SINOPSIS:

El Dr. Raúl Cervantes, afamado especialista, ha tenido logros al por mayor en el campo de la medicina, en concreto en la rama de la oncología, dentro de todos sus logros le quedan por resolver algunas incógnitas, como, ¿que es el dolor?, ¿habrá alguna manera de medir su intensidad?, pero sobretodo, ¿que sienten las personas que lo viven?.

Con la edad encima, siente que su tiempo se acaba y las investigaciones en ese renglón no avanzan, por lo que decide voltear su mirada a lo místico, a lo oculto, optando por colgar la bata del científico para iniciar un nuevo camino, corto, pero que le dará las respuestas que busca, para ello inicia una serie de aventuras llenas de misterio, como la posesión de cuerpos enfermos con su alma, logrando sentir en carne propia el dolor ajeno.

Es tan breve su aventura antes de ser arrebatado por las sombras que no le alcanza el tiempo para darse cuenta del resultado de su esfuerzo.

Dr. Raúl Cervantes, Dr. Raúl Cervantes, favor de presentarse en cuidados intensivos, Dr. Raúl Cervantes se le solicita en el área de cuidados intensivos, es urgente.

Cansado, no con mucho ánimo, el Doctor Cervantes, veterano doctor militar atendió el llamado del altavoz, en aquel pabellón del dolor yacían casos en espera del desenlace, aquellos pacientes que solo contaban con la esperanza de un milagro, era ahí donde la mano del hombre no hacia mas que paliar el dolor.

Con gesto de cansancio, el doctor llegó a la cama 280, en donde se encontraba el paciente, cáncer de hígado en fase terminal.

– veamos amigo, que puedo hacer por usted?, pregunto condescendiente el doctor, de antemano sabia que nada podía hacer ahí, los dolores del mal eran insoportables, al grado de que la droga mas poderosa con la que contaban en el hospital no era capaz de atenuar el dolor.

Doctor, le dijo el enfermo, asiéndolo fuertemente de su mano, estoy consiente de que voy a morir, tal vez hoy, tal vez mañana, que mas da!, lo único que quisiera hoy es que me quitara este maldito dolor! y si para ellos fuera necesario, ¡máteme!, apiádese de mi doctor, mas que una súplica, el anciano exigía la muerte.

Gruesas lágrimas brotaron de los ojos del enfermo, los gritos y exigencias fueron disminuyendo hasta convertirse en un susurro, poco después el enfermo, entro en coma, un coma que a la postre fue lo mas piadoso que pudo tener en el infierno de su enfermedad, un coma del cual ya no despertaría, después de varios años de padecer el mal, por fin le arrebataba la vida.

El doctor Cervantes, hombre de carácter recio y de costumbres hoscas, solo se limitó a confirmar el deceso, tapo el cuerpo y dio instrucciones para su preparación y entrega a sus familiares.

Casos como éste eran la practica diaria del doctor, especializado en oncología, a sus casi 70 años, era difícil no haber visto un cuadro como éste mas de dos veces, en realidad era poco lo que tenia por ver.

La verdad era que para el doctor, estar cara a cara con la muerte lo había hecho una costumbre, el estar rodeado por el dolor casi lo volvió un ser insensible, mas, siempre había vivido con la incógnita, ¿Que era el dolor?, habría alguna manera de saber de su intensidad, si en la actualidad, solo el que padece una enfermedad y solo él lo sabe.

Al terminar el turno, el doctor, como todos los días, elaboró su informe, fue minuciosos al describir cada caso que había atendido con el propósito de que le dieran el seguimiento correcto, un informe frío, basado en los protocolos generalmente aceptados, y lo dejó en el escritorio de su relevo.

Bajó al estacionamiento, abordo su automóvil, se detuvo en el café de siempre en donde algunos de sus ex-compañeros lo esperaban, la mayoría de ellos eméritos, con una vida relajada y en ocio, viviendo de una generosa renta a la que se habían hecho acreedores por un buen numero de años de servicio.

En el hospital no había sido un buen día, no de muy buena gana saludó a los presentes, pidió una taza de café, negro, sin azúcar, mientras entraba en plática con sus ex-colegas, temas triviales, vivencias personales, deportes favoritos, excetera, bajo la regla de oro de no hablar de trabajo.

convivió con ellos, cenaron, tocaron temas de familia, nietos, notó en algunos el enrojecimiento de sus ojos al estar pasando por una crisis de familia, otra vez estaba frente al dolor, pero ahora del alma, ese dolor que también a él lo había aprisionado con esa garra fría que lacera y muerde.

