ELVIAJE HACIA LA LUZ
La mañana del trece de enero apareció ante los ojos de Ana sin una sola nube. El cielo límpido, puro azul en contraste con su mirada amarga y esquiva. No acertaba a abrir la portezuela de su monovolumen. Tengo que ir, se decía a sí misma una y otra vez. Tengo que ir, y sus pulmones se negaban a llenarse del aire que aquel cielo azul despedía.
Tomó la carretera que conducía a la circunvalación, en dirección a la población que el padre Miguel le había indicado por teléfono. Las manos le temblaban al volante. No había pensamientos estáticos, sólo una algarabía de palabras inciertas en su mente. La carretera se dividía en varias direcciones y, no podía pensar, ni saber, ni sentir. Giró el volante bruscamente hacia la salida de la derecha. Ni siquiera sabía qué camino era aquél. Un cartel de carretera le decía que aquel camino conducía a la playa, que se vislumbraba al fondo, tan azul como el cielo. Ana conducía en dirección hacia aquella inmensidad acuosa, como si fuera a entrar en ella. No es esta dirección, lo sé. Pensaba Ana. Eso era lo único claro en aquella mañana, porque la población a la que debía de ir para encontrarse con el padre Miguel, estaba en la dirección opuesta. Sin tiempo a pensar nada más, apareció ante ella las primeras edificaciones que marcaban la llegada a un pueblo costero. Uno de ellos llamó la atención de Ana, de color azul, prácticamente mimetizado con el mar de fondo. Al pasar junto a él pudo ver que se trataba de una especie de bar. Aparcó y entró con decisión. Una mujer vestida de blanco regentaba aquél peculiar bar. Una enorme pintura de la diosa del mar Yemayá, vestida con una túnica azul y las manos abiertas, ocupaba la pared frente a la barra. Ana se sintió acogida. Se sentó en una mesa junto al ventanal desde el que se veía el mar. Enseguida llamó su atención dos estanterías repletas de libros. Sin dudarlo se dispuso a coger un libro cualquiera y abrirlo al azar y leer, como cuando era adolescente y pasaba las horas del sábado en las librerías de la capital. Ahora se sentía tan perdida como entonces. Eligió un libro de terciopelo azul marino sin título y se lo llevó a la mesa dónde le esperaba un humeante café con leche. Ana saboreó el contraste del dulce sabor de la leche, con el amargor seco del café, tan equidistante como la paz que emanaba la luz de la mañana sobre el mar y, el ruido de la tormenta que en su alma se estaba librando.
Sorbo a sorbo, Ana intentaba alcanzar alguna calma posible, mientras observaba desde la ventana el sol sobre el agua, como luciérnagas emergiendo del mar. Abrió el libro y leyó: “¿Crees realmente que puedes encargarte de tu seguridad y de tu dicha mejor que Él? No tienes que ser ni cuidadoso ni descuidado; sólo necesitas echar sobre Sus Hombros toda angustia, pues Él cuida de ti.”
Ahora estaba preparada para ir a ese encuentro. Aunque el padre Miguel ya no era sacerdote desde que dejó las misiones en Latinoamérica, Ana sintió en aquella frase, una profunda conexión con el hombre que iba a ver y, que en breve se convertiría en un guía que, más allá de la fe y las palabras, la conduciría al conocimiento de un simple y extraño secreto de la vida y la muerte.
Consultó el mapa con la idea de volver a la carretera. Miró el reloj. Sólo se retrasaba un poco. El la esperaría.
Al bajar del coche las piernas la retuvieron unos segundos, como si una parte de ella se resistiera a entrar en aquella casa. Se encontraba al mismo pie de la montaña. Una pequeña prolongación de ella, rodeaba la casa en un abrazo de piedra. El sol brillaba en lo alto y un rayo, tímido, se escapaba para estamparse sobre el quicio de la puerta de entrada. Ahí estaba la señal, pensó Ana.
-Te estaba esperando.
-Me he retrasado un poco. He dado algunas vueltas antes de encontrar la casa.
-Has dado bastantes vueltas antes de llegar aquí.
Ana sintió esas palabras en su corazón, más allá de un reproche, de una reprimenda, dicha con cariño, como un padre haría con su hijo pequeño y descarriado. El padre Miguel la esperaba desde hacía casi una hora, pero él era un hombre paciente, un hombre de mundo, que lleva escrito en su mirada el entendimiento de los recovecos de la vida, como respuestas y preguntas ya ratificadas. No se levantó a saludarla, sino que levantó la mano para indicarle que se sentara en las alfombras. El permanecía sentado en una de ellas, que cubrían todo el suelo, en la postura del loto y la espalda recta.
-Puedes dejar los zapatos a un lado.
