«Mis Mil Vidas + 1»

«Mis Mil Vidas + 1»

Delia Roca

26/03/2018

Hoy es un día bien diferente a todos los demás; tras una ducha, mientras desayunaba con mi familia hemos mantenido una larga e intensa conversación que nos ha llevado a tomar una delicada y sabia determinación. Yo he dilucidado al fin confesarles mis más supremos secretos y ellos, aunque sorprendidos y hasta estremecidos por lo que les he contado, queriéndome dar su mayor apoyo me han ayudado a tomar una intrincada resolución a la que creo que no habría podido enfrentarme yo sola; bien es cierto que ese es el cometido de la familia ¿no? Están para ayudarte en los momentos más complejos por los que puedas pasar, no únicamente para sonreír y ya.

Tengo esa suerte, la confianza de poder hablar con ellos sin miedo pese a ser algo que me ha llevado un tiempo hacer porque me asusta demasiado, no puedo negarlo. La realidad de la vida es que nadie es capaz de vivir engañándose a uno mismo por mucho tiempo y a su vez ser feliz; fingir e incluso llegar a embaucar a otros es relativamente sencillo, pero ¿a sí mismo? ¡Aquí ya la situación cambia por completo! Y yo quiero tener la oportunidad de ser feliz, motivo por el cual he afrontado el problema y he buscado tanto el consejo como el refuerzo de mis seres más queridos.

La decisión está tomada. Es hora de preparar mi maleta, de meter en ella todo lo que necesito para el arduo viaje que emprendo hoy mismo. Dentro llevo algo de ropa, un neceser con lo básico y por supuesto, lo que más imprescindible encuentro en este momento: algunas fotos de mi familia y mis amigos más cercanos, justo aquéllas que más memorables me resultan; las que tengo grabadas más vivamente en mi cabeza por la refrescante ternura que traen a mi recuerdo. También llevo mi bolso, únicamente con mi documentación en él y mi teléfono móvil. No necesito nada más o al menos así lo creo.

El siguiente paso es concederme mi mayor deseo antes de que comience a transitar el camino que me espera por delante. Nos montamos los cuatro en el coche y emprendemos la ruta hacia mi lugar favorito del mundo con una fabulosa música de jazz elegida como nuestra compañera de trayecto. Todos coinciden en que es mi día y antes de llegar a mi destino se desviven tanto como son capaces en hacer que hoy sea muy especial para mí: para darme aliento, para decirme que me quieren y que están conmigo ocurra lo que ocurra.

Llegamos a la entrada de lo que parece un simple restaurante de carretera y que, sin embargo, para mí es como un hogar; en verdad creo que lo es para todo aquel que tiene la suerte de encontrarlo y atravesar sus puertas. Situado en la carretera que va desde Soto del Real a Miraflores de la Sierra se encuentra un establecimiento que te recibe con el amor de todos quienes dentro se encuentran y con una agradable comida casera. Su nombre en un cartel grande a la entrada “La Perola” ya lo dice todo sin necesidad de explicación alguna, pero lo pienso decir igualmente: Tiene el aroma del cariño impregnado, el carisma y el sabor de hacerte sentir en casa; es el mismísimo deleite de la propia morada y a su interior acude gente tan dispar como puede serlo la vida misma.

Nada más vernos en la puerta Jesús sale a recibirnos con su amabilidad eterna, con una amplia sonrisa en su cara y un cariñoso abrazo como aquel que recuerdo la primera vez que estuve aquí siendo tan sólo una niña que celebraba su octavo cumpleaños. ¿Cómo no iba a ser mi restaurante preferido si siento que ellos forman parte de mi propia familia? Entramos siguiéndole hasta una mesa en el salón de arriba saludando por el camino a todos los camareros con los que nos encontramos y que por supuesto saben quiénes somos. Jesús nos coloca justo al lado de la ventana. ¡Cómo me conoce! Sabe que adoro mirar hacia fuera o sentarme en la terraza si hace buen tiempo. Tomamos asiento y antes de darnos cuenta ya tenemos a uno de los camareros de siempre que nos trae cuatro chapatas individuales y una cazuelita de morcilla de León sin siquiera habernos preguntado, cuando viene a tomar nota de nuestras bebidas. Yo sonrío agradecida y entusiasmada, seguro que en cuanto me han visto entrar en el restaurante han pedido que me la prepararan. Adoro esa morcilla y cómo les queda de rica aquí ¡siempre es lo primero que pido y todos, sin excepción, están al tanto de ello! Quiero suponer que únicamente con lo que acabo de contaros entendéis que me encante este sitio, sería imposible que fuese de otra manera, pero además es que en mi cabeza yo reparo en que este lugar es lo más auténtico de mi vida, tal vez sea incluso lo único.

Es una comida tranquila durante la cual charlamos como si fuera un día cualquiera, aunque yo puedo ver en los rostros de mi familia su pesar y el esfuerzo que están haciendo para tratar de evitar que se les note. Imagino que si yo estuviera en su situación intentaría hacer lo mismo, así que trato de ayudar como puedo: bromeando, contando anécdotas de las que tan fijadas están en mi cabeza y que he vivido, en las que creo con todas mis fuerzas porque puedo sentirlas hasta en lo más profundo de mi ser, porque puedo rememorar con una claridad meridiana cada una de las sensaciones que me produjeron en su momento y que, inclusive ahora mismo puedo experimentar igual que si estuviera viviéndolas en este preciso instante, pero… Ahí está otra vez esa sensación, esa extraña percepción que tengo y ese sinsabor amargo que ahora escondo sin querer mentarlo delante de ellos de nuevo: mi mayor temor; una tortura que oculto tras mi sonrisa al igual que lo hace mi familia. No sé a quién le cuesta más ni quién lo está pasando peor en este lapso de tiempo, por muy placentero que sea cada bocado que tomamos todos sabemos lo que viene después. Únicamente disfrutamos todo lo que podemos sacando nuestro mayor coraje a la luz y empleando toda nuestra energía en hacer que esta reunión inolvidable sea un gran recuerdo para la posteridad; algún día podremos reírnos de esta situación, así lo creo o lo espero porque ése es mi único consuelo.

Es por esa misma razón que cuando Javier, el dueño, aparece para ver qué tal va todo le pido que nos haga una foto a los cuatro con mi móvil, es otra de esas imágenes indispensables que deben venirse conmigo allí adónde voy: para no olvidar, para darme fortaleza y ser mi estímulo para no fracasar en lo que tengo que hacer. Él tan encantador como siempre nos la hace gustoso, platica brevemente con nosotros y luego sigue atendiendo otras mesas. Poco después terminamos de comer, pagamos y nos despedimos de todos.

Para mí es una situación de lo más confusa. No tengo la menor idea de cuándo podré volver a venir aquí, como a ellos no les hemos contado nada en absoluto de lo que está sucediendo me parece irme sin despedirme como me gustaría y siento que esa situación despedaza cada uno de mis sentidos ¿Y si nunca puedo volver a este lugar? ¿Me habría ido de aquí entonces sin decirles tantas cosas…? ¿Sin siquiera un adiós de verdad? Son algunas de las dudas que me van rondando por la cabeza mientras nos subimos al coche y en cuanto mi padre arranca y empezamos a alejarnos puedo apreciar que mi alma se va resquebrajando lentamente y como mi corazón parece deshacerse dejando una parte de sí mismo atrás. Yo miro por la luneta trasera el cartel que se va volviendo cada vez más pequeño, entretanto pongo mi mano sobre ella como si quisiera aferrarme a él con todas mis fuerzas. Cuando dejo de verlo un suspiro se escapa a mi control mientras la desesperanza recorre todo mi cuerpo como una corriente eléctrica imparable. Aguanto mis lágrimas y respiro con calma para tratar de serenarme antes de poder volver a mirar hacia delante. Todos guardan silencio, mi hermano menor con sus greñas va mirando por la ventana abstraído, él que es el parlanchín de la familia más bien me hace saber que su intención es rehuir mirarme. Mi madre esconde tras sus gafas de sol lo que con total seguridad son unos ojos cuanto menos vidriosos a estas alturas, mira al frente sin saber qué más decir y posiblemente sin atreverse a hablar por miedo, porque conociéndola se la quebraría la voz. A mi padre que va al volante y a quien nunca antes había visto tan concentrado en la carretera le observo a través del espejo retrovisor, con sus gafas de ver puestas, con los pocos pelos que le quedan a ambos lados de su cabeza y todos ellos canosos su cara suele resultar afable, pero hoy su semblante serio se vuelve a cada segundo que pasa más sombrío. Está claro que ya es imposible conversar. Nadie tiene un ápice de ilusión en las entrañas y cualquier clase de alegría se está viendo disipada por una negrura que nos acompaña tan sólo a nosotros cuatro en un día que, aunque frío y ventoso es de lo más soleado.

El recorrido aparenta ser eterno. No veo el momento de llegar para dejar de sentir tanta tristeza adyacente. Yo lo he provocado y me siento de lo más culpable. Horas más tarde llegamos al aparcamiento de la residencia, pero cuando mi padre apaga el motor del auto todos nos quedamos inmóviles como si nos hubieran congelado en el tiempo. Intuyo que él anhela con sus más fervientes ganas arrancar nuevamente el coche para volver a casa y por temor a que pueda hacerlo, más que por otra cosa, soy yo la que da el primer paso desabrochándose el cinturón.

─¡Al fin! Ya sentía que mi culo se estaba quedando pegado al asiento. ─Comento con el tono más animado que puedo.

─¿Estás preparada hija? ─pregunta mi padre en un tono apagado que intenta disimular sin éxito.

─Estoy completamente lista ─digo sorprendida con un repentino vigor que parece haber salido de la nada─, este lugar es lo que necesito ahora mismo y seguro que en pocos días tenéis que soportarme otra vez en casa.

Sin esperar respuesta alguna me bajo del vehículo y abro el maletero para sacar mi equipaje de dentro mientras los demás hacen acopio de valor para bajarse a despedirse de mí. Yo también estoy haciendo lo mismo oculta tras el coche para evitar que este momento sea más inverosímil de lo que ya lo es para todos. Poco después los cuatro estamos de pie en aquel gran parking con apenas unos cuantos automóviles. La imagen es algo perturbadora, pero yo sonrío a mi familia.

─Gracias por traerme, pero creo que es mejor que desde aquí vaya yo sola.

─Cariño… ─Replica mi madre dubitativa ante mi solemne afirmación.

─Está bien mamá. De verdad que lo prefiero así. Vosotros ya me habéis apoyado todo cuanto necesitaba hoy. Ahora soy yo la que tiene que dar este último paso.

Todos me miran, para mi sorpresa con sus rostros mostrando una cierta admiración a la vez que la esperada tristeza.

─Está bien mi niña. Es tu elección. Siempre serás mi niña bonita. No te olvides.

El tono de mi padre parece un poco más sosegado ahora, en él hay orgullo y amor de padre. Cosa que me da algo de alivio y me ayuda en este punto. La verdad es que no soy tan valiente, no es que quiera entrar sola, simplemente presiento que sería mucho más desgarrador para todos que me acompañaran al interior de este edificio. Prefiero una despedida rápida. Igualmente, las palabras de mi papi a quien tanto admiro me dan algo de valor. Él me abraza con todo su cariño durante unos segundos y luego se retira para que pueda hacer lo mismo con los demás e iniciar mi odisea. Mi madre es la segunda en acercarse a mí para achucharme y muy bajito al oído entre tartamudeos y sollozos que noto como me mojan la cara la oigo decirme: “Te quiero mucho, verás como todo irá bien”. Yo aprieto más fuerte a mi mamá intentando reconfortarla, aun cuando esas lágrimas que se han trasladado de su mejilla a la mía me están poniendo de los nervios. Cuando por fin se aparta, ella y mi padre se meten en el coche para dejarnos solos a mi hermano y a mí.

─Hoy no tengo palabras hermana. Sé que es muy cruel por mi parte y llevo todo el camino pensando qué puedo decirte, pero lo único que me viene a la cabeza es que cuando vuelva a casa hoy no te tendré allí, a mi hermana Zoe que eres mi única confidente y la persona que siempre me ha ayudado. No puedo imaginármelo y sabes que no soy capaz de mentirte. Lo siento, sé que debería apoyarte y decirte algo bonito, pero te juro que hoy no tengo palabras Zoe.

─Está bien. No pasa nada Huguito. Yo soy la mayor, soy yo la que debe cuidarte y no al revés. No te preocupes tanto y no te sientas culpable, seguro que mi estancia aquí no durará mucho y que muy pronto me tendrás en casa de nuevo. Además, sabes que puedes contactar conmigo por teléfono sin problemas, no te estoy abandonando para nada. Nunca lo haré. Y yo sí sé el discurso tan adorable que me darías ahora mismo porque te conozco mejor que nadie, sin embargo, ya lo has hecho sin darte ni cuenta así que nada más añade que me quieres y dame un buen abrazo de esos tan mimosos tuyos.

A Hugo le cambia por completo su faz al escucharme, parece alguien recién salido del purgatorio cuando sus rasgos se captan claramente relajados por primera vez en todo el día. Se acerca a mí o mejor dicho se abalanza, como suele hacer, fundiéndose conmigo en un inmenso abrazo descontrolado. Luego me da las gracias y me dice que soy la mejor hermana del mundo. Sigue y sigue agarrado a mí para de pronto gritar tan alto como puede las palabras: “Zoe te quiero tanto que no es posible expresarlo”. Y con ellas llega mi asombro al lograr que comience a reírme con inmensas carcajadas y que sienta adoración por mi hermano pequeño, mi Huguín del alma…

Tras un buen rato sin soltarnos finalmente nos separamos y con una sonrisa en los labios se mete en el coche diciéndome adiós con la mano. Yo cojo mi bolso que había dejado sobre mi maleta y la hago rodar para apartarla de la trayectoria de salida del vehículo. Mi padre arranca el motor mientras yo me despido de ellos con una sonrisa que, con franqueza no tengo que fingirla tras el escándalo que ha montado Hugo con su impetuoso alarido. Veo como el coche se va alejando con todos ellos dentro, aunque ahora parecen más tranquilos y aliviados. Recuerdo el momento en que vi alejarse el cartel de “La Perola” y que quería retroceder y no separarme de allí, como me había sentido desgarrada en el proceso de irlo perdiendo de vista. Ahora no me percibo igual, no sé si eso indica algo bueno o, todo lo contrario. Yo adoro a mi familia y en especial a mi entrañable hermano pequeño, supongo que sencillamente es que estoy más calmada, que he tenido más tiempo para asumirlo o que, mi Huguín esta vez ha sido quien me ha ayudado a mí al sacarme esa risotada que puede haber logrado que mis miedos se ausenten un rato.

Decido empezar a caminar sin más dilación hacia las grandísimas puertas de entrada del inmueble que tengo ante mí para presentarme a la hora acordada telefónicamente con Aurelio cuando llamé esta mañana, después de esa tertulia tan poco agradable que hube de tener con mi familia; pero no me arrepiento. Estoy aquí velando por mí misma, sabiendo que saldré fortalecida y seguiré teniendo siempre a mi familia.


SINOPSIS

¿Y si tu vida fuera cada día completamente diferente? ¿Y si cada vez que te despertaras todo hubiera cambiado y tú no lo supieras? ¿Y si cada mañana te levantaras siendo alguien distinto, en una habitación nueva y rodeado de personas donde nadie es alguien a quien hayas conocido antes y, sin embargo, les recordaras como si les conocieras desde siempre? ¿Y si supieras hacer cosas que no has aprendido a hacer nunca y no pudieras encontrarle explicación?

Así es la vida de nuestra protagonista: Zoe, Lucía, Samanta, Clara, todas ellas son la misma persona. ¡Soy yo! ¿Quién soy en verdad? Cada día al levantarme soy una mujer totalmente desconocida para mí misma: tengo un nuevo nombre, un trabajo presente con un futuro expectante, un nuevo pasado lleno de nítidos recuerdos cargados de emociones y sentimientos, una familia y amigos a los que conozco de sobra y con los que tengo una rica historia. Así es mi vida, una vida veraz y auténtica, pero de la cual tengo una única certeza: «No me pertenece. Vivo en una tortuosa mentira.»

Siempre he tenido una sensación extraña sobre mi propia existencia, como si no fuera mía. De pronto un día descubrí que era una terrible realidad; por alguna extraña razón que no comprendo, una vez que me acuesto mi vida cambia y yo me convierto en otra persona. Me siento como si suplantara otras identidades por un día y yo no tuviera ninguna propia. Ahora que sé que no es mi imaginación tengo que procurar encontrarme a mí misma mientras intento no perder la cabeza, en un mundo en el que me encuentro abrumada por tal desconcertante situación y en absoluta soledad. ¿Cómo puedo confiar en alguien si nadie me conoce más allá de un día ni tampoco yo a ellos?

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS