Los crímenes del Terrible

Los crímenes del Terrible

Enrique Molero

20/03/2018

Como cada mañana, los trabajadores acudían a su puesto desde todos los puntos del recientemente creado Pueblo Nuevo del Terrible, incluso antes de que los primeros rayos de sol asomaran sobre los muros de ladrillo rojo que formaban los diferentes edificios del cerco industrial.

Hileras de trabajadores confluían desde las distintas calles como si de arroyos se tratara, desembocando en la empedrada avenida aún sin nombre por la que se accedía al cerco. Guiados por las distintas chimeneas gigantes que salpicaban el entramado de empresas, caminaban hacia lo que sería una dura jornada más.

Junto a la avenida empedrada, la amurallada zona francesa.

Los franceses habían visto el potencial minero de la zona de Peñarroya y se asentaron para explotar sus minas hacía ya 40 años, en 1881, formando la Societé Miniére et Métallurgique de Peñarroya (SMMP), y dando lugar al nuevo pueblo donde además de ellos residían trabajadores venidos desde diferentes puntos de España, Italia y Portugal.

Cuenta la leyenda que su mina más importante fue descubierta por un mastín llamado Terrible, que escarbando enérgicamente encontró el preciado carbón.

Aquella mañana dos de los trabajadores italianos charlaban en su idioma con un elevado tono de voz mientras caminaban junto a los demás.

Al resto de los trabajadores les sorprendía la energía con la que dialogaban habitualmente los italianos. Con frecuencia era difícil discernir si se trataba de una simple conversación o de una discusión, ya que en casi todas sus frases siempre aparecían las palabras “cazzo” y “merda”, vocablos ya conocidos por todos.

La pareja de italianos se desvío ligeramente de la ruta para aliviar la vejiga, momento en el que uno de ellos observó lo que parecían ser unos zapatos de mujer tras la esquina de un callejón.

Ambos se acercaron cautelosamente y al verla comenzaron a gritar al resto de trabajadores que caminaban por las calles adyacentes.

– Merda venire!, merda venire!, gritaron para llamar la atención del resto de obreros.

Uno de los encargados de la mina que los escuchó, se acercó a donde se encontraban e inmediatamente le ordenó a uno de los trabajadores a su cargo que se dirigiera a toda prisa al almacén donde tenían el teléfono y avisara a la Guardia Civil mientras él se quedaba en el lugar.

Pasaron unos veinte minutos en los que el encargado de la mina se afanó en que los trabajadores se marcharan y no alimentaran su morbo observando el cadáver.

En efecto, se trataba del cuerpo sin vida de una mujer. Un cuerpo aparentemente joven y cubierto con vestimentas típicas de la burguesía francesa afincada a escasos metros del lugar, aunque separados por un muro. Ese muro que los propios franceses construyeron dejando así patente su deseo de separar sus vidas de las del resto de personas que formaban parte de este Pueblo Nuevo que crecía exponencialmente.

Al fin llegó una pareja de Guardias Civiles y se hizo el silencio entre los trabajadores rezagados.

Sus tricornios y capas eran lo último que querían ver cuando iniciaban una revuelta sindical.

Tras ordenar a los presentes que se marcharan, los guardias inspeccionaron el escenario todo lo bien que sus conocimientos sobre criminalística les permitieron, con más ánimo de agradar a su Capitán que de otra cosa.

– Parece que la han golpeado en la cabeza, mira la nuca llena de sangre. Manifestó el de mayor rango.- Regístrala para ver si tiene alguna identificación.

El Guardia giró el cadáver dejando al descubierto el bolso de la mujer, que había quedado bajo su cuerpo.

– Listo mi cabo, se llama Carla Bonnaire.- Está bien, avisemos al médico forense para que retiren el cadáver y marchémonos de aquí antes de que vengan esos franceses con sus aires de superioridad.

No hacía ni un minuto que el guardia de menor rango se marchó del lugar para llamar por teléfono al médico forense, cuando se presentó en la escena del crimen René, jefe de seguridad de la SMMP, un hombre alto y fuerte, de tez morena y barba de esas en las que podría encenderse una cerilla. Era un hombre muy respetado por los trabajadores de la SMMP ya que ejercía de sabueso para los miembros del consejo de dirección.

