Cap.1º La moraleja ( El árbol que aguarda)

Cap.1º La moraleja ( El árbol que aguarda)

Ya se había cansado de tanto juego, ser fuerte era su deber, y odiaba que lo tratara como un niño, no me hables más así se decía así mismo, encerrando el hastío, sin decir palabra alguna, pero que no me hable más así se repetía. Él ya estaba al tanto de que había que tomar ciertas precauciones, nimias, pero que su madre insistía en repetirle cada día valiéndose de un arsenal de fabulas que recordaba de sus días en la docencia.

Ella amaba las fabulas de Fontaine, las encontraba exquisitamente educativas.

Cada mañana era importante mantener el refugio limpio, y para ello, el pequeño Philo colaboraría en el mantenimiento de los utensilios de cocina que había conseguido diferenciándolos siempre del resto, por consiguiente era el momento de recoger las ropas de la cama y barrer el polvo bajo, todo bajo la canción de la cigarra y la hormiga, fabula que se le antojaba un tanto redundante, pero por educación nunca le dijo nada.

En lo que respecta a él, su madre le había enseñado los hábitos esenciales para su higiene desde muy pequeño, como por ejemplo, lavarse los dientes y bañarse una vez cada dos días utilizando la cantidad justa de agua potable; nunca, nunca salir al exterior, salvo por un caso especial, y este será utilizando la máscara de gas que está junto a la puerta, y una vez se regresa a casa, habrá que lavarla con bastante jabón; él sería el protector del refugio como si hubieran enemigos al acecho.

Obstinada, perfeccionista y fiel a sus valores, alguien cuya esperanza se derrochaba en aquél angelito, tras sus ojos rasgados podías saber quién se hallaba frente a ti, cuanta fuerza sostenía en su interior, sinceridad y ausencia de miedo, así era la madre de Philo. Tenía serias razones para mantener sus fabulas como el niño que era pero por otra parte sabía que estaba creciendo, sabía que el refugio se le estaba haciendo pequeño, no podía mantenerle encerrado durante tanto tiempo. Pronto querrá salir al exterior.

Pese a que el muchacho de cabellos morenos rizados y ojos miel, sólo tenía 9 años, para ella el máximo pilar de su existencia, donde todo vale. No son tiempos para la duda, no son válidas las lágrimas que han estado guardadas mientras el inocente duerme, le protegerá de macabras sombras detrás de la ventana de su improvisado hogar, dónde ella hacía guardia apuntando a la entrada, cada noche. Y el día es para la caza, no se tiene ni idea de lo fácil que se vuelve cazar fuera de los asentamientos, donde te ves obligado a matar cualquier criatura para cocinarla y poder comer algo para así durar un día más. Ratas, lagartijas, serpientes… cualquier animal bien cocinado es propicio.

Y el mundo, que se podía decir del mundo, que ya no era un lugar seguro como era hace cien años, antes de la conocida “marcha negra” no solo por la aniquilación de cualquier cohesión en la sociedad, ni las guerras, ni las pestes, ni el aire contaminado…. A lo que más se temía era a las enfermedades, y fue la enfermedad de los ojos rojos, el “Dima” la que había reducido la población drásticamente, obteniendo el título de la enfermedad del apocalipsis. Esta enfermedad la padecían los niños pero para los adultos era letal, debido a que partir de los veinte años las posibilidades de morir eran absolutas, si un niño se contagiaba tendría hasta más años de supervivencia, pero un hombre o mujer adulto moriría en un par de días, a lo sumo semanas, por un acelerado envejecimiento celular. Aunque a primera vista el enfermo pareciera más joven, lo cierto es que estaban envejeciendo cada día unos diez años, hasta que los órganos dejan de responder, la debilidad hace presa a la persona hasta que apenas pueda moverse y ya solo cabe esperar. La infección podría ser ocasionada por ingerir agua contaminada o carne de animales que no fuera lavada y cocinada antes, además una mordedura de una alimaña en el exterior era letal, ya que era el mayor foco de infección.

Ella no se podía permitir debilidad alguna, no después de las cosas que había visto y aunque se encontraba bastante cansada, también estaba muy complacida de que el pequeño estuviera a salvo. Es curioso, que ella misma se diera cuenta de que aquel muchacho le había brindado la vida ya hace mucho tiempo, sintiendo lástima de aquellos quienes no tienen hijos, ya que no tenían motivos para seguir viviendo. Con un hijo a salvo, que más podía pedir una madre, quién sabe, pero estaba claro que era lo que pedía un niño de su edad, Philo quería madurar. Los juegos y fabulas son elementos importantes no sólo para el aprendizaje sino para que el niño se evada de la realidad, y cuando se encuentra de frente con ella, bueno, habrá que esperar que las fabulas hayan valido la pena.

Una vez, la tierra era verde, habían flores y plantas de todos los tipos, brindaban al paisaje de color, de aromas, por eso son tan valiosas. Habían árboles, como donde se hallaba el cuervo del cuento del Cuervo y el zorro. Había manantiales y lagos, el aire era limpio. Le relataba su madre. ¿Qué es lo que volvió el mundo así? Le preguntaba el pequeño. Ella sonrió, mientras acariciaba su cabello, esperando que se durmiera. Nosotros… contestó.

Un día, el pequeño Philo aprovechó la oportunidad de ver a su madre dormida encima de la mesa, dejó el libro que se estaba leyendo y se acercó a ella para hacer gestos a ver si se despertaba. Estaba agotada, su cuerpo estaba sentado en aquella desvencijada silla y apoyada en la mesa. Entonces, todo lo consiguiente fue rápido, como si lo hubiera planeado tiempo atrás. Tras coger la escopeta que se hallaba cerca de la cama, corrió tras la única puerta del refugio y la abrió. La luz del día lo invadió todo como un fulminante destello en la oscuridad, las sombras estaban apartándose como una reverencia y la cara desgastada de una madre dormida apareció entre las sombras. El niño la miró, alertado de que aquella luz la podría despertar, así que atravesó el umbral de luz corriendo y cerró tras de sí.

Durante un instante, quedó totalmente ciego, no podía sino ver sombras y luz, nada más al exterior. Hasta que se fue dibujando el entorno, abría y cerraba los ojos dejando caer algunas lágrimas de ardor. Y entonces pudo ver.

Se hallaba frente a un paisaje yermo, lleno de montañas de ruinas y cemento, todas ellas eran altas e imponentes, además esqueletos de edificios de antiguas construcciones. Recordó haber visto ese lugar solamente cuando llegaron al amparo de la noche y tapiaron aquel refugio improvisado.

Sintió algo de culpabilidad al ver que había incumplido las órdenes de su madre, y más teniendo en cuenta que había salido sin su máscara de gas. El aire era denso, pero se podía respirar.

Se aseguró de que la escopeta estuviera armada como le vio hacer a su madre, respiró hondo y caminó lentamente dejando atrás montañas de escombros. Al fondo divisó un imponente tanque, se quedó perplejo mirándolo durante unos segundos, supo de la existencia de estas criaturas metálicas sólo de los libros de maquinaria antigua del sínodo de la investigación. Los edificios son altos como los gigantes de los cuentos, desnudos y fríos, desde su estructura se podían traspasar los rayos del sol. Llevaba unos minutos caminando cuando vio una pequeña estructura bordeada por ventanales rotos y un gran cartel en lo alto con el dibujo de algo que no podía identificar. Escuchó un ruido tras de sí. Se dio la vuelta.

Tras de sí más montañas de escombros de unos cinco metros, y unas piedras que caían de lo alto. Apuntó con el arma mientras observaba atentamente el suceso, pero parecía que no era nada, pudo haberlas empujado el viento. Volvió a mirar al edificio de antes, ahora con avidez pudo identificar el dibujo: una taza con líquido negro y humeante en su interior.

El café era un producto muy utilizado por los antiguos. El pequeño Philo, había escuchado mitos sobre el uso de esta sustancia, se preguntaba a qué sabría, y si es verdad que algunos sínodos de investigación de los asentamientos del sur habían conseguido un producto sintético que lo simulara. Por deducción, el pequeño Philo supo que aquella era una cafetería, un lugar de reunión para consumir este producto, entonces decidió entrar.

Las puertas de la cafetería estaban abiertas de par en par, en su interior una gran barra, repleta de objetos metálicos y enseres. Las mesas estaban derruidas y desgastadas por el paso del tiempo, había trozos de tela en el suelo, y todo tipo de objetos. Aunque lo más probable es que aquel lugar estuviera más que saqueado, la esperanza del niño por encontrar algo de gran valor le hacía mantener los ojos bien abiertos, o quién sabe si hallaría café entre la basura.

