El año en que empecé a llevar sombrero

El año en que empecé a llevar sombrero

Helena Crespo

19/03/2018

Capítulo 1: El día sin tiempo

Era un 25 de julio. El día sin tiempo para los mayas. Las 24 horas que completaban el ciclo solar y su calendario de 364 días. Para ellos era una jornada especial en la que meditaban y hacían ofrendas para recibir el nuevo año. Pero sobre todo, esperaban señales del universo. Ese mismo día la conjunción de la estrella más brillante del firmamento Sirio se alineaba con el sol y el Nilo se desbordaba, lo que era interpretado por toda la civilización egipcia como el principio de un nuevo ciclo.

Era un bochornoso 25 de julio de comienzos del siglo XXI y yo andaba casi arrastras por la Calle Mayor, camino de visitar el piso que iba a alquilar después del verano. Daba la una del mediodía y las señoras más pudientes tiraban de sus carros hasta el elitista mercadillo de San Miguel. Un grotesco desfile de entrecejos fruncidos que, desde la cola de la carnicería juzgaba inquisidoramente a los impasibles trabajadores que celebraban entre risas y cañas esa hora en la que España hace gala de su carácter epicúreo.

Yo andaba perdida, desorientada y tenía la sensación de que todo se movía bajo mis pies. Hacía ya años que para mí todos los días eran sin tiempo. Incluso a veces, sin espacio. Fue allí, entre cientos de turistas y franquicias de comida yanqui donde recibí mi señal. Nunca podré decir si era maya, siria o egipcia. Llevaba semanas meditando y leyendo en casa sola. Mi particular retiro. Pero ese día no me quedó más opción que salir porque tenía que ver aquel piso en el que entraría en septiembre. Saqué la energía de donde pude aunque me encontraba agotada. De pronto, sentí como si la marabunta de gente que me rodeaba andando como zombis de tienda en tienda absorbiera la poca energía que me quedaba.

Me paré un momento en medio de la calle e, instintivamente, me llevé la mano al bolsillo. Agarré una turmalina negra que siempre me acompañaba y una fuerza magnética me aferró al suelo, dando fuerza a cada uno de mis pasos. Cuando camines por el filo la tierra te sostendrá. Me susurró mi subconsciente. Y tuve la impresión de que aquella piedra fue un catalizador elegido por algo superior.

La calle que llevaba hasta el bloque era cuesta abajo, primera ventaja. Siempre es más dura la vuelta que la ida. Las idas tiene el misterio de la cama de un amante. Nuevos olores. Nuevas sensaciones. Y el morbo de la incertidumbre. En las vueltas uno camina cabizbajo, cansado y hambriento como en un viaje para la tercera edad. La silenciosa y sombría travesía de adoquines iba a dar al río y casi pegado, estaba el bloque. La habitación no era muy grande pero tenía luz durante todo el día, vistas a un parque arbolado y de una de las paredes colgaba amarillento un póster de uno de los clásicos de la Nouvelle Vague. Más que suficiente. Mi guarida perfecta.

Volví a casa satisfecha y pasé el día leyendo bajo el aire acondicionado. Aunque solía hacerlo, esa noche no silencié el teléfono porque esperaba una llamada. Llevaba dos días queriendo hablar con él porque estaba preocupada, y no había respondido a mis llamadas. Lo conocía desde hacía tres meses. Tiempo suficiente para darme cuenta de que era escurridizo pero fuerte, como una trucha nadando a contracorriente. Estaba de viaje rodando una película para un amigo que dirigía cine experimental. Él nunca tuvo vocación de actor, pero le habían pedido que hiciera de sí mismo y eso le encantaba.

Miré el teléfono por última vez y, casi segura de que sonaría en ese momento dejé el libro en la mesilla. Empezó a sonar. Contesté a los dos tonos, temiendo que cortase pronto la llamada.

-¿Cómo estás?- contesté.

-Bien. Cansado… pero bien, ¿y tú? ¿pasa algo? He visto tus llamadas.

-Tranquilo. Me lo estoy tomando como unas vacaciones.- ¿Cómo va el rodaje?- añadí.

-Es un coñazo. Madrugamos mucho y el plan es bastante estricto, pero me alegra ver lo que se puede hacer con un equipo pequeño. Con un buen director de foto, ya basta.

– ¡Puto esteta!- le acusé entre risas. – ¿Cuántos sois?

– Mmmm… no sé. Doce o trece.

– ¿Y después?

– Solo Luis y yo. Por aquí no hay mucho tema, así que echamos un par de copas y a la cama. Los demás ni siquiera bajan a cenar.

– Tú también podrías descansar alguna noche. No va a pasar nada porque tomes cualquier cosa en la habitación.

-Te gustaría la película – dijo.

-Seguro, tengo ganas de verla.

-Al menos estoy bastante distraído y lo estoy pasando bien.

– Te va a venir bien, los viajes siempre viene bien… ¿Estás escribiendo?

– No. Vas a tener que escribir por mí de momento. El demonio ha llamado a mi puerta y le he vuelto a abrir – hizo una pausa-. Sigue con las ‘Crónicas del underworld’.