René hacía las veces de Policía dentro de la SMMP . La Guardia Civil lo conocía y dejaba que actuara como quisiera siempre que no entorpeciera su trabajo, sobretodo en las revueltas de trabajadores.

Su carácter implacable tenía una sola debilidad y esa era Cristine, la sobrina del mayor accionista.

– Buenos días agente, exclamó René con un marcado acento frances.

– ¿Que quieres René? Contestó el Cabo de la Guardia Civil con desdén.

– Si no le importa me gustaría echar un vistazo, me acaban de informar que una mujer francesa ha aparecido muerta y eso no ocurre todos los días, ya sabe, mis jefes querrán información.

– Esta bien pero no toques mucho, el forense viene de camino. Contestó el Cabo.

– Oh merde, Carla.

– ¿La conoces? Interrogó el Cabo.

– Es Carla Bonnaire, la mujer de Louis Bonnaire, uno de los mayores accionistas de la SMMP. Esto es un problema agente.

René se arrodilló junto al cadáver y ojeó las pertenencias que el Guardia Civil había sacado del bolso buscando la documentación.

Entre las cosas normales que cabe esperar en el bolso de una mujer, observó un papel manuscrito donde se podía leer lo siguiente: “ 20:00 EN CAFÉ OLÉ”.

Esta cafetería pertenecía a una pareja de franceses que llegó hacía ya varios años.

Se encontraba a escasos metros del lugar donde había sido hallado el cadáver, y era una cafetería frecuentada exclusivamente por franceses.

Intuyendo que los agentes no se habían percatado de dicha nota, René se la guardó en el bolsillo de su chaqueta y siguió inspeccionando el cuerpo.

Aparte de la herida en la nuca no presentaba signos de violencia o forcejeo. Su maquillaje estaba intacto y su vestimenta correctamente colocada, lo cual descartaba una violación a juicio de René.

El otro agente llegó al lugar de los hechos acompañado del médico y un enfermero.

René, se despidió de los presentes y abandonó la escena.

Caminó hacia las oficinas centrales del cerco industrial mientras ordenaba en su mente los escasos indicios de los que disponía.

Por un lado sabía que la mujer había quedado con alguien en la cafetería “CAFÉ OLÉ”, extremo que le resultaba raro ya que no era normal que una mujer acudiese sola a una cafetería.

Las mujeres de la zona francesa solían ir de tiendas y tomar café, pero no era habitual que lo hicieran solas, si no más bien con alguna vecina o amiga.

Carla era una mujer casada y no con cualquiera, si no con uno de los miembros del consejo de dirección de la SMMP, por lo que resultaba un tanto raro que hubiera quedado con alguien a través de una nota.

Sus pertenencias se encontraban intactas, su maquillaje, su vestimenta. Nada hacía suponer que existiese violencia a excepción de la herida en la nuca.

Conforme René se acercaba a las oficinas centrales, su pensamiento se fue centrando en cómo iba a decirle al directivo Louis Bonnaire que la mujer que había aparecido asesinada en un lúgubre callejón era su esposa.

Por otro lado pensó que Louis ya estaría informado, lo que le resultaba extraño es que no hubiera avisado de la ausencia de su mujer la noche anterior.

– Adelante, exclamó el directivo al escuchar que llamaban a su puerta.

– Buenos días señor Bonnaire, supongo que se habrá enterado de lo ocurrido, manifestó el investigador a un Louis Bonnaire cuya apariencia de gran empresario era innegable.

– Sí, todo el mundo sabe que han matado a una mujer, ¿qué necesitas?

René se percató entonces de que el señor Bonnaire aún no sabía que se trataba de su esposa.

Tragó saliva y se dispuso a dar la noticia. Aunque era un hombre rudo, informar a uno de sus jefes de que habían asesinado a su mujer no era una situación agradable.

– Señor Bonnaire, la mujer asesinada se trata de Carla, lo siento mucho señor.

