—¡Anoche volvieron a discutir abuela Rosa y mi papá!

Una frase casi diaria de Adrián, cuando Geidis, al terminar las clases, se sentaba junto a él en la pequeña cafetería de la escuela.

Se reunían allí muchos estudiantes y maestros.

Adrián y Geidis tenían objetivos especiales para esa tertulia: él, intentando retrasar la llegada a su casa; ella, buscando una respuesta a la tensa situación familiar para los once años del amigo.

Al menos eso creían, pero el principal motivo de estas diarias pláticas era la atracción que a esa edad se puede sentir por alguien. Y que para nada escapaba a la vista de los profesores y alumnos habituales en la cafetería.

Geidis es bonita, de estatura promedio y piel clara, contrastante con el negro y lacio pelo que llegaba hasta sus hombros. Los ojos, siempre alabados por Adrián, compiten en negrura con su cabello.

—Vamos hasta mi casa. Le pido la llave a Zeida y jugamos en la computadora —Una propuesta, también casi diaria, de la muchacha.

En ocasiones los acompañaban las jimaguas, aunque preferían ir solos.

—¡Bienvenida la pareja más guapa del pueblo!

Así los recibía Zeida, la vecina a quien la madre de Geidis confiaba el cuidado de su otra hija: Leidis, de tres años. Las buenas relaciones surgidas entre ambas mujeres justificaron la propuesta de Natalia: dejarla allí hasta que comenzara la escuela. Al principio Zeida no quiso cobrarle nada, pero después de mucho ruego admitió una pequeña mensualidad, incomparable con el cariño que entregaba a la niña.

Ella vivía sola, pero su hija Yazmín, maestra de Geidis y Adrián, siempre que la visitaba, se desvivía por ofrecerle amor a la niña.

Zeida, de estatura media y con los años sumando algunas libras en su cuerpo, era testigo de la bonita relación entre los dos muchachos, fortalecida día a día. Por eso no ponía objeción para entregarles la llave de la casa.

Su pelo lacio recibía algunas canas, compaginadas con sus todavía agraciadas facciones. Además, era una persona jocosa y dicharachera.

Tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe… —dijo.

Los jóvenes escucharon la frase, pero no contaban con la capacidad de reacción y la picardía necesaria para responderle. Finalmente, Geidis tomó la llave y ambos se despidieron con un gesto alegre.

Zeida los observó hasta que doblaron la esquina, comparándolos: ella no es alta, él, con una estatura respetable para su edad y una complexión fuerte. La piel de Adrián, aunque no muy oscura, diferenciaba con la de Geidis.

Cuando dejó de verlos entró a su casa.

A quien no quiere caldo se le dan tres tazas —comentó en alta voz entrando en la cocina y recordando a Rosa, la abuela materna de Adrián—. Cuánto luchó para que su hija Daniela, alta y rubia, no se casara con Juan Carlos, un «jabao de salir».

Continuó conversando con ella misma cuando el pito de la olla interrumpió sus cavilaciones.

Resolvió rápido el problema presentado en el fogón y fue hasta el cuarto donde dormía Leidis. (La niña es bonita, pero no alcanzará la belleza de su hermana), se dijo en voz baja y con cuidado de no despertarla.

La acomodó en la cama y salió despacio hasta la sala para continuar su tejido: (cualquier día llamo a Rosa para saber qué piensa sobre la relación de su nieto con la blanquita de pura cepa que estudia con él, tendrá que tragarse la lengua), pensó, sonriendo esta vez.

Otras personas también cavilaban sobre los dos muchachos.

Yasmín, por ejemplo, consideraba qué podría ocurrir si esa relación continuaba y mucho peor, si se fortalecía; quería hablar con ellos, pero no se decidía. Tal vez estaba siendo egoísta, pues no pretendía sumar a su difícil situación matrimonial, cualquier inconveniente con los padres de sus alumnos.

Muchas veces lo conversó con la madre, y Zeida lo dejaba a su propia decisión, porque conocía a los padres de ambos y sabía que, sobre todo con la mamá de Geidis, seguramente sería un dilema bastante serio.

Y tenía mucha razón. Natalia no dejaba de enjuiciar la relación de su hija con Adrián.

Incluso ahora que estaba trabajando en la tienda, pensaba en eso.

—Por favor, por favor…

Al fin escuchó que alguien la solicitaba.

—Enséñeme esa blusita de allí.

—Claro —respondió un tanto contrariada atendiendo a la joven pareja, que se marchó rápido.

Sola nuevamente, reflexionó en voz alta esta vez.

—Tengo que hablar con Geidis…, ya los he encontrado unas cuantas veces en la casa y…

—¡Naty! Estás fácil hoy, no hay nadie en la tienda. —La interrumpió Lourdes, económica de la empresa.