A la hora acostumbrada, se despidió de sus compañeros, volvió a su auto y enfiló a su domicilio en donde lo esperaba el frío de la soledad, entró a su habitación, vio sobre el buró un retrato amarillento de sus difunta esposa, en la mesa de noche, la foto de sus hijos, que por motivos de familia lo habían dejado solo.

Tomo una ducha, se recostó en su sillón favorito que por años lo había acompañado, por cómodo, lo reclinó y dormitó en él, después se levanto, encendió un cigarrillo y se sirvió una copa de vino y se volvió a acomodar en el sillón, encendió el televisor, solo como ruido de fondo, pues en realidad no le prestaba atención.

echó a volar su mente, recordó su época de militar, al frente de un equipo médico, recordó las veces que tuvo que operar en el mismo campo de batalla, sin anestesia y en condiciones nada asépticas a los miembros del batallón, debido a la gravedad de las lesiones, a la premura o a los territorios hostiles en que se encontraban, eran los mismos recuerdos que en ocasiones le habían provocado interminables noches de insomnio y también de pesadilla.

Al día siguiente continuó con lo que mejor sabia hacer, luchar y luchar contra uno de los enemigos mas poderosos para la humanidad, el cáncer, no se había retirado por que estaba convencido de que pronto daría con la formula para derrotarlo, para ello se documentaba con lo ultimo de las investigaciones, en cada consulta que tenia con sus pacientes, lejos de consultarlos, los entrevistaba,le interesaba saber hasta el mas mínimo detalle de lo que ellos experimentaban, ésto ultimo se había convertido en una obsesión, y no era morbo, el doctor Cervantes era un profesional, había luchado por muchos años contra el mal y trataba de registrar todos sus efectos en sus pacientes, con la intención de paliar el dolor que arremetía sin piedad contra los enfermos, ya casi lo sentía como una cuestión personal.

Mediante el parlante se le volvió a requerir en en el área de cuidados intensivos, con fastidio escucho el llamado, sabia bien que su presencia era inútil, pero como profesional que era, acudió al llamado.

ya en el pabellón, se encontró con alguien que literalmente le cambiaría la vida, cama 266, cáncer de laringe, también en fase terminal.

Guillermo Rentería, le habían detectado el mal 6 meses atrás, uno de los tipos de cáncer mas agresivos, un huésped que humilla y sobaja a su anfitrión, prácticamente reduce a nada su calidad de vida, todo esto hasta su exterminio.

Guillermo lo recibió con una mirada fría, en silencio, la enfermedad le había dañado las cuerdas vocales, así como también los tratamientos, solo vivía por los alimentos suministrados por una sonda, hacia mucho tiempo que no probaba alimentos sólidos, a pesar de haber sido una persona de 1.85 metros y casi 100 kilos, su peso se había reducido a tal vez 50 kilos.

En su mano derecha había una nota, en ella escrita su voluntad, no era diferente a las muchas que había recibido, poner fin a su sufrimiento, el doctor le miró a los ojos, dibujo una mueca en su rostro, fue lo mas parecido a una sonrisa.

tomó la nota, la leyó sin prisa, casi sin atención, sabia bien lo que decía, y habló con Guillermo:

-Vamos amigo, lo mejor de la ciencia esta a sus servicios, por 6 meses usted ha sobrevivido a la enfermedad, dígame, ¿porque quiere que yo que hice el juramento hipocrático de conservar vidas, le arranque la suya? .

Guillermo tomó nuevamente papel y lápiz y con desesperación escribió nuevamente otra nota, con pulso tembloroso, con la frente perlada en sudor se la entregó al doctor, en esta ocasión el dr solo tomó la nota, la dobló y la metió a la bolsa de su bata, miró a los ojos del enfermo e hizo un movimiento de desaprobación para lo que para él era la insistencia del fin, ordenó a la enfermera en turno aplicar un sedante y salió de la sala.

Se dirigió a su consultorio, casi era la hora de salida, elaboró la bitácora del día, recomendó instrucciones especiales para el paciente de la cama 266 y salió.