Obedeció, sentándose frente a él, con las plantas de los pies apoyadas en el suelo y abrazando sus piernas con ambas manos. El sólo la observaba, con una mirada de benevolencia. Ana, que hasta ese momento no sabía nada de nada, ni por qué le había llamado, ni la razón por la que su vida había llegado hasta allí, lo supo, como si aquél lugar, aquella estancia envuelta en un manto de piedra, como si fuera la carne de la tierra, la impregnaran, le transmitieran una sensación sin palabras, ni emociones, una sensación de estar fuera de su ser, de su persona, como si estuviera más allá de ese cuerpo pequeño y delgado, de esa mente nublada y confusa. Ana percibía la vibración de una fuerza, pero no proveniente de fuera, sino más bien como si la mole de piedra conectara, por un hilo invisible, con una fuerza interior de Ana, un temblor que venía de dentro. A simple vista sólo parecía una gran piedra que formara parte de la decoración de la sala, pero Ana sintió que las palabras que acudían a su boca, surgían de esa fuerza.
-Estoy aquí porque tengo miedo padre Miguel.
-Me gusta llamarte así. Es como si pudiera hablar con un padre, con alguien en quien confiar, como si fueras mi padre, aunque con mi padre no hablo nunca de nada trascendental, ni le pido opinión.
-¿Por qué?
-Porque siempre está mi madre, y ella es la que habla y hace el dictamen de todas las cosas. Hace años que no puedo hablar con mi padre. Creo que él ya no sabe y yo no sé cómo defenderme de lo que me pasa. Tampoco entiendo qué me pasa. No puedo clarificarlo, es algo como si lo llevara pegado aquí en el estómago, en mi mente. No puedo pensar, no puedo hacer nada y tengo una niña. Una niña pequeña que me necesita y no le estoy dando eso. Ni siquiera sé qué le estoy aportando, qué estoy haciendo, ni sé qué hacer. No sé nada, sólo tengo esta sensación horrible y pegajosa en mi corazón.
Ana sentía encontrarse en el límite de un abismo. Sentía tantos deseos de llorar, que sintió la violencia de una furia súbita en la garganta. Impidiéndole seguir hablando.
Tras aquellas palabras, el padre Miguel la miró con ternura.
Ella respiró profundamente y esperó una respuesta de su interlocutor.
-El miedo es la mayor arma del innombrable, que llamaremos oscuro.
Ana cambió de tema de inmediato, como si al nombrar el padre Miguel el oscuro, saltara algún resorte de su interior, que quisiera ignorar el significado de esa palabra.
-Esta mañana he visto algo muy bello. He llegado hasta la playa. He podido ver la luz del sol sobre el agua, como un brillo que me falta, que ansío tener y no sé…
-¿Tú te has mirado? Eres bella y esa niña linda, Sofía, es el faro de esa luz. No puedes ver nada más allá de ese temor que te atenaza y ahoga ¿Sabías que el miedo es una emoción intensa de angustia ante la percepción de un peligro?
-Yo soy peligrosa y la vida es peligrosa. No sé amar a mi hija. Toda la vida pidiendo el amor y ahora que la tengo a ella, no sé amarla. Soy un desastre de madre, de mujer y de esposa.
Ana pronunció las últimas palabras como si quisiera lanzarlas lejos de ella.
-Shhh.
El padre Miguel puso su índice en la boca, pidiéndole silencio.
-Cálmate y, sobre todo no hagas esos decretos tan categóricos, que si yo soy así, que no valgo, que no sé, que no puedo. Esos pensamientos, ya son lo suficientemente destructivos, como para darle la fuerza de la palabra. Cuanto más los pronuncias, más miedo tienes. El miedo es una profunda desconfianza y esa desconfianza te lleva a la ira.
-¿Qué tengo que hacer entonces? ¿no decir cómo me siento?
-Si puedes expresar decir cómo te sientes, pero debes de tratar no herirte y generarte más dolor. Buscaremos en tus pensamientos y en tu corazón, no para embadurnarte con ellos y vestirte de rabia, sino para dejar de alimentar tu drama. Antes de ser sacerdote me licencié en psicología. Pero decidí buscar el camino del amor, con mi compromiso hacia Dios, porque perdí la fe en el hombre. He trabajado en las misiones cristianas con seres humanos de diferentes razas y credos a lo largo de treinta años, por varios países y continentes. El ser humano es dual. No debemos quedarnos con ninguna creencia como única y verdadera. La negrura de tus pensamientos, te atenazan, como un torturador haría con su víctima. Eso es oscuro, es indeseable, no puedes aferrarte al dolor y darle credenciales. Al igual que existe esa oscuridad, tienes el poder de la belleza. A pesar de haber vivido en contra de las leyes divinas, tenemos la clave para cambiar dolor en compasión. Mira cuál es tu parte en cada conflicto, en cada dolor, en cada pensamiento oscuro ¿De qué forma estoy yo contribuyendo en esta situación?
Ana sentía las lágrimas asomarse a sus ojos. Esa era la cuestión y, ella lo sabía. Su parte responsable en su situación. Ahora necesitaba encontrar la forma de comprenderlo, verlo, asimilarlo y emprender el camino de la conciencia. Comenzó hablar de cómo no se había sentido amada, de las expectativas que ponía en cada vez que se sintió decepcionada por Darío, su marido.
-Me hubiera gustado hacer las cosas de otro modo. No sentirme tan mal conmigo misma, pero no encuentro el modo. Es como si dentro de mi cabeza, existiera una fuerza mayor que mi voluntad y, ella me dictaminara los pensamientos, esos pensamientos que me hacen sufrir. No sé por dónde empezar, tú me viste la noche de fin de año.
Ana y el padre Miguel, habían coincidido en la fiesta de fin de año que, la amiga de Ana había organizado en su casa. Aunque apenas cruzaron un puñado de palabras, Ana supo que debía de acudir a el.
-Empezaremos por el principio. Trabajaremos tu mente y de qué se alimentan esos pensamientos. Utilizaré diversas técnicas alternativas, para llegar donde no llega tu consciente: a tu energía vital. Con una terapia llamada reiki. Es una terapia de sanación muy antigua, viene de Japón, pero se trajo a Europa en el siglo XIX. Con esta terapia limpiaras tus centros vitales ubicados en siete puntos de tu cuerpo, llamados chakras. También te daré las pautas de una dieta depurativa para limpiar el hígado y tu estado general de salud.
-Me siento agotada, cansada, impotente, como si no pudiera hacer nada para combatirlo.
-Es la cantidad de energía negativa invertida. Tus centros vitales están agotados, no reciben la energía que sintetiza el sol o los alimentos. Tu pensamiento desgastante desde el miedo, la rabia y la tristeza, no lo permiten, por eso se les llama energías desgastantes, porque llegan a acabar con la vida misma. Tu eres libre. Libre de la elección que haces para vivir. La creencia en la limitación, es creer que no tienes nada que ofrecer porque no hay nada que yo pueda hacer si estoy limitada, si no depende de mí, etc.. Sobrevives, no vives. Hay una creencia de limitación en el miedo y la necesidad. Para el próximo día traerás deberes. Escribe qué es lo que te hubiera gustado recibir de Darío y desde ese conflicto, encontraremos la historia nuclear de tu dolor. También empezaremos reiki.
-¿Qué puedo hacer por Sofía? Siento su dolor por mi ausencia.
-No pienses que pasar más tiempo con ella la ayudará. Dale calidad de tiempo, amor. Pon paciencia en todo lo que hagas con ella. Tómate tiempo para acariciarle el pelo, para oler su piel, para abrazarla.
El padre Miguel se levantó y le dedicó una mirada profunda y silenciosa, llena de paz y comprensión, como si en esos ojos, una sabiduría antigua y nueva, de la de siempre y la de ahora con todas esas técnicas alternativas y la nueva alimentación, confluyeran en una sola. Un conocimiento enmarcado en aquella sonrisa calma y tierna, le otorgaban al rostro y a todo su aspecto, una luz beatificada de bondad y entendimiento, sin necesidad de pronunciar más palabras de las necesarias.
Ana sintió por terminada la sesión. Habían sido tres horas intensas, en las que había expresado partes de sí misma que no se hubiera atrevido a nombrar. Se levantó de la alfombra con la ayuda del padre Miguel. Ana se sentía mucho mejor, pero intuía que este comienzo era sólo eso, el comienzo y, deseó, con todas sus fuerzas, que de este nuevo enfoque de la vida y de sí misma, diera por terminada la oscuridad. Sin embargo, no resultaría tan fácil como a ella le hubiera gustado. A sus 36 años, Ana se aferraba a sus creencias, desde una mente que nunca había sabido parar y domesticar. Ella misma sería su peor enemigo, su barrera más grande para adentrarse en el nuevo sendero que, acababa de vislumbrar, como una chispita de luz, que se multiplicaba por cientos de ellas, pero sin forma definida. Una forma que ella quería ver, saber, tocar, entender, calibrar, explicar, sondear e identificar. Algo que antes le pareciera imposible, ahora dejaba lugar a una posibilidad a través de los nuevos conocimientos, que Ana estaba preparada para recibir.
SINOPSIS
Ana es una mujer que se enfrenta a una crisis existencial atenuada por la decepción del matrimonio, el abandono afectivo de su familia de origen y las exigencias de una sociedad de la que necesita su aceptación, a nivel laboral, como madre y esposa.
Entonces conocerá, de manera casual, una persona espiritual que la llevará con amor a un viaje interior en el que, de igual modo que la belleza se abre paso hacia el cielo, la luz se abrirá paso desde su interior, cruzando las sombras de la mente, hacia el sol y, todo aquello que la rodea. Un viaje interior que desembocará en un viaje físico a su lugar de origen donde encuentra respuestas. El autoconocimiento le insuflará el valor de atreverse a saber quién es, cuál su propósito. Ana descubre en su viaje físico una puerta en su inconsciente que la conecta el mundo físico con el mundo de lo invisible, piedra angular de la sombra de su mente. Sólo enfrentándose a ella, consigue superar el miedo a aceptar su sensibilidad extrasensorial y, capacidad intuitiva, dando un giro a sus creencias. Ana elije desde este conocimiento, su propia existencia como estilo de vida, dándole sentido al propósito de su vida. Con la creatividad de cantar su propia canción, de dibujar su lienzo y de vivir su leyenda personal.
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