Todo era fascinante para él, pero lo que más le llamó la atención fueron las paredes vestidas con un montón de cuadros y pequeñas personas en su interior. También sabía de la existencia de las fotografías como una tecnología que hacía que se inmortalizaran recuerdos del pasado, y ahí estaban, todos sonrientes y radiantes, con ropas de colores vibrantes y decorados limpios. Philo sonrió, entendiendo que aquello eran tesoros que quizá debía dejar allí como un lugar santo o que debía llevarse para mantenerlos en un lugar seguro. ¿Cómo se debía de ver el refugio decorado con todas aquellas sonrisas?; el valor que tenían era incalculable. Tras de sí sentada entre escombros se hallaba la gran barra. Tras de la estructura habían demasiadas cosas en el suelo, todas ellas sin valor algunos, platos y tazas rotas mayormente. De pronto algo al fondo de la barra llamó su atención.

Estaba allí olfateando con su nariz, moviendo trozos de cerámica con las patas hinchadas y sonrosada. Sus ojos negros se mantenían en quietud mientras sus bigotes eran como cuerdas de nilón en un hocico que lo olfateaba todo. La rata no se percató de su presencia, era su momento.

Philo se agachó muy despacio hasta que quedó a la altura de la criatura y caminó unos metros hasta la distancia que consideró oportuna. Entonces, con una rodilla hincada en el frio suelo, sin apenas hacer ruido, y otra para apoyar el brazo izquierdo, acercó la mirada a la mirilla, y cerró un ojo. Aguantó la respiración y recordó una conversación que tuvo con su madre una vez.

Si yo quisiera defenderte… no puedo hacerlo si no me enseñas a usar el arma… le dijo él. Ella le dedicó una sincera sonrisa.

A veces, lo que nosotros consideramos una solución, no es más que parte del problema. El sínodo de la espiritualidad me lo dio a entender una vez, la violencia no crea más que violencia. Pero con el tiempo lo entenderás…

Apretó el gatillo, haciendo que el ruido retumbara por todas partes. Cualquiera que hubiera estado cerca lo habría escuchado, Philo se asustó tanto que cayó tras de sí, cerrando los ojos, sentándose en el suelo y tirando el arma. Pensó que corazón se le salía del pecho, y le temblaba el pulso a la vez que el arrepentimiento se apoderaba de su mente. No lo entiendo, no lo entiendo…. Se decía a sí mismo. Abrió los ojos.

La rata yacía tendida en el suelo, con los ojos abiertos, no se movía. Philo se levantó y se acercó rápidamente a ella.

Y de pronto aparece el júbilo, al fin lo había hecho, había cazado su primera presa. No podía imaginarse más que a su madre feliz, tanto, como para comprendiera que ya había crecido. Era la ofrenda sagrada necesaria para el inicio de su madurez, lo era todo para no estar encerrado en el refugio. Sonriente se olvidó de más comprobaciones de seguridad. Se agachó a recoger su premio, abrió la mochila y se decidió en meterlo dentro entre aquellas telas. Sintió algo de escalofríos al sentir la piel peluda de la criatura, pero no importaba, no para su orgullo, el mismo orgullo que puede volverte ciego, sin que pudiera sentir el movimiento de cabeza de la víctima. Le miraba con esos ojos negros y vidriosos, sintió como se retorcía en su mano y antes de que la inercia y el impulso hubieran permitido soltarla al suelo, esta se abalanzó a su muñeca y le hincó sus dientes grises.

Aquel animal escapó entre los escombros, parecía como si el disparo le hubiera dejado tan solo aturdido. A su vez, Philo se había llevado la mano al pecho, mientras la sangre recorría su brazo.

Cuando la madre se despertó, ahí estaba el pequeño Philo. Sentado frente a ella, mirándola fijamente.

