-No llego, no llego, al consulado argentino- pensó Jorge.
Prendió un cigarrillo, lo aspiró hasta que sus pulmones se inflaron tanto como su panza. Dio dos pitadas y lo tiró. Apuró el paso por Zamenhoffa, una callejuela de Varsovia. Varias paredes de ladrillo y delante de ellas, canteros con flores como recuerdo de las víctimas del guetto. Muy cerca de la sinagoga, entre la plaza Grzybowski y la calle Marszalkowska, una relíquia de la segunda guerra mundial : cuatro edificios. Ventanas rotas, balcones destrozados, cristales dispersos. Uno de los rincones donde la guerra aún persiste. A las tres cuadras, paró y compró un ramo de flores. Alcanzó la esquina siguiente, sudado en sus manos y en la frente. Dobló y golpeó contra otro hombre. Cayó al piso lo que llevaba en la mano. Una carpeta que decía : documentación indispensable. Se agachó para recogerla y su brazo mostró un tatuaje.
– Conozco esa marca – dijo el otro hombre.
– ¿Vos sos Jorge ? – le preguntó.
– Si ¿ por qué ? – retrucó Jorge.
– Qué te crees, esto no es Buenos Aires y la calle no es tuya – agregó Daniel, petiso, con anteojos y barba candado.
Jorge levantó las dos manos y le tiró la mochila por la cabeza a Daniel.
– Loco que haces – dijo Daniel.
– Lo que haría cualquiera, defenderse – acotó Jorge.
– Espera, calma, soy Lito, no te acordás de mí – insistió Daniel.
– ¿ Lito, el que vivía a la vuelta de la tía Elvira ?. La que salía con el verdulero que, tenía la casa adelante del supermercado – preguntó Jorge.
– No, esa no era – cargó Daniel a Jorge.
– Para no jodas, seguís siempre igual, recuerdo como si fuera hoy – agregó Jorge.
– Fue ayer nomás – completó Daniel.
Jorge abrazó a Daniel. Unas lágrimas cayeron sobre sus cachetes. Extendió la mano y se separó de Daniel. En el cordón de la vereda se sentó. Sacó un papel de uno de los bolsillos e improvisó un barquito. Lo puso a navegar como cuando era chico, en el negocio de sus abuelos y lo saludó mientras se iba por el agua de la calle. Daniel llegó hasta él. Jorge agarró los cigarrillos del pantalón y le convidó uno a Daniel. Este puso la mano derecha en el bolsillo y encontró el encendedor. Lo arrimó para encender el cigarro. Click, click fue el chasquido.
– Es un Ronson. Te acordás, como el que tenía aquella piba en Palermo. Que linda era – exclamó Jorge.
– Claro, el tiempo que estuve atrás de ella. Ni bola me dio. No tengo ni siquiera una foto vieja. Que metejón tenía. La mina también conmigo. Viste como son las cosas, un día sin saber porque chau, ni un saludo -continuó Daniel.
– A propósito, ¿ qué sabes de ella ? – preguntó Jorge.
– Nada, no la ví más, ya fue – cerró Daniel.
Se despidieron. Jorge tomó un bus al Consulado Argentino. Las puertas cerradas. Entonces, caminó con el ramo de flores arrugado a la casa de su tía. Llegó, colgó la campera y el presente floral en el florero, con un mensaje para la hermana de su madre. Luego, se acostó. Daniel paró un taxi y fue hasta un hotel. Pidió las llaves de su cuarto, subió por el ascensor vacío y antes de poder entrar, debió esperar que terminaran la limpieza. De la mochila, sacó los anteojos y anotó un dato en su agenda.
Por la mañana, Jorge se levantó y fue al baño. Preparó el desayuno, con la mano libre agarró la máquina de afeitar y la pasó sin jabón. Se cortó tres veces. Tapó el sangrado con papel higiénico. Comió dos galletitas y llevó la tercera en la boca con la mitad afuera. Salió hacia el Consulado. Se presentó en la mesa de entradas. Lo hicieron aguardar en una sala contigua.
– Señor, puede pasar – dijo un secretario.
Jorge aceleró, ingresó y dejó la puerta entreabierta. Volvió a empujarla. Quedó cerrada.
– Buenos días, a que debo el honor – saludó el cónsul.
El diplomático tiene puesto un traje gris con camisa blanca. Corbata azul y en los puños pendientes de oro. Los zapatos con puntera y un cinturón dorado. En el bolsillo superior una flor. Pelo corto y peinado a la gomina. Bigotes espesos y puntas redondeadas.
– No diria tanto honor – retrucó Jorge.
Se paró, avanzó unos metros y señaló al representante argentino con el dedo índice.
– Usted sabe la cantidad de pedidos de asilo y nada – terminó la frase Jorge, mientras la boca expulsaba el aire contenido.
– La situación es delicada en Argentina. Hay que manejarse con cuidado. Me entiende. No quiero tener más problemas – respondió el cónsul.
Jorge miró los gestos del diplomático. Bajó la cabeza unos segundos y cuando volvió a levantarla pensó :
– Gordito gil, a ver si te pones las pilas de una vez – marcaron los labios sin emitir palabra alguna.
– Le dejo este sobre. En veinte días vuelvo. Quiero una respuesta – terminó Jorge.
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