Lourdes es una mujer ni alta ni baja, ni gruesa ni flaca.

El fuerte acné juvenil dejó marcas un tanto anormales e incómodas en su rostro, ella intentaba disimularlas con polvos y cremas, pero las usaba en demasía. De pelo lacio, aproximadamente hasta el cuello y con un invariable tinte rojo escarlata, que no favorecía su presencia.

Sí tenía una increíble facilidad de palabras, y gracias a esta se había acostumbrado a, en el mayor por ciento de las veces, alcanzar su propósito.

Ahora pensaba conciliar una relación entre su primo y Natalia.

Sabe que ella es una mujer casada y tiene una buena familia, pero necesita «empatarlos» para después lograr que Pedro Antonio comenzara a trabajar en la tienda.

Él es un hombre muy dado a los negocios, y ambos estaban seguros de conseguir un particular avance económico si trabajaban juntos.

Además, su primo le había confesado haber quedado prendido de Natalia apenas la vio.

Pedro Antonio es marido de Yazmín; un matrimonio sin sentido y carente de amor. Ella, casi diez años más joven, no se decidía a dejarlo y él recibía muchos beneficios de la relación. Ser un hombre casado lo ayudó en algún que otro negocio, y también a salir de varias situaciones embarazosas.

Gracias a esas «operaciones», había logrado hacer un poco de dinero que, por supuesto, Yazmín no disfrutaba.

No es un hombre atractivo, flaco y con una destacada nariz. Siempre intentaba llamar la atención hacia sus ojos, de un color verde claro, que se convertían en su única arma natural para seducir mujeres, aunque la mayoría de las veces tenía que recurrir al dinero para lograr una conquista.

Lourdes le advirtió que Natalia no era de ese tipo, pero él se mantenía en sus trece: tenía que conseguirla.

—Estoy preocupadísima Lourdes —comentó Natalia.

—Oye mi amiga, no puedes seguir así. Hace varios días te noto muy tensa. —Hizo una pausa, Natalia no habló, y entonces continuó—. Mira, hoy me espera un primo que yo invité a comer. Siempre aprovecho cuando Álvaro tiene un viaje largo, de esos que duran más de una semana, y nos entretenemos en la casa.

—Lourdes… —Natalia enfatizó un tono picaresco con la voz.

—¡No muchacha! Fíjate…

—Me hace el favor.

Un nuevo cliente solicitaba la atención de Natalia, y ella le hizo un guiño a Lourdes para que esperara.

Esta, por supuesto, no pensaba retirarse: tenía un objetivo que cumplir y se recostó en el mostrador para observar a su «amiga». El uniforme de trabajo: una saya azul oscuro y una blusa estampada le iba muy bien a Natalia.

Pedro no podía perder tiempo, y Lourdes estaba segura de lograr esa tarde la primera oportunidad para el primo.

Natalia acentuaba su metro y casi setenta centímetros con los tacones, también parte del uniforme. La piel trigueña le armoniza con la intensa negrura de los ojos y el pelo, que llegaba en ondas hasta la mitad de la espalda.

Lourdes la miraba, comparándose inconscientemente con ella y se notaba en franca desventaja.

Comenzó a ser invadida por un insano sentimiento que le impidió advertir la retiraba del complacido cliente.

—Bueno, lo invitas a comer y… —dijo Natalia acercándosele.

—Más nada, más nada —contestó Lourdes molesta, pero se percató del displicente tono de voz y lo rectificó al momento —. Pedro Antonio es un hombre que, si no fuera primo mío, diría que es bobo.

—No hables así…, no debe ser.

—Tú lo conocerás en un rato y me darás la razón. Es más, si quieres vamos a su casa, él vive aquí cerca, y de ahí seguimos para el barrio.

—No, no puedo, quiero llegar temprano hoy.

—¿Y eso? Ricardo está apretando la tuerca.

—No, no. El problema es otro. —habló pensando en su hija y Adrián.

—Pero cuando cuele el café te voy a buscar, de verdad quiero que lo conozcas.

—Está bien.

Cerca de las seis de la tarde Lourdes volvió a intentar convencerla para que fuera con ella a la casa del primo. Pero esta vez la interrumpió el esposo de su «amiga».

—¡Sorpresa! —dijo el hombre, y la besó; inundando todo el local de amor. Después saludó a Lourdes—. Algo me dijo que viniera a buscarte. Y aquí estoy.

Lourdes no quiso escuchar más, dio media vuelta y se retiró a su oficina.

—Hablé con Reinaldo y me trajo en su carro, nos está esperando. ¿Puedes venir?