  • -Lo siento, me he quedado dormida. Ahora preparo algo de comer. ¿Qué pasa Phil?- preguntó mientras le acariciaba su cabello.
  • -He salido afuera mientras estabas dormida- respondió sin titubeos. Ella le miró seria.
  • -Sabes que es peligroso, te lo he dicho incontables veces, hay que tomar medidas-
  • -Últimamente estás muy cansada… necesitas descansar –
  • -¿ Y tu quieres salir ahí fuera por mi?-
  • -¡Me gustaría ayudarte!, no puedo estar sólo aquí sin hacer nada mientras tú lo haces todo …- replicó él.
  • -Aún no estás preparado Phil, es peligroso sobrevivir ahí fuera.-
  • -No quiero que vayas sola por ahí, quiero poder protegerte, quiero que estemos juntos siempre. – le dijo él, mientras que caían lágrimas por su rostro.
  • Fue cuando una madre abraza a su hijo, como agradecimiento. Le acariciaba sus cabellos rizados, y le miró con tierna serenidad.
  • -Mama…- dijo Philo mientras su madre se apartaba. Le enseñó una pequeña herida en el brazo. La madre miró la herida, y entonces todos sus sentidos se pusieron a trabajar.
  • -Es un rasguño, has tropezado con algo…-
  • Philo negó.
  • -Parece una mordida… por el tamaño diría que es una rata- continuó la madre, Phlio asintió. – ¿la has lavado como te enseñe?, ¿Sientes nauseas o mareo?-
  • Él asintió. La madre le abrió los ojos para examinarlo, no había rastro en los ojos blancos del “Dima”.

Aquella mirada, el uno al otro, fue el principio de una revelación, el principio de algo nuevo para ellos. Una mujer que por instinto no había hecho sino luchar por ambos, se había dado cuenta que su hijo había contabilizado cada instante que ella arriesgaba su vida, por él, cada segundo que él estaba sólo, sufría en silencio esperando su llegada. Por otra parte, como si de una fábula se tratase, la madre también tuvo que aprender una moraleja, la sobre protección como un peligro dónde no se encontraran puertas que encierren las ganas de crecer, y aquel proceso, la madurez no es un proceso sencillo, sino que conlleva dudas y miedos.

Pasaron varias semanas y allí estaba el muchacho que la esperaba con sus mejores intenciones ayudándole a despellejar a la alimaña que tenían que preparar para comer ese día. Pondremos una vela y leeremos un poco aquel libro que cuenta historias de animales y fábulas como su madre esperaba que hiciera. Ella estaba acostada cerca de él, perdiéndose en como la luz de la vela alumbraba a su pequeño, estaba cansada débil. Además el muchacho no necesitaba leer, contaba el cuento él palabra por palabra como si lo estuviera leyendo, de tanto leerlos se los había aprendido.

La madre había disimulado lo suficiente, ahora debía pasar tiempo con él, no sabe cuánto tiempo le quedará para caminar. Cada vez que ella vomitaba sangre, el niño dormía, más tarde apareció la debilidad, pero lo que fue verdaderamente revelador, fue ver el rostro de su pequeño directamente, durante media hora mientras él seguía contando la fábula, sus ojos rojos que extrañamente los seguía encontrando hermosos.

Un mes después, tras alimentar a una madre que desvariaba y que no se podía mover, ahora debía enterrarl, bajo la luz del sol poniente, y se aseguró de poner un túmulo de piedras en la superficie. Tuvo que pensar, que la representaba, dónde entre tantos escombros, habrá algo para vestir su sepulcro.

Philo no es consciente del dolor, no lo era, si al menos hubiera campos de lavanda como ella le relataba que en el pasado existieron. ¿Dónde había lirios y amapolas?

Solo son recuerdos bellos, ella se merecía un jardín de flores a su alrededor, se merecía un cielo azul como corona. Philo también añoraba un mejor hijo para ella, Yo te encontraré flores, mama, lo prometo… y tras esa promesa, Philo dejó a su madre quién, al fin, podrá descansar.

SIPNOSIS

¿Qué es lo que encamina al mundo?… ¿Cuán cierto es todo lo que ponían los libros?… ¿Que ha oculto en nuestra existencia?

Cierto es, que los científicos se equivocaban, la llamada “marcha negra” ha exterminado incontables especies y erradicado la vegetación del mundo pero aún seguimos vivos, contra todo pronóstico. Una nueva sociedad surge de la enfermedad y la oscuridad, donde quizás se pueda hallar la verdad más bella de todas.

Conoce los personajes de «El árbol que aguarda», todos ellos forjados en un mundo distópico, que nos enseñaran que no somos tan diferentes de ellos. Quizás no tanto como creemos.

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