Si me quisierais contar

Esa historia, gran señora

Pudierala yo glosar.

La venganza de Don Mendo

Pariome adrede mi madre,

Ojala no me pariera

Aunque estaba cuando me hizo

De gorja Naturaleza

Nací tarde, porque el sol

Tuvo de verme vergüenza

En una noche templada

Entre clara y entre yema.

Un miércoles con un martes

Tuvieron grande revuelta

sobre que ninguno quiso

que en sus términos naciera

Tal ventura desde entonces

me dejaron los planetas

que puede servir de tinta

Según ha sido de negra

No hay necio que no me hable

Ni vieja que no me quiera

Ni pobre que no me pida

Ni rico que no me ofenda.

Francisco de Quevedo

Viva Venezuela mi tierra querida..

Anista

_¡ Na’ guara! – murmuró la joven Anista, embriagada de nostalgia y de temor, mientras veía alejarse a sus primos y a su sobrino Armando.

Permanecía inmóvil en la zona de embarque, al otro lado de la frontera donde quedaron su vida, sus afectos, sus alegrías y su dolor. El gesto lastimero, la actitud desangelada dejaban entrever la frustrante y dramática sensación que inundaba su ánimo, El brillo de su piel y la intensidad de su mirada habían huido, tomando el aspecto de una difusa y vulgar transeúnte del aeropuerto. Una mas entre la multitud.

En pie frente a su pasado, dando la espalda al futuro. Desconcertada, presa del desaliento, victima de una repentina y profunda desilusión, que se hacia palpable en la palidez y opacidad de su rostro. Sus brazos, colgando de sus hombros como fardos abandonados, pesados y sin vida. La mujer de innata sensualidad, dotada de un enigmático y atrayente lenguaje corporal, el cual hacia aflorar el deseo, las envidias, la pasión, dependiendo del carácter y la orientación sexual de la persona, se había transformado en un anodino espectro, un espantapájaros sin luz, sin humanidad, sin energía.

A su alrededor, el mundo bullía. Apenas ocupaba espacio, apenas llamaba la atención, por lo que no interrumpía el frenético deambular de las personas que compartían con ella esa estancia. No se apreciaba nada con nitidez, todo eran prisas, tropiezos, gritos. La incesante mezcla de sonidos, aromas y colores, se concentraba y descomponía como una estruendosa y fugaz eclosión, una furiosa y sensorial algarabía. Una confluencia de destinos, que se mezclaban y fundían al azar por un instante en la zona de embarque del aeropuerto.

La pequeña y delgada criatura se hallaba sola, se sentía más insignificante aun de lo que realmente era. Su silueta y su estatura habían disminuido en su mente hasta alcanzar cotas inimaginables, y del todo irreales. Anista era una mujer en apariencia frágil, una persona que solía despertar la ternura en los que la observaban, y al mismo tiempo podía despertar el instinto a la persona que lo tuviera olvidado, o creyera que por edad o conflictos personales lo había perdido.

Allí, en medio de la sala, sin compañía y sin nadie a quien acudir, como abandonada a su suerte, se dio cuenta por primera vez del riesgo que entrañaba el viaje que iba a realizar. Se había embarcado en una aventura, un proyecto vital del que no conocía más que como había empezado e ignoraba completamente como podía terminar.

Quedó triste, con el corazón inundado de añoranza, y el alma dominada por una profunda congoja. Envuelta en un halo de angustia, que le hacia parecer un fantasma, o simplemente un espíritu retenido en la tierra en contra de su voluntad

Esa imagen de desasosiego, esa actitud desangelada, fue tal vez lo que atrajo la atención de un diligente y perspicaz auxiliar de tierra. Se acercó a ella lentamente, como quien acecha a una mosca que en cualquier momento puede volar, y con la delicadeza y cortesía que le habían inculcado en la academia, el don de gentes que adquirió en sus muchas andanzas y correrías por el mundo, trató de minar la reticencia natural a revelar nuestras desgracias y pesares a los extraños, mientras serenaba a la llorosa mujer de piel trigueña y ojos inmensos.

_ Perdone – susurró el auxiliar con tono austero y a la vez servicial.

_ Si. – respondió Anista en un suspiro, sin mirar al muchacho

_ ¿Puedo ayudarla? – exclamo, y a continuación encorvó su figura con el fin de situar su mirada a la altura del rostro de la pasajera

_ ¿Cómo? – añadió ella, alzando la voz hasta alcanzar su volumen habitual. Sorprendida o tal vez inquieta por el ofrecimiento

_ ¿Le ocurre algo? – dijo él mientras adoptaba una postura mas cómoda.

Anista se resistía a mostrar su rostro enrojecido y lloroso. Para una mujer tan preocupada por su imagen, dotada de una coquetería innata y un gusto especial por los hombres, la atracción y el juego amoroso eran dos de sus mas arraigadas características; el aparecer demacrada, con el maquillaje deslizándose por su cara como un torrente de barro, un lienzo humedecido antes de secar, empapado por las lagrimas; era algo que le producía una profunda sensación de incomodidad y desasosiego.

_ ¡Ay papi! – susurró entre sollozos, confrontando su mirada con la del chaval, que en ese momento permanecía en cuclillas. – No se como explicarte, son tantas cosas.