En esta ocasión se dirigió al super, mentalmente hizo una lista de artículos de higiene personal, agrego algunos sobres de café instantáneo y algunos productos mas.

En uno de los pasillos del super saludó a la Sra. Marta Castillo, mamá de Rubén, un joven de aproximadamente 20 años, con síndrome de down, Rubén no había sido su paciente, solo que periódicamente visitaba en nosocomio para llevar a cabo ejercicios de fisioterapia, habiéndose ganado por su condición especial, la simpatía de la mayoría del personal de hospital.

Hechas las compras, se dirigió a su hogar, inmediatamente se dispuso a darse una ducha, y al momento de ponerse la ropa de baño, cayó al suelo la nota que le había entregado Guillermo, la tomó del suelo, se sentó en su sillón reclinable, lo ajustó a manera de estar cómodo y empezó a leerla con detenimiento, lo que ahí había escrito le cambiaría literalmente la vida.

Doctor, decía la nota, «aunque usted ha vivido de cerca con el dolor, no sabe lo que es sentirlo, debería tomar en cuenta nuestro sufrimiento, y ponerle fin, tenga en consideración que estamos dispuestos a la muerte con tal de ya no padecerlo»

Leyó la nota varia veces, y como si la frase «no sabe lo que es sentirlo» tuviera vida le repiqueteo en su cabeza, la nota en realidad era contundente en su mensaje.

Se dio una ducha, se sirvió su acostumbrada copa de vino, encendió un cigarrillo, se acomodó nuevamente en su sillón y volvió a releer la nota,

reflexionó y pensó, es verdad, siempre he visto el dolor en mis pacientes, se que les duele, por la naturaleza de su enfermedad y porque ellos me lo dicen o demuestran, pero nada mas.

agradeció a Dios con una leve oración y se dispuso a dormir, pero en realidad la nota no lo dejaría conciliar el sueño.

tal como lo esperaba, fue una noche de develo como tantas otras, y mas que estarían por venir.

Al día siguiente, al llegar al hospital leyó la bitácora de su colega en turno, inmediatamente se fue al reporte del enfermo de la cama 266, el paciente Guillermo Rentería había fallecido, el reporte indicaba que había entrado en crisis a las 3:25 horas, y fallecido 30 minutos después.

El doctor atendió sus pacientes de manera normal, solo que hacia mas énfasis en el grado de dolor que acusaban, suministraba droga casi al límite de lo permitido, y en su cabeza solo existía una pregunta, ¿que sentían esas personas?

El fin de semana llegó, investigo en sus muchos libros de medicina el como podría medir de la intensidad del dolor, ninguno le dio la respuesta, la obsesión creció, fue entonce cuando el prestigiado oncólogo Raúl Cervantes Alcalá volteo su mirada a lo inverosímil, a lo oculto!

Buscó en un sin número de paginas que hablaban de posesiones de cuerpos, la mayoría por entidades o energías negativas y demonios, tampoco fue la respuesta, con tesón empezó a realizar investigaciones a cerca de los viajes del alma, pasando por posesiones de entes malignos, por desdoblamientos de personalidad, apoyándose en médicos psiquiatras, nada de esto lo llevó a la respuesta.

en su intensa búsqueda dio con una fase de la cultura maya, en ésta sección se documentó del como los ancianos sabios de esa milenaria civilización tenían conocimientos muy avanzados en astrología, matemáticas y manejo de energéticos, (conocimiento y manejo de energías cósmicas y telúricas), pero lo que en realidad le llamó la atención fue una sección en la que se hablaba del manejo del alma, saliendo del cuerpo y regresando al mismo, leyó el códice con avidez, pero en él no decía que lo hubieran logrado, si no que místicos y chamanes de la época experimentaban con pequeños viajes o desprendimientos del alma, que el doctor conocía a través de sus pacientes que habían permanecido muertos por segundos o minutos, habiendo regresado supuestamente de un mundo paralelo, en el que todo era luz, armonía y paz y en algunas ocasiones debió batallar con personas que a base de electrochoques habían sido vueltas a la vida, y lo habían maldecido por haberlos hecho regresar de ese paraíso.

