– ¿Allo?

Por un momento pensé que prefería no contestar para disfrutar la canción. Une robe de cuir comme un fuseau/ Qu’aurait du chien sans l’faire exprés/Et dedans comme un matelot/Une fille qui tangue un air anglais.

Un aire inglés, eso sí que era como estar envuelto en papel celofán de la cabeza a los pies y por si fuera poco de color rojo ¡un regalo de la civilización! Casi comparable al fenómeno mundial de la mantequilla de cacao desplazando al lápiz labial rouge pasión.Igual que una frase hecha pronunciada en el momento y lugar adecuados: alguien diciéndole a Penélope que Ulises no volverá porque vive un romance de película con una tipa que además de ser una diosa pronuncia las eres con un tono british demasiado sexy como para dejarla. La canción se detuvo cuando el comisario Lino Martínez apretó el telefonito verde de su celular. ¿Allo? ¿Oui Allo? Una voz de hombre con acento ruso le advertía que una mujer acababa de ser asesinada en la calle Perron entre la Ferdinand Hodler y la Grand Rue. Colgó. La pareja de la mesa contigua se levantó, indignados los dos, colocando el menú con desprecio sobre los cubiertos y proliferando insultos por la “falta de transparencia”. Apareció el mesero con los platos que habíamos ordenado: filet de perche con papas fritas y filet de perche con papas cocidas al vapor.

-Por un error de imprenta la carta no especifica el origen del filete de perche, se excusó el mesero. Olvídense del made in, ustedes de todas maneras lo pagaran en francos suizos, añadió.

Salimos del “Chat botté” sin probar ni un solo bocado de la especialidad ginebrina. No nos dio tiempo de explicarle al mesero las razones de nuestro procedimiento fugal que nada tenía que ver con nuestra noción de transparencia. Nos encontrábamos a diez minutos en coche de la calle Perron, pero estaba nevando y en esas condiciones, atravesar el puente del Mont Blanc nos habría tomado una eternidad. Decidimos ir caminando.

-Rue du Rhône. Estos bancos tienen autorización para construir bodegas subterráneas de hasta cinco pisos bajo tierra.

– ¿Quieres decir que antes de llegar a la mesa, el filet de perche que acabamos de abandonar nadaba en medio del oro del mundo?

-Es una interpretación. Aunque, el secreto mejor guardado sea que el noventa por ciento de filetes de perche provienen del extranjero, por eso la pareja se fue furiosa. No solo no les dijeron algo que querían saber, o que estimaban era una información obligatoria, sino que, además, por poco y no se comen una perche rusa.

-Es increíble, están en todas partes, al menos en apariencia. Quiero decir, no es que estén realmente, sino que nos hacen creer que están, es una manera de estar sin estar, de aparentar una presencia. Te lo aseguro, no falla, es infalible. El ser ruso es mucho más que una identidad o un sentido de pertenencia. Hay una paranoia. La paranoia rusa. Creemos que están en todas partes, pero en realidad están en nuestro imaginario, a fin de cuentas, cualquier persona que se sienta ruso puede llamarse ruso.

-Oye, sé que te dolió dejar el filete de perche intacto, pero no exageres.

Llegamos a la calle Perron. Nos detuvimos frente al N. 2. Apretamos el botón para llamar al conserje, pero no contestó. No había ningún indicio anormal. Nada, ni una señal que le permitiera a una decir, ahí adentro hay un cadáver. Apreté un número al azar y por mala suerte contestó una voz de niño bien educado. Por supuesto se negó a abrirle a desconocidos. En un segundo reforzó mi convicción de no engendrar pequeños monstruos de sociedad. ¡No sería madre! El alivio que sentí al darme cuenta de que no abritaba ni el más mínimo vestigio de instinto maternal duró poco; se interrumpió cuando el comisario intentó forzar la cerradura y al no lograr que se abriera, le dio un ligero empujón a la puerta. Para sorpresa de ambos ésta se abrió sin dificultad; al otro lado apareció la figura de un hombre alto y de ojos azules como suele ponerse el cielo en el invierno paceño.¡Bordel! ¡Faites gaffe putain, vous allez tuer quelqu’un! Gritó el Comisario. El tipo lo empujó con la palma de su mano izquierda, con la otra sostenía una bolsa de plástico negro. El Comisario estaba a punto de darle un golpe pero algo lo detuvo. Los dos hombres se miraron como si intentaran arrancar fotografías de sus pupilas. El hombre apuntó con el índice derecho la figura del Comisario y solo, cuando las imágenes se acomodaron en su cabeza como piezas de un rompecabezas, agitando el dedo como suelen hacer las madres cuando reprenden a sus hijos “te he dicho que no lo hagas, ¡no lo hagas¡¨, atinó a decir:

– ¡Pakistan, Broad Peak, 1995! Tremenda aventura, alcanzamos 7500 metros de 8047.

– ¡Philippe! ¡Philippe Leroy! ¿Pero qué demonios haces vestido de policía?

