1. EL PSIQUIATRA Y EL PROFESOR

Disfrutaba de su taza de café, sobre todo al pensar en que no podría tomar otra hasta la semana siguiente: era la dosis prescrita para conservar su esperanza de vida de 105 años. Estaba en el casi desierto comedor del Complejo, sentado en una de las mesas que daban a los grandes ventanales. Contemplaba el horizonte limpio y repleto de espesas nubes que se desplazaban veloces, mientras apuraba el café con calma, saboreando cada molécula a la vez que su olfato se saturaba de aromas, en una mezcla de sensaciones que le parecía perfecta. Marc no quería que se acabara.

Esta vez el café era brasileño, estaba casi seguro, se había hecho todo un experto ya a estas alturas. Nada más agotar la genial infusión, pensó inevitablemente en el tabaco, sustancia prohibida por lo nociva que había sido para la humanidad a lo largo de la historia.

Volvió a su compartimento y nada más entrar pidió al comunicador la información meteorológica. De inmediato, se desplegó ante él una espectacular imagen del planeta desde el espacio en tiempo real, con todos los datos disponibles en los sistemas mundiales. Pero a él sólo le interesaba una de las miles de variables que tenía ante sí: el viento que había en ese momento en el Complejo donde residía. Sonrió cuando vio que era de 65 km/h, y decidió que tenía que llamar a Álex, el profesor.

Pulsó la clave personal de su amigo en el comunicador y la representación de la Tierra fue sustituida por la jovial imagen del viejo, que vivía dos plantas más arriba.

—Hola, Marc. ¿Cómo te encuentras? —dijo la proyección casi real del profesor.

—Muy bien, Álex. Te llamaba por aquel asunto, si tendrías un momento para que lo veamos.

—Vale, Marc —respondió el viejo, tras pensarlo durante un instante. —Dame 5 minutos y nos vemos donde siempre.

—De acuerdo, voy yendo hacia allá.

Sabía, como era público, que todas las comunicaciones se grababan en los Archivos del Gobierno Mundial, por lo que tenían que ser precavidos. Pero por la costumbre, lo hacían casi sin pensar.

Tras desvanecerse la imagen en el centro del salón, Marc se puso la cazadora térmica, hacía 3 grados en el exterior, y salió del compartimento en dirección a la planta superior. Era una zona que ningún vecino solía utilizar.

Había amanecido una hora antes y al salir al exterior sintió en la cara el frío viento del Mar del Norte.

Mientras esperaba, pensó en Álex, y en que a pesar de los más de 30 años que se llevaban, habían congeniado desde el principio. Le daba mucha confianza, como si le conociera de toda la vida. Coincidió con él en su primer día en el Complejo, dos años atrás. Estaba familiarizándose con todas las instalaciones, y acabó en la planta superior descubierta. No figuraba en los planos, pero explorando el último piso vio una puerta al final de una pequeña escalera metálica. Comprobó que la puerta no estaba cerrada, salió y se encontró con un auténtico mirador de toda la zona.

Y allí le vio por primera vez, estaba de espaldas y con los codos apoyados en la barandilla. Le llamó la atención la humareda que parecía salir de él, disipada casi al instante por el fuerte viento. Nunca había visto nada semejante, pero no se asustó, siguió observando con curiosidad la escena durante unos segundos. Se acercó a él y el hombre se volvió sobresaltado, como si no esperara encontrarse con alguien. Se fijó en que tenía algo en la mano izquierda, que intentaba ocultar, pero cuando el viejo se dio cuenta de que ya no tenía sentido fingir, le explicó a Marc lo que estaba haciendo. Se trataba seguramente de una especie de delito contra la salud, y esperaba que no lo denunciara, al fin y al cabo no hacía mal a nadie, salvo a sí mismo quizá, le dijo justificándose como un niño pillado en plena trastada.

Marc no entendía por qué lo hacía, siendo algo prohibido y además perjudicial. El viejo intentó hacerle ver que se trataba de algo irracional, que simplemente le gustaba y que fumaba desde mucho antes del inicio de la Edad Superior. También, y quizá como motivo principal, le dijo que era la única rebeldía que se permitía, y que era posible que el propio sistema de salud lo consintiera. Marc tampoco entendía muy bien el concepto de rebeldía en el contexto de la conversación.

Al cabo de unos minutos apareció Álex, inspeccionando meticulosamente toda la planta con la vista.

—Marc, ¿comprobaste el viento?

—Sí, me he asegurado de que es superior a 60 km/hora —respondió Marc. Esa velocidad era la mínima a partir de la cual los sensores aéreos de contaminación no podían detectar el humo del tabaco.

—Perfecto —dijo el viejo mientras se frotaba las manos con satisfacción. A Marc le encantaba ese gesto, que sólo lo había visto en él.

Observó con recelo de nuevo todos los alrededores, mientras sacaba dos cigarros artesanales del bolsillo delantero de su mono, junto al encendedor. El viejo se agachó al abrigo de su cuerpo y encendió los cigarros, pasándole uno de ellos a Marc.

Nunca le había pedido que le explicara cómo y de dónde obtenía el tabaco, no quería ponerle en ese compromiso. Pero tenía claro que habría muchas más personas implicadas.