El empresario recibió la noticia como una losa. No dijo nada y como si de una secuencia de cámara lenta se tratara, tomó asiento detrás de su escritorio y apoyó los codos en él mientras se sujetaba la barbilla con ambos puños cerrados.

Con la mirada perdida en el horizonte de la pared de su despacho, ordenó a René que le dejara unos minutos a solas.

René salió del despacho y se quedó esperando tras la puerta hasta que el señor Bonnaire salió con gesto serio y le pidió que entrara de nuevo.

– Pensaba que mi mujer estaba durmiendo en casa. Desde hace algún tiempo no siempre dormimos en la misma habitación, ya sabes, cosas de matrimonios. – Dijo el empresario intentando justificar de alguna manera el hecho de que ni siquiera estuviera informado de la ausencia de su esposa.

– Prefiero que no me des detalles, René, tan sólo le pido que encuentres al asesino, ¿harás eso por mi?

– Por supuesto señor Bonnaire, déjelo en mis manos.

– Está Bien, puede marcharse….Ah! Le pido discreción en el asunto, sentenció.

Mientras el médico forense analizaba el cuerpo, lo siguiente que podía hacer el investigador era hablar con el propietario de la cafetería, pero eso tendría que ser por la tarde cuando estuvuviera abierta, por lo que decidió dar una vuelta por las empresas del cerco, como de costumbre.

La joya de la corona era la fundición de plomo. La primera guerra mundial había demandado cantidades ingentes de plomo español y la SMMP se benefició de eso.

Los trabajadores saludaban a René a su paso por las empresas. El ritmo de trabajo era frenético en la central térmica, en la fabrica textil donde las mujeres predominaban y en la papelera.

De una de las casas de cuentas que había en el interior del cerco salió un trabajador.

Al contrario que los trabajadores autóctonos la imagen de este era pulcra, con bigote arreglado, vistiendo pantalón de pinzas, chaleco y camisa de cuello redondo con mangas anchas que tenía que sujetar con una goma.

– René! Gritó desde la puerta de la oficina sin bajar tan siquiera los 4 peldaños que separaban la entrada a las oficinas del suelo.- El señor Ardois está al teléfono y pregunta por ti.

Christophe Ardois era el máximo accionista de la SMMP. Un hombre dedicado en cuerpo y alma a los negocios que había quedado viudo años atrás. Ardois no tenía hijos y lo único que le importaba a parte de los negocios era su sobrina Cristine, a la cual cuidaba ya que sus padres se habían quedado en Francia.

– Dígame señor Ardois, soy René.

– Buenos días René, haga usted el favor de venir a mi domicilio.- Le pidió con la educación que lo caracterizaba.

– En unos minutos estaré allí señor.

Si alguna cosa tenía clara el Jefe de seguridad de la SMMP era que aquel no iba a ser un día fácil.

René repasaba en su cabeza los datos que tenía hasta ahora mientras se dirigía a la mansión que Christophe Ardois había mandado construir a uno de sus ingenieros de confianza.

Tras hacer sonar dos veces la aldaba de la gran puerta principal, una de las mujeres que formaban parte del servicio la abrió y con una pequeña reverencia, le indicó a René que lo acompañase a través del largo pasillo que conducía al despacho del señor Ardois. Una vez en la puerta, la sirvienta tocó en la puerta y abandonó discretamente el lugar para seguir con sus tareas.

– Adelante- se escuchó desde el interior.

– Buenos días René, toma asiento.- Dijo el hombre con gesto triste y de voz apagada en el que se había convertido el señor Ardois los últimos años.

– Buenos días señor- contestó René mientras tomaba asiento.

Estoy al corriente de lo ocurrido. Le he hecho venir para pedirle una cosa. Supongo que habrá hablado con el señor Bonnaire de lo ocurrido. ¿Es así?

– Es así señor.- contestó su interlocutor.

– Bien René, ahora mismo no le puedo explicar mis motivos, pero me gustaría que me tuviera al corriente de todos los avances que haya en el asunto y que guarde absoluto silencio con el resto de personas y directivos que forman parte de la Sociedad. Es importante para la empresa y para nuestro futuro en este país que esto se gestione de la manera correcta. Confío en su integridad.