—Claro, ya recojo —respondió Natalia—. Lourdes y yo pensábamos ir a…

—¡Ah! Por eso se fue tan enojada —la interrumpió el marido—. A esa mujer nunca le ha gustado que estropeen sus planes.

—Voy a decirle…

—No, no, vámonos, mañana hablas con ella.

La pareja salió andando y Lourdes no pudo evitar asomarse, mirándolos muy disgustada.

—¡Bien difícil le va a ser a Pedro Antonio!

Estaba segura de lo que hablaba. La pareja, aunque ya no tan joven, irradiaba amor, alegría, felicidad.

Ricardo, delgado, normal de estatura y de piel clara, sus ojos grandes y carmelitas siempre llamaron la atención de Lourdes. El color oscuro del pelo competía con el de Natalia, a pesar de conformar una media luna en la cabeza que, junto al tamaño exagerado de la nariz, aunque más pequeña que la de Pedro Antonio, eran los únicos dos aspectos negativos que ella encontraba en el marido de Natalia.

Entonces se acomodó en su buró:

—Verdad que se llevan bien. Mi primo tiene su dinerito, pero Ricardo también le gana en ese aspecto, es ingeniero industrial, ha dado algún viaje, inteligente. El nivel de vida que llevan es bueno. —Todo eso le confirmó que la tarea del primo no estaba fácil.

Natalia llevaba unos cuantos días pensando cómo hablarle a Ricardo sobre Geidis y Adrián, pero no lo haría delante de Reinaldo.

Aunque estaba ya decidida a hacerlo esa noche.

Reinaldo los dejó frente a la casa de Zeida para que recogieran a Leidis y se despidió de ellos.

—¿Cómo se portó esta niñita hoy?

Cotidiana pregunta de Natalia besando a su hija, al mismo tiempo que saluda a la vecina.

—Ella siempre se porta bien, es un ángel.

El padre la carga y la cubre a besos, que la niña agradece riendo a piernas sueltas.

Zeida quisiera hablar con ellos, piensa que ese desmedido cariño hacia la hija más pequeña ha influido negativamente en el afecto a la mayor, pero no se decide, no cree tener derecho.

Los padres vuelven a saludarla y se despiden.

Habían caminado aproximadamente diez metros cuando Natalia, dando media vuelta le pregunta a Zeida, que todavía estaba en la puerta.

—¿Geidis llegó temprano hoy?

—Sí, más o menos a la una pasó a recoger la llave; vino con Adrián, el muchachito que…

No terminó de escuchar. Volvió a girar en dirección a su casa y, sin decir palabra, dejó atrás a su esposo que llevaba cargada a la niña; necesitaba llegar rápido.

—No debí decirlo, pero lo indica un refrán: has bien y no mires a quien —se dijo Zeida.

Natalia siempre pasaba trabajo abriendo la puerta, varias veces había hablado con Ricardo para que arreglara el llavín, pero en esta ocasión lo hizo muy rápido. Y encontró lo que ella no quería: los dos muchachos jugando muy juntos frente a la computadora.

El juego de Aladino, el que más les gustaba, se apagó de pronto. Natalia había desconectado el equipo.

En la Convención Astronómica Central del Sistema Estelar Triple-Arof, impera un ambiente tenso. Mirst, el planeta donde radica el principal equipo de investigación y estudios de la Convención, ha rotado ciento cuarenta veces sobre su eje y no se reciben noticias de la tripulación de ANTA. Nave enviada para el estudio primario de otro sistema, conformado por nueve planetas girando alrededor de una estrella, localizada casi en la punta de uno de los brazos espirales de la galaxia donde parece estar ubicado y de brillantez media.

Debieron realizarse ya dos contactos por parte de la tripulación de ANTA y la preocupación aumenta cada minuto, porque se desconoce el motivo por el cual el equipo de investigación no ha conectado con la Convención.

—Romir, el capitán de ANTA, es muy responsable de sus funciones. Algo inesperado tuvo que ocurrir —repetía de manera constante Troti, el presidente de la Convención.

—No debemos pensar negativamente —le respondía Issa, su esposa y al mismo tiempo vice-presidenta del grupo científico.

Cinco traslaciones completas de Mirst alrededor de su estrella habían transcurrido desde que los detectores de ondas del planeta captaran aquellas señales siderales, muy débiles, quizás por la distancia o tal vez la potencia; esto impidió establecer con exactitud la dirección de su origen.

Por esa indeterminación se decidió enviar expediciones de estudio hacia el espacio con diferentes trazados de vuelo.

Todas debían contactar periódicamente, y en intervalos predeterminados antes de cada partida.

El único grupo investigador que no había cumplido con lo orientado era el enviado al mencionado sistema de la galaxia espiral; que, en comparación con otras constelaciones, estaba bien próximo.

—Pudo haber ocurrido un error en la organización del equipo y la expedición —expresó Issa dirigiéndose a todo el grupo directivo de la Convención—. Revisemos otra vez el video de la preparación del viaje.

La propuesta fue aceptada, e inmediatamente comenzaron a observar todo lo ocurrido durante el proceso preparatorio del despegue de ANTA:

—Romir, ¿has revisado la cantidad de timanol en las reservas de la nave? —preguntó Troti al capitán.

—Norta lo hizo dos veces, pero para mayor seguridad yo también fui a los depósitos de timanol. Ahora mismo vengo de allá, todo está en orden. Norta, además de tener a su cargo las comunicaciones, en lo que es muy buena, también se especializó en los desplazamientos espaciales.

—¿Y en el equipo no va nadie para atender específicamente los desplazamientos?

—Claro doctor, Ecirk es el encargado. Y por ello está en estos momentos trazando el plano de vuelo. Calculando el punto exacto donde realizaremos el salto tiempo-espacio, para tener la menor afectación física posible.

—Recuerda Romir acotó Issa—, que el combustible debe calcularse, como mínimo, para dos saltos espacio-temporales. No pueden olvidar el regreso.

Los grises dientes del capitán de la expedición pudieron observarse cuando este, sonriendo, contestaba:

—Claro que regresaremos.

Continuaba el video, Troti, Issa y Romir recorrían ANTA constantemente.

No era un viaje largo, la distancia hasta la galaxia vecina, comparada con la existente entre Arof y otras constelaciones, podía clasificarse como pequeña. Pero era necesario un salto temporal, y esto siempre acarrea riesgos.

Los tripulantes de cualquier nave, al dar el salto, sufren una considerable alteración del ritmo cardíaco. Por unos segundos el corazón, debido a la tremenda velocidad que logra la materia en ese período, se detiene; entonces algunos no logran, a pesar de los fuertes entrenamientos, superar esa paralización y el organismo no reinicia sus funciones normales.

Debido a esto, los chequeos al personal que en algún momento realizará uno de estos saltos, son constantes. Sin embargo, siempre existe la duda y la preocupación.

ANTA es una nave muy moderna, de la última generación construida en Mirst. Posee un sistema de control, mecánico e ingeniero, computarizado automáticamente. Además, un equipamiento muy competente en todas las ramas de las ciencias biológicas y cualquier otro estudio que pudiera desarrollar un equipo investigativo.

La Convención Astronómica Central de Arof decidió asignar esta nave para el viaje al cercano sistema, con el objetivo de obtener respuestas rápidas a las posibles interrogantes planteadas por las señales recibidas.

Los miembros del grupo científico terminaron de observar la película, que finalizaba con la presentación, por Romir, de toda la tripulación:

—Niets, segundo jefe de la expedición; Latnem, médico y especialista en microbiología; Norta, especialista en comunicaciones y desplazamiento espacial; Ecirk, especialista en geografía espacial y saltos espacio-temporales; Neca, bióloga; Vosan, astrónomo, especialista en sistemas estelares y Agnier, piloto. —Terminando con una broma—. Además, dice ser cocinero, pero no lo necesitamos en esa función.

Así concluyó la grabación, la última frase de Romir provocó risas en aquel momento, pero no en esta ocasión.

Todos estaban convencidos: algo fuera de lo normal sucedió para que un equipo de científicos tan competente perdiera el contacto; o no pudiera realizarlo.

SINOPSIS

Geidis y Adrián ven crecer su amor; Yasmín soporta cada vez menos su matrimonio. Y entre los tres nace una bella amistad, que algunos apoyan y otros critican.

La tripulación de ANTA, nave de exploración científica llega a la Tierra; Norta, Romir y Agnier deciden, sin recibir la autorización de la Convención Científica del sistema Arof, intercambiar con los habitantes del planeta.

Dos mundos diferentes, con sus propios conflictos, se encuentran. En cada uno de ellos hay representantes contrarios y conformes a ese encuentro; por eso aparecen inesperadas situaciones, que van creciendo y abarcando esa unión.

Los habitantes del planeta Mirst intentan comprender el mundo al que llegaron, y a su gente. Pero se les hace difícil porque allí tropiezan con una tremenda compilación de sentimientos, positivos y negativos, que influyen en la vida cotidiana del lugar.

Pero la fusión de los mundos es, al fin, inevitable.

Son complejas las situaciones que deben afrontar los mirstanos, y también los que viven en el tercer planeta del sistema «descubierto» por la tripulación de ANTA. Pero el amor y la amistad les da fuerzas para enfrentarlas.

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