—Este tipo de tabaco te va a saber algo fuerte, así que aspíralo con menos ansias por si te pica en la garganta —le dijo el viejo al observar cómo daba la primera y profunda calada, mientras con sus manos le pedía calma.

—Ah, es verdad, dijo Marc, mientras empezaba a toser.

—Por cierto, lo del tabaco está complicado, no sé cuando podré conseguir otra partida. Aún me queda para unos 10 cigarros, o sea, más menos un mes para los dos, si acompaña el viento, claro.

Mientras Álex le daba los malos augurios, se fijó en su expresión. Le parecía que últimamente estaba envejeciendo más rápido, pero mantenía una especie de aura joven, difícil de explicar y concretar. Vestía al estilo de la gente de su edad —un sencillo mono integral de carbono, siempre personalizado en tonos oscuros—. Lo único que llamaba la atención de su aspecto era su escasa barba blanca, fuera de toda la moda actual, además de las gafas de nácar para corregir su miopía, que ya nadie usaba gracias a la cirugía. ¿Serían también otras rebeldías?, se preguntó Marc mientras seguía fumando con ansias.

Apuró el cigarrillo con bocanadas profundas, sin dejar de vigilar si su procesador detectaba alguna anomalía en sus constantes vitales. Álex más acostumbrado, no se preocupaba, sabía cómo aspirar el humo sin despertar alarma alguna.

Se le veía pensativo y Marc le preguntó si le pasaba algo.

—Estoy bien, sólo algo nervioso, una de mis nietas vendrá a la ciudad la semana próxima por unos días. Quiere que nos veamos, y me resulta extraño. Según sus mensajes, está muy interesada en el trabajo que estoy haciendo —dijo el viejo mientras parecía seguir cavilando.

—No me has hablado nunca de ella —dijo algo sorprendido Marc.

—Bueno, ya sabes, los lazos familiares ahora no dejan de ser puro formalismo, reminiscencias del pasado —repuso Álex, como queriendo cerrar el tema rápidamente.

—Ya, no está muy bien visto. Yo apenas tengo relación con mis padres, viven lejos y sólo me preocupo por saber que están bien. —Tampoco era su tema favorito de charla, así que cambió de conversación.

—¿Cómo llevas el libro, Álex? —le preguntó con interés, siempre que se veían lo hacía.

—Con muchas dificultades, contestó el viejo. —La documentación de la época que me interesa está muy fragmentada, dijo lamentándose. —Pero no me rindo, es casi la única motivación que tengo en estos momentos, prosiguió. —Ya sé que tú eres técnico y no estás en estas cosas, pero el problema es que hay tantas Historias como países había, y casi tantas como historiadores. Mucho que desbrozar entre tanta milonga y antiguos prejuicios nacionalistas —dijo a la vez que sonreía con complicidad.

Marc observó que ahora se animaba un poco, se le habían iluminado sus pequeños y oscuros ojillos, a la vez que hablaba más deprisa. Estaba claro que era su pasión, a la que estaba totalmente entregado, y que no debía tener muchas oportunidades de comentar con otras personas. Un trabajo solitario, de corredor de fondo, según le había oído decir alguna vez.

Álex era historiador y llevaba tres años inactivo, desde que el Gobierno decidiera suspender la enseñanza de Historia de la época inmediatamente anterior a la Edad Superior, con el objetivo de poner orden sobre las múltiples versiones de lo ocurrido. Había llegado a ser el responsable de una de las facultades de Historia reciente, y debido al replanteamiento gubernamental, fue sustituido por un compañero mucho más joven, de quien había sido mentor.

Ahora todos sus esfuerzos —más de 10 horas diarias— se centraban en el libro. Se trataba de un proyecto personal, pero del que tenían conocimiento las autoridades universitarias, y que de alguna manera patrocinaban facilitándole recursos y un pequeño despacho. Su estudio se centraba precisamente en una parte de lo que el Gobierno había puesto en cuarentena: los factores detonantes de la Gran Crisis de 2041. El resto de su escaso tiempo libre, aparte del sueño, de la alimentación y del ejercicio preceptivo, lo ocupaba en la lectura llamada de ficción y a escuchar música antigua, de la que era un gran coleccionista.

—Bueno, Álex, he de irme ya al Centro, te dejo y gracias por el cigarrillo. Ya quedaremos —le dijo con algo de prisa— y a ver si me presentas a tu nieta cuando venga a verte —le propuso a la vez que le guiñaba un ojo con picardía, otro gesto que había copiado de su amigo.

—Gracias a ti por acompañar a este viejo gruñón —le respondió con una leve sonrisa cómplice. —Ya te avisaré, la verdad es que tengo cierta curiosidad, no he hablado nunca con ella aunque sé casi todo de su vida por los rastros sociales que ha ido dejando.


Sinopsis:

En un futuro, el Gobierno Mundial trabaja por la felicidad humana como único objetivo. Y el medio más importante para conseguirlo es la salud de la gente y del planeta.

Se han llegado a cubrir todas las necesidades de la población, se ha eliminado la contaminación y el nivel sanitario ha alcanzado unos niveles como nunca antes se habían conseguido.

Pero, como siempre, no todo es perfecto.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS