La llegada a Barajas siempre era el momento de la transformación, cuando dejaba atrás la persona en la que se había convertido y volvía a su forma original. Más joven, más despreocupada, más ligera… más inocente. No cambiaba a propósito, ni por engañar a nadie, era simplemente lo mas facil. Sí, cambiar es fácil cuando sales de tu entorno, dejas atrás a tu familia, tu país de origen y tu idioma materno. Lo difícil es mantener ese cambio a la vuelta. En eso andaba pensando Marta mientras esperaba su maleta y caminaba hacia la salida, pero enseguida se sacudió esos pensamientos, cuando vio en el área de llegadas la figura de su hermano Raúl, esperando impaciente. El avión había llegado con una hora de retraso y una hora en la vida de su hermano, siempre ocupado, siempre corriendo, era mucho tiempo. Raúl estaba hablando por teléfono, dando instrucciones, quién sabe a quién, su hermano hablaba igual con sus empleados que con sus hijos, pero cuando la vió, sonrió y se despidió rápidamente. Se dieron un abrazo y enseguida le puso al día.

“Mamá nos está esperando. Está haciendo comida para un regimiento, aunque solo vamos a ser los tres. Ya sabes que piensa que en Inglaterra no te dan de comer. Está cansada pero ha insistido en levantarse más pronto de lo normal, que ya es decir, y cocinar. Ya sabes como es.” Sacudió la cabeza y la miró de reojo.

No había tardado mucho en hacerle sentir culpable. Ella se había ido, estaba viviendo su vida alejada de todo. Y aquí había dejado a su madre, sola. “Sola”, le decían las vecinas del pueblo. “Pobrecita Florencia.” No está sola, pensaba Marta, mi hermano vive a dos pasos, con su mujer y sus hijos.. Pero ya se sabe que la que tiene que cuidar de los padres son las hijas, no los hijos, ni las familias de los hijos. Al principio, Marta siempre les decía que no se preocuparan. “Yo voy a volver pronto” Pero ya no lo dice tanto. Porque ya no sabe si es verdad.

Raúl siguió hablando y contándole todas las noticias del pueblo mientras caminaban hasta el aparcamiento y se subían al coche. Quien había arreglado la casa, quien había vendido tierras a quien, y sobre todo quien se había muerto desde su última visita. En los pueblos como el de Marta, donde la población es cada vez más mayor, es de lo que más se habla. Nada de lo que le cuenta es nuevo para ella., Su madre la mantiene al día, y desde que ha aprendido a usar Whatsapp, le manda el parte todas las noches.

Marta también le cuenta a su madre que tal le ha ido el día,cómo lleva el trabajo en la cafetería de la escuela de inglés en la que también recibe clases, cómo se lleva con sus compañeras de casa, lo bonito que es Oxford. Pero lo más importante no se lo ha contado. Antes de irse, su madre le dijo “Sobre todo, no te eches un novio inglés.” Ella se habia reido y le había dicho, “¿Por que no? ¡Si es la mejor manera de aprender el idioma!” Y aunque era una broma, había resultado verdad. Cuando llegó a Inglaterra, con una habitación ya alquilada en una casa en la que vivían varias chicas de Madrid, de manera natural conoció a mucha gente que hablaba español y si quería, hasta podía pasar días sin hablar inglés. Cuando empezó a trabajar en la cafetería de su escuela, empezó a hablar más inglés, pero a menudo los estudiantes eran también españoles. De hecho a James lo conoció por hablar español. El quería un profesor de español para su hijo y para encontrarlo, puso un cartel en la escuela de inglés de Marta. Ella se ofreció para ganar un dinero extra y porque pensó que sería buena oportunidad para conocer a una familia inglesa. James vivía solo pero tenía a su hijo, de seis años, durante los fines de semana, cuando su ex mujer trabajaba de chef en un restaurante de Londres. Los sábados por la mañana, Marta ayudaba a Lucas con el español. Lucas iba a una escuela internacional y tenía la mitad de sus clases en espanol, asi que Marta se sentaba con él para asegurarse de que había entendido todo lo que le habían explicado en ese idioma. A menudo James se sentaba también con ellos, decía que también le hacía falta aprender. Para Marta, era el mejor momento de la semana. Desde el primer día, se había sentido a gusto en esa casa amplia, algo desordenada y caótica, tan distinta de la casa en la que había crecido. Cuando después de unas semanas, James la invitó a cenar para probar uno de los nuevos restaurantes del centro Westgate, ni se lo pensó. “Of course!

Pero ni su madre ni Raúl sabían nada de eso. No les había contado ni lo de las clases. Con su madre hablaba sobre todo del trabajo en la cafetería, y a Florencia le gustaba darle consejos. Si ella sabía de algo era de cómo llevar un bar. Cómo no iba a saber si llevaba haciéndolo mas de 20 anos, y ademas, sola, desde que se murió su marido cuando acababan de abrir, prácticamente.