– ¡Lino! ¡Lino Martínez! Dijo el policía, con diez segundos de retraso, como si el tiempo no fuese una obsesión.

-Casi me matas de un susto, ¿qué haces aquí?

-Lo mismo que tú.

-¡Estoy contento de verte! ¿Cómo hiciste para acabar custodiando cadáveres en la ciudad de Calvino?

– Una llamada.

– ¿De quién?

– Anónima.

– ¿Cómo era la voz?

-Hombre. Acento ruso, pero no sabría decir de dónde con exactitud.

-Están en todas partes.

-Se lo acabo de decir a Eleonora.

El policía olía a perfume de mujer. Conocía la fragancia, pero no lograba recordar el nombre de la marca. Cedro y vainilla. El olor me perturbó, me sentí primitiva, podía percibir el aura a coito que se desprendía de su cuerpo. Tuve que hacer un esfuerzo para alejarme de él y al mismo tiempo mantener mis feromonas en territorio privado. Llegamos al quinto piso. Ciento treinta gradas y una certeza: además de cedro y vainilla había otro ingrediente más animal que me recordó al civet extraído de las glándulas anales de los gatos salvajes.

-¿Alguna pista? Preguntó el Comisario.

-No existen signos evidentes de violencia, lo que me hace pensar en envenenamiento, respondió Leroy mientras giraba la llave del 521. Abrió la puerta del departamento y dejó que el Comisario entrara primero, luego me hizo una señal para que yo hiciera lo mismo y dijo algo tan pretérito como “las damas primero”. Estábamos a menos de un metro, me tomó del brazo con fuerza descomunal empujándome hacia el interior y cerrando la puerta detrás de mí. Lo último que vi fue un par de nalgas redondas y firmes encarceladas en un pantalón azul que debía ser dos tallas inferiores a lo que se merecían. Leroy acababa de encerrarnos en el departamento donde una mujer había sido asesinada pocas horas antes y después de él, éramos las primeras personas en visitar la escena del crimen. Lino golpeó la puerta y gritó:

– ¡Leroy! ¡Philou! ¡Abre la puerta! ¡Sé lo que quieres hacer, no lo hagas!

– ¡Púdrete! Tienes diez horas y cuarenta y cinco minutos. La policía se presentará mañana a las 7:45 am. Y no digas que no te dejé en buena compañía. Thèrese es una excelente anfitriona, incluso cuando está muerta.

&

No había un solo espacio libre en las paredes y la cantidad de objetos era tal que era difícil concentrarse en uno solo. En un ambiente tan cargado, lo primero que se me vino a la mente fue la palabra “barroco” pero se trataba de algo más complejo, parecido a la necesidad de completud, la obsesión del coleccionador o el apego del fetichista. El espacio hablaba de una persona habitada por imágenes, alguien para quien la estimulación visual fuese un asunto de vida o de muerte. Ver y desear.

De espaldas a la ventana, languidecido sobre un sillón Voltaire, el cuerpo de una mujer de unos setenta años que parecía haber comenzado a morir antes, mucho antes.La edad es una mentira. Si alguien te pregunta que edad tienes a quemarropa le puedes decir que naciste doscientos treinta y cinco anos después de Gregoria Apaza y doscientos treinta y siete después de Juana Azurduy de Padilla. También le puedes contestar que tu edad depende de tu estado de animo o que hay exepciones, días en los que los anos no existen, días que no cuentan, ni suman ni restan, simplemente no existen para la contabilidad. Aquella mujer era un conjunto de excepciones, espléndida en su vestido de terciopelo verde, el cabello recogido en una trenza dorada a lo Julia Timoshenko. Si solo pudiera preguntarle si es postiza, falsa, un engaño, un remacho de pelo colado a su cráneo, un agregado de mechones artificiales o en cambio, auténtico pelo, uñas, cabello, piel, dientes, sexo. La idea de despeinar a una muerta no me extasiaba. Silencio.

El Comisario Lino Martínez se sentó en una réplica del sillón ceremonial de Tutankamón, ubicado, al lado del sillón Voltaire donde yacía la difunta. Se encogió de hombros. Su figura delgada se redujo a la de un objeto pequeño, una marioneta. Se cubrió el rostro con ambas manos dejando abiertas ranuras entre los dedos para seguir viendo y al mismo tiempo cubrir la expresión de sus ojos que adquirieron un tono rojizo, el de los ojos que saben que se avecina el llanto, la tormenta. Su expresión era la de los hombres tristes que se enfrentan a su pasado:

-Leroy es mi hermano, dijo, y creo que esta mujer era mi madre.

-Lo siento, dije, sin saber qué más decir, aturdida por la belleza de la escena.

-Tengo hambre, respondió.

RESUMEN :

El Comisario Lino Martínez y Eleonora están en Ginebra. Una llamada anónima los conduce hacia un crimen que transformará la vida del Comisario, los conducirá hacia la mