empiezo a acelerarme al hablar. Este tema me pone muy nervioso y hasta ahora no lo he hablado directamente con nadie, incluso me pongo excusas a mi mismo cuando lo pienso al tratar de dormirme
(Igual he matado a alguien…)
-Disculpe que use esos términos –Continúo. – No tengo ni idea de si son los correctos o no, pero no se me ha ocurrido ninguno mejor.
– Es decir, usted es consciente de esos vacíos que tiene su memoria
-Así es, o eso creo.
– Entonces es un progreso con respecto al principio.
-¿Cómo puede ser un progreso?
-Usted ha dicho que cuando empezó simplemente se iba borrando información de su registro, y ahora es consciente de que de algún modo, esa información no llega a grabarse.
-Er… pues no lo sé.
-Es un caso curioso, realmente.
-Me da igual lo curioso que sea, lo que me interesa es saber si estoy a punto de ser enviado a una caja de locos con un uniforme que se abroche por detrás y cubiertos de plástico.
-Eso depende de a qué se dedique exactamente en los momentos que tiene en blanco.
-No creo que sea buena idea preguntárselo a mis vecinos o a mis compañeros de trabajo.
-Podemos probar con unas gafas con cámara incorporada, podría imprimirle unas cuando acabemos la sesión
-Están prohibidas en mi empresa, por políticas de confidencialidad.
-¿Ni siquiera por prescripción médica?
-Ni siquiera, pero aún así no sabría cómo explicar que mi psiquia… mi… mi…
De repente, las ruedas de engranaje que habían estado chocando y chirriando en mi cabeza durante todo este tiempo como autómatas de movimientos repetitivos se quedan completamente inmóviles. Una claridad suave inunda todo mi pensamiento.
-Tú… eres Laura, ¿verdad?
Ella sonríe con suavidad y asiente despacio
-Has tardado mucho en reconocerme.
-Te has cambiado el apellido
-Y tú todo el nombre
-No exactamente.
Lo recuerdo todo; una historia demasiado triste. Laura fue mi mejor amiga durante una gran parte de la infancia y adolescencia. Íbamos juntos a las reuniones de boyscouts donde conoció a su novio, Marcos, el que más tarde sería su marido. Para entonces yo había dejado de ir con el grupo y habíamos perdido mucho contacto. Fueron novios durante casi 7 años y al año de casarse a Marcos le diagnosticaron leucemia. Fulminante. En menos de 6 meses tuvo que ser hospitalizado y murió a las dos semanas.
Me arrepentí de no haber ido a visitarlos cuando aún estaba a tiempo, y es algo que nunca ha dejado de lacerarme eventualmente a lo largo del tiempo. Cuando quise hacerlo ya fue demasiado tarde, Marcos no estaba y Laura se había ido de la ciudad, se había cambiado el nombre y había eliminado todo contacto con su pasado.
Y ahora está ahí, sentada mirándome con sus grandes y silenciosos ojos mientras yo hablo de mis trastornos y parezco gilipollas. Las palabras me escuecen en la garganta con el lacrimal palpitante y atascado. La miro y no puedo apenas moverme.
Lentamente me esfuerzo y con la lengua seca y ardiendo voy empujando las sílabas.
-Si…siento lo de Marcos… quise ir, fui dejando el momento y… y…
Me cuesta continuar, noto como me arden los ojos desde dentro y trato de contener las lágrimas. Ella me detiene.
-Es parte del pasado, pensé en ti allí en la cama en muchos momentos que se hicieron difíciles, pero lo entiendo. Nunca te guardé rencor, y además, ya había pasado mucho tiempo.
En ese momento me desvanezco de nuevo. No queda ni vacío a mi alrededor.
Cuando recobro la consciencia es de noche. Tardo unos segundos en orientarme. Estoy en mi cama y observo distraídamente los restos de un batido de chocolate en un vaso recién imprimido sobre la mesita de noche.
Y de pronto noto tanta luz en mi cerebro que si fuese una foto podría ponerle por nombre “El Mesías ha llegado a la tierra”. Los engranajes que habían detenido su traqueteo caótico ahora finalmente encajan con un “clic” metálico y seco. Recuerdo a Laura. Recuerdo a Marcos. Y por encima de todo, recuerdo que fue Marcos quien se cambió de nombre y se marchó de la ciudad, y que fue Laura quien murió de Leucemia en un hospital antes de cumplir un año de casados.
II
Al despertarme ya es por la mañana, la alegre luminosidad del sol entra por el ventanal y me suelta un guantazo en la cara al abrir los ojos.
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