Tropezaron después de veinte años en la misma clase. El estaba igual y ella para un concurso de acreedores: su espalda increíblemente doblada, sus hombros apurados hacia ningún lado. La invitó a un café y ella soltó su pequeña tragedia diaria. _ Necesitas un abogado, te puedo recomendar uno decente. Aceptó despacio. Esa noche la llamó a ver cómo le había ido. _ Me atendió la socia, me pidió un par de pruebas. Sintió la furia del otro lado, pese al silencio_ La socia, y te dio su tarjeta al menos. _ Dijiste hoy que este es un mundo digital. En medio de otro silencio espeso volvió a sentir la furia y vio como su espalda y sus ideas se enderezaban de golpe _ Carraro no puede tener ningún socio, se lo comería vivo. _ Dijiste que era un tipo decente. _ Dije que era buen abogado, nada más. _ Te veo el jueves en el taller, precioso, y antes de que le revoleara su respuesta cortó. El jueves con tal de no verse se concentraron en esa terrible clase, donde la profesora _ sintiéndose Velázquez _ pidió más versiones de Las Meninas que el propio Picasso.

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