Y de nuevo, brotaron las lágrimas de sus ojos, de forma mas intensa que antes, de tal forma que al muchacho se le encogió el corazón, se esforzaba para que la emoción no se hiciera visible, debía mantenerse sereno.

Para calmar a la pasajera, y conseguir que se serenara, la invito a acompañarle hacia unas butacas solitarias, colocadas en un rincón de la inmensa sala. Pensaba que allí, sentados y en silencio, la joven podía desahogarse, o simplemente recuperar el estado inicial. A menudo, encontraba pasajeros con miedo a volar, con otras fobias parecidas, que le contaban historias increíbles de violencia, venganza y trastornos de la personalidad.

En el caso de la débil personilla a la que acompañaba, no le dio tiempo a conocer su vida, pero si su mundo interior.

Una vez sentados, uno junto a otro, el muchacho le cedió su chaqueta, pues le pareció que con el disgusto, había comenzado a sentir escalofríos. La rodeó con su brazo derecho y le entrego su pañuelo. Con suavidad y con la cadencia precisa para envolver a Anista en un halo de paz, retiro el cabello que caía sobre sus mejillas, susurrando palabras de ánimo en su oído.

_ Cuéntame chamita. Yo haré todo lo posible para ayudarte.

_ ¡Qué bello! – musitó encantada y enternecida por esas palabras

Mientras, ella secaba sus lágrimas, limpiaba sus parpados de los restos de maquillaje, y comenzaba a recuperarse. El aliento del muchacho llegaba a su oído como una leve brisa de verano, calido, con la densidad necesaria para despertar los sentidos. No estaba acostumbrada a ese tipo de trato, en su circulo de amigos jamás había visto a un hombre comportarse con esa delicadeza. Era algo extraño, demasiado bueno para ser real.

_ Una mujer tan linda no debería llorar. Dime que te preocupa, quien o que te hace estar así. Yo nunca te dejaría sola. Eres un sueño, hecho mujer

_ ¡Caray! Míralo a él. Estoy burda de cansada panita.

Las caricias y las palabras del muchacho, fueron atrapando a Anista en un íntimo estallido de sensaciones. Poco a poco, aquel encuentro, se convirtió en una experiencia deliciosa, estaba disfrutando como nunca. Llego un momento, que solo le faltaba ronronear de placer, pocas veces se había sentido tan viva.

Su alma se estremecía. Sin darse cuenta se fue acurrucando entre los brazos y el pecho del auxiliar. Este, en cuanto se dio cuenta del leve movimiento, comenzó a intensificar sus caricias. Sus dedos fueron avanzando lentamente desde el lóbulo de su oreja, hacia sus labios. En ellos se detuvo, pues la morena abrió un poco su boca y deslizo su lengua suavemente, humedeciéndolos, segura de cual seria su destino final.

Pellizco suavemente su barbilla, y tras posar su dedo pulgar en el hombro, deslizo las yemas de sus dedos por su pecho hasta rodear uno de sus senos. Lo recogió en su mano, lo apretó con delicadeza, alborotando su corazón y el tono se su piel. Posó su dedo anular en el pezón, y al instante pudo notar un cambio de tamaño y temperatura por la candorosa estimulación. A su vez, retiro el cabello que le molestaba y aproximó sus labios a los de Anista, fundiéndose en un intenso y emocionante beso.

Unidos, sin dejar de besarse, avanzaron rápidamente, pero intentando no llamar la atención, hasta los aseos de la zona de embarque. Una vez allí, cuando se aseguraron de que la puerta estaba cerrada, dieron rienda suelta a sus instintos.

Anista permanecía de pie, mientras él besaba sus senos. Los humedecía y exploraba con su lengua, y atrapaba el pezón suavemente con sus labios, alternando pequeños mordisquitos, con el más ingenuo y adolescente deseo. Ardía de gozo, y este no hizo más que crecer en cuanto él desabrocho sus pantalones y descubrió el minúsculo tanga que protegía y ocultaba su ardiente, ruborizado sexo. No podía creer que hubiera alcanzado tal grado de excitación, y esta aumentó hasta el infinito en cuanto sintió a su compañero dentro de ella.

Él la tomo por los brazos, y ella enroscó sus piernas alrededor de la cintura del muchacho. Sus latidos se escuchaban por toda la habitación. El sudor empezaba a mojar el cabello y las axilas del auxiliar. La coloco sobre el lavabo, y sin abandonar su cuerpo, continúo entregado a ella, soñando que jamás terminase ese vigoroso juego de intima complicidad. No pararía hasta que se sintiera desfallecer

A los pocos minutos, ella estiró sus piernas para alcanzar el suelo. Respiro un instante, y a continuación fue agachándose hasta alcanzar la posición ideal para satisfacer a su compañero. Este, con la mirada perdida y una expresión de tremenda felicidad, acariciaba su brillante y oscuro cabello.

Sin dar tiempo a que su pensamiento huyera a otro lugar, ella se puso en pie, y con suavidad pero con firmeza, le obligo a sentarse sobre el inodoro. Entonces, no tuvo mas que colocarse sobre él y continuar disfrutando, en un anhelado éxtasis de placer

BIOGRAFIA NOVELADA DEL PASADO EN SU TIERRA, DE UNA JOVEN INMIGRANTE

Narración en primera persona, de las correrias, andanzas y vicisitudes de una muchacha que cruza el atlántico en busca de un futuro mejor

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