Ya en otras ocasiones había pensado en el retiro, por sus años de servicio y edad, no le fue difícil acceder a esa prestación, por lo que inmediatamente realizó los tramites necesarios para ello.

había empezado para el doctor, para la eminencia médica una nueva era, había decidido colgar la bata de científico y explorar en busca de respuestas a sus inquietudes en el mundo de lo esotérico.

Empezó por practicar lo viajes astrales, según el códice maya que había leído sugería una hora temprana, en donde fuera fácil entrar en un estado de somnolencia rápidamente, por lo que puso su despertador y se fue a la cama.

En punto de las 5:45 de la mañana del día siguiente despertó al sonar del la alarma, solo había dormido algunas horas haciendo los preparativos necesarios para su aventura, y después de repasar mentalmente el proceso, dio inicio a la odisea.

en su recámara había un ambiente cálido, afuera el frío estaba cerca de los cero grados, se acomodó en su cama, cubierta solo con una sábana blanca, sin almohada, cerró los ojos, de acuerdo al protocolo, el estado de somnolencia sería básico, se concentró en dejar su mente en blanco, no le fue fácil ya que tenia una mezcla de temor y emoción, ademas, las muchas y muchas respuestas que buscaba en este ámbito no le permitieron lograr esa concentración, en su lugar llego un sueño reparador de varias horas, después de varias noches sin dormir, por fin ahora sentía que había descansado debidamente, se levantó de su cama, se duchó, se preparó un café negro, sin azúcar, se miró al espejo, se sonrió y susurró, tal vez este viejo, ja!.

Con la experiencia de su edad y oficio, observó los detalles del evento, cruzó por su mente la posibilidad de que lo que estaba haciendo solo fuera ficción, sin embargo, solo ese camino tenía por recorrer, por lo que decidió darse una nueva oportunidad.

Esa noche, nuevamente realizó los arreglos necesarios para la mañana siguiente, despertó al sonido de la alarma, la temperatura afuera era aún mas baja, su habitación la había iluminado de forma bastante tenue, los colores claros en paredes, cortinas, sábanas previamente ordenados por él, le daban un toque aún mas místico, que según los escritos mayas eran necesarios para su concentración, y nuevamente inició el rito.

Se concentró en nada, es decir, poco a poco fue dejando su mente fue vacía de pensamientos, los ruidos del exterior no lograron romper el silencio de la habitación.

De acuerdo a las instrucciones ya memorizadas, el doctor consiguió entrar en el estado de sopor, poco a poco pudo sentir el ambiente que lo rodeaba, visualizó cada objeto que componía el menaje de la habitación, mas súbitamente detuvo el ejercicio, por su memoria consciente cruzó un pensamiento de lógica, tal vez él podía ver los objetos de la recamara por una sencilla razón, el sabia de la existencia y la ubicación de cada objeto, y una vez mas dio por terminado el ejercicio.

Ya mas sereno, tomó su acostumbrada ducha, se preparó el café, negro, sin azúcar se sentó en su sillón favorito y empezó a recordar lo acontecido en lo que para él había sido un viaje fallido, al pasar su vista por la mesa de centro, casi cae del sillón, en ella estaban las llaves de automóvil, en la posición en que las viera en su viaje de a poco fue comprendiendo que el viaje había sido verdadero, ¡un éxito! con el corazón bastante acelerado, tomó su libreta de apuntes, hizo las anotaciones necesarias, sus manos temblaban, la emoción lo hizo su presa, el resto del día fue de razonar su logro, se sintió satisfecho con el paso dado y se preparó para el día siguiente, en ésta ocasión quería ir por mas.

Mas tarde desidió ir al café con sus amigos, igual que todos los días hablaron de todo un poco, en esta ocasión festejaron el cumpleaños de un amigo de mesa, hubo cena especial algunas copas de mas, en fin todo un festejo. llegó la hora de retirarse, el frío en realidad era intenso, llego a su casa, prendió la calefacción y se fue a la cama, en esta ocasión habría una sorpresa, no puso el reloj despertador, el cansancio acumulado por muchos años de servicio y el desgaste en el área militar ahora presentaban facturas, ademas de unas copas de mas, no despertó a la hora para el ritual, ya entrada la mañana, al despertar, solo se acicaló el pelo con sus dedos y exclamó, no cabe duda, ¡estoy viejo, ja!

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