– No se preocupe señor, si estoy aquí es gracias a usted. Vendré personalmente a informarle de las novedades que vayan surgiendo.

– Es todo René. Muchas gracias.

El Jefe de Seguridad salió del despacho con una cosa clara, si a alguien le debía algo era al señor Ardois, por lo que la petición que le había hecho sería a partir de ahora su prioridad.

Cristine, la sobrina del señor Ardois, bajaba las escaleras en ese momento para devolver el libro que había devorado la noche anterior en su cuarto.

Cristine era una chica de 18 años introvertida y apasionada de la lectura que había encontrado en la biblioteca de su tío su mundo soñado. Había llegado hace unos meses de Francia para pasar una temporada con su tío al que amaba. Pasaba las horas inmersa en las novelas de misterio de Gaston Leroux o Edgar Allan Poe, entre otros.

-Buenos días señorita. Dijo René mientras su pulso se aceleraba.

– Buenos días señor, contestó la chica.

– ¿Que tal su estancia en España?

– Bueno, no he salido mucho a la calle pero parece un lugar agradable.

– Quizás no es buen momento para salir señorita, mejor que siga retrasando ese momento.

Al ver la cara contrariada de la chica, René se dió cuenta de que había hablado más de la cuenta.

-¿A que se refiere? Interrogó Cristine.

– Bueno, no sé si debería decírselo, pero resulta que una mujer francesa ha aparecido asesinada al otro lado del muro. A eso me refería con lo de no salir, es más seguro que se quede en casa un tiempo hasta que se solucione.

El gesto de Cristine pasó de la contrariedad a la curiosidad. Sus ojos se abrieron y tomaron cierto brillo.

– Por eso estoy aquí señorita, me voy a encargar de investigar lo ocurrido para que vuelva la tranquilidad. Prosiguió el Jefe de Seguridad tratando de darse importancia.

– ¡ Qué interesante! Exclamó la chica.-

– ¿Le parece interesante? Interrogó René.

– Claro, es muy interesante que usted resuelva un crimen y devuelva la tranquilidad al pueblo. – contestó Cristine.

En realidad lo que le parecía interesante es que al igual que en sus lecturas, hubiera sucedido un crimen y el autor aún no se conociera.

– Bueno señorita he de marcharme, que tenga usted un buen día.

– Adiós señor, espero que encuentre pronto al asesino.

René abandonó finalmente la mansión. El encuentro con Cristine le había alegrado un día turbio hasta ese momento. Su boca dibujó una leve sonrisa mientras pensaba en que la chica había mostrado interés por su labor.

En una mañana había pasado de ser un simple Jefe de Seguridad de una gran empresa, a investigador de un asesinato. Se encontraba en el centro de lo ocurrido y no podía defraudar al Consejo de Administración y mucho menos al señor Ardois.

René se marchó al domicilio de estilo frances que la SMMP había puesto a su disposición desde que llegara a España. Quedaba mucho por hacer y con la barriga vacía no se puede tener la mente lúcida.

SINOPSIS

A finales del siglo XIX una colonia francesa se asentó junto a un pequeño pueblo de la zona Norte de Córdoba llamado Peñarroya para explotar sus recursos mineros, formando la Societé Miniére et Métallurgique de Peñarroya (SMMP).

En 1921 el crecimiento es tal alrededor del cerco industrial, que se ha formado una localidad llamada Pueblo Nuevo del Terrible, llamado así por su mina más famosa.

Con la colonia plenamente asentada y la industria en pleno crecimiento, un suceso sacude la estabilidad del entorno francés.

René, Jefe de Seguridad de la SMMP, de repente se vé en el centro de lo ocurrido con la obligación de investigar un crimen del que nadie parece tener información.

Presiones e intrigantes peticiones dificultarán la tarea de este improvisado detective, más acostumbrado a la represión de las revueltas de los trabajadores que a la investigación de un crimen de este calibre.

¿Será capaz de hacer frente al reto que se le presenta?

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