Se acercaban ya al pueblo y se dirigieron, como siempre, no a la casa de su madre, sino al bar, precisamente. El café de la Plaza, lo llamaban todos en el pueblo, para distinguirlo del otro, El bar de la parte alta, que llevaban unos primos suyos. Se complementaban muy bien, el café y el bar. El café de su madre abría a media mañana y servía bebidas calientes y pasteles de la panadería del pueblo de al lado. El bar abría por la tarde, casi noche, y servía tapas y copas. Era todo lo que necesitaba el pueblo. Durante las vacaciones de Navidad, Semana Santa y en Agosto, no daban abasto pero el resto del tiempo, el café era un refugio tranquilo para los habitantes del pueblo y el centro de la vida social diurna. A más de uno no le había sentado bien que Florencia cerrará el café hoy para tener tiempo para preparar la comida y darle la bienvenida a Marta. Así que ella había prometido abrir para la hora del café y la partida.

Antes de aparcar ya había salido su madre a darles la bienvenida y no paró de hacerle preguntas a Marta mientras la abrazaba y la acompañaba del brazo hasta la entrada del bar. Un grupo de vecinas pasaba por allí, camino de la tienda, “¡Ya tienes aquí a la hija! ¡Estarás contenta!” le dijeron a Florencia. Y a Marta: “¿Hasta cuando te quedas?” Y enseguida, “¿Solo una semana?”

Entraron por fin al bar y Marta miró a su alrededor. Algunas cosas nunca cambian. El bar de su madre tenía solo una sala, llena de mesas de maderas de distintos tamaños y sillas de diferentes colores. Además de llevar el local, a su madre le encantaba pintar y restaurar muebles y había pintado ella misma cada mesa y cada silla. En la barra ya tenía preparadas los dulces que servirá luego con el café y había encendido también la cafetera, que tardaba bastante en calentarse. “Siéntate”, le dijo a Marta, “mientras te hago un café” Enseguida se dirigió a la mesa de la esquina, al lado de la ventana, donde tantas tardes se había sentado, haciendo lo deberes, leyendo o charlando con sus amigos. Desde esa mesa, tenía una vista completa del bar, veía la la barra entera, donde siempre estaba su madre y si miraba por la ventana, allí estaba la plaza, con sus árboles, sus bancos y la fuente del centro, desde hace tantos años, completamente seca, pero todavía imponente. En cuanto se sentó en esa mesa y miró a su alrededor se sintió en casa. No había ningún otro sitio en este mundo que le gustara más y donde se sintiera más a gusto. Ni siquiera en casa de James, enseñando español a Lucas. Su madre le trajo el café y le dijo: “Venga, bébetelo y luego vente a la trastienda que tengo alli puesta la mesa para los tres. En una hora o así, tengo que abrir, ya sabes que la hora de la partida aquí es sagrada.”

Cuando se sentaron a comer, su madre le contó de nuevo las novedades del pueblo y ella le hacía preguntas, como si no conociera ya las respuestas. A su madre le encantaba cotillear pero no lo hacía nunca maliciosamente. Todo el mundo sabía que venir al bar y hablar con su madre era la mejor manera de tomarle el pulso al pueblo. Pero también sabían que si algo le contaban en secreto, su madre lo respetaba. Como ya conocía todas las historias, Marta se distrajo mirando a su madre. Sí parecía cansada, la verdad. Llevaba el pelo en un moño alto y se le notaban más canas de lo normal, con el ajetreo no habría tenido tiempo de ir a casa de la peluquera a arreglarse, y tenía las ojeras bastante marcadas.

En ese momento, le llego un mensaje al móvil. “We missed you this morning” Era el primer sábado que no había pasado con James y Lucas desde que empezó a enseñarle. “¿Ya te están escribiendo los amigos para quedar?” Le dijo Florencia. “Hace mucho que no veo a Sara y Maria, ¿como estan?” Sara seguía viviendo en el pueblo pero iba todos los dias a Salamanca, a la Universidad donde estaba haciendo un doctorado y daba clases. Maria vivió en Salamanca, donde trabajaba de residente en el hospital pero iba a ver a sus padres y sus suegros varias veces a la semana y por supuesto todos los domingos. A sus 25 años, María era la única de las amigas que estaba casada, con su novio de toda la vida, Javi. Javi trabajaba en un banco y ella siempre había sabido que quería ser médico de familia. A menudo Marta se preguntaba cómo podía ser que algunas personas supieran siempre, desde pequeñas, lo que querían hacer en la vida y como otras acababan dando vueltas sin saber donde parar.

Marta había pensado siempre que sería periodista, trabajaría para un periódico y ayudaría así a cambiar el mundo. Pero cada vez era más difícil encontrar un trabajo de periodista y, si era honesta consigo misma, cada vez le llamaba menos la atención esa profesión. Desde que acabó la carrera había hechos prácticas en varios medios locales, mientras trabajaba de camarera o de dependienta. Y cuando se hartó, decidió que lo que le hacía falta para conseguir un trabajo en condiciones era aprender inglés. Con la idea de aprenderlo bien, decidió irse a vivir a Inglaterra por un año. Habían pasado seis meses y todavia no tenía claro si había sido una buena decisión, pero empezaba a sospechar que había sido la decisión que le cambiaría la vida.

Marta vive entre dos mundos. Su familia vive en un pequeño pueblo de Salamanca, donde ella se crió. Marta vive en Oxford, Inglaterra, donde poco a poco va construyendo una nueva vida. Mantiene sus dos mundos separados, hasta que inevitablemente, llega un momento en que tiene que decidir en cuál de los dos (dos países, dos idiomas, dos tipos de costumbres) va a construir su futuro.

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