– Pero… por allí todo está tranquilo – respondí arrepintiéndome justo después.

-Bueno, ¿me llamaste esta mañana, no?

– Sí. Pero vamos, no era urgente… ¿dónde fue?, ¿cómo lo conseguiste?

-Estábamos en pleno rodaje y dejo el móvil en el hotel. Ya te digo que después de lo del otro día no esperaba que me llamaras.

– Lo siento, pensé que a esa hora habríais parado a comer- contesté cortada.

– Tranquila. De todas maneras de haberlo llevado encima te hubiera contestado.

– ¿Cómo llevas eso de actuar? Yo no podría. Siempre he estado detrás de las cámaras.

En ese momento se me vino a la cabeza Salinger. El comienzo de ‘El guardián entre el centeno’ donde Caulfield cuenta que su hermano, un escritor de cuentos ha decidido prostituirse escribiendo guiones de encargo para Hollywood. Yo hubiese dado millones por tener la mitad de suerte que él, pero mi burdel estaba muy lejos del proyector del sueño americano. Exactamente a 9.362,42 km, en un polígono de la periferia madrileña. En el fondo era optimista. Lo consideraba la manera más fácil de ganarme la vida mientras hacía callo. Entrenaría cada día, como un futbolista en pretemporada. Estuve a punto de contarle esta idea. Seguro que me hubiera dicho que Salinger era uno más, pero no era el momento de hablar de literatura.

-Ha sido la hostia. Me han hecho andar por el paseo marítimo porque dicen que camino como una estrella del Rock and Roll.- cerró con una carcajada.

-¿Han escuchado la maqueta?- Contesté, recuperando la concentración. No me costó, al fin y al cabo para mí la literatura y el Rock and Roll no estaban tan lejos.

-No. De momento has sido la única. Ya te dije, hasta que no metamos todos los arreglos no se la voy a enseñar a nadie.

-Eso no importa, las letras son muy buenas. Lo que mejor sabes hacer es escribir.

-Me gusta esta gente, ellos no miden los éxitos en cifras, ¿tú no escribes y cantas temas para una banda de Rock? Pues lo eres, me dijo anoche Luis cenando.

-Y poeta. Eres como Lou Reed- contesté mientras me servía una copa de vino.

-Y tú como Patti Smith.

Me reí sin decir nada.

-¿Tú cómo estás?, ¿pasa algo?

-Muy bien.- He encontrado el piso perfecto.

-¿Sí? Me alegro mucho. Ya tienes refugio- contestó con tono pausado.

-Eso es verdad, aunque nunca voy a sentirme del todo a salvo.

-Si sigues así desde luego que no ¿Es que no eres capaz de levantarte por la mañana y ceñirte a decidir si quieres café o zumo de naranja?

-No es tan fácil. El café es excitante, a veces demasiado. El zumo aporta vitaminas y más energía a largo plazo-. Me reí.

-Por cierto, aquí sirven en el desayuno un té que te encantaría.

-¿De qué clase es?

– No lo sé, pero es de la India. El camarero es de mi quinta, aunque parece mucho más joven y, desde luego, más inteligente. Decidió irse en una peregrinación en los ochenta y no volvió hasta casi mediados de los noventa.

– Siempre ha habido nostálgicos – intenté desviar el tema.

-Lo siento, Aradia. Tenía que llegar al aeropuerto como fuese. Gracias por…

– Por nada- respondí imaginando lo que iba a decirme.

– Aunque no sé cómo voy a recompensarte. El otro día me salvaste la vida-. Se hizo una pausa de unos segundos-.

– No me gusta ver a la gente temblar.

– Estoy hablando enserio, nunca había llegado a ese punto- no le creí. Fue como si se me hubiera roto el alma. Iba a salírseme del cuerpo. Y tú me la recompusiste, solo con un abrazo.

– Yo siempre he sido más de descomponer.

– Cuando llegaste tenía la energía justa para abrir la puerta ¿Cómo lo supiste?, ¿eres bruja? – Unos golpes en su puerta hicieron que el ritmo de su respiración se acelerara.- Tengo que dejarte, -dijo-. Luis me está llamando para bajar a cenar.

– Cuídate. Y procura cenar en la habitación como el resto. No te vendrá mal ahorrar un poco.

– Te llamo a la vuelta. Un abrazo.- Colgó antes de que pudiera contestarle, fingiendo para mí una sonrisa de esas que escuecen como las últimas puestas de sol del verano.

Era el día sin tiempo. Sin tiempo para mirar atrás. Al día siguiente me levantaría sin pararme frente a la cafetera con las manos temblorosas y escogería el zumo de naranja. Esto iba a ser una carrera de fondo.

SINOPSIS

Aradia se levanta una mañana desorientada. Lleva tiempo queriendo materializar su sueño, el de ser guionista de cine. Siente lejos la meta y cada vez tiene menos fuerzas. De pronto, caminando por la calle Mayor, una fuerza magnética le envuelve y le recuerda su propia magia. Algunos personajes se cruzan en su camino. Unos en forma de baches. Y otros de indicadores. Todos le guiarán y darán luz a señales de esas que parecen ir por debajo de lo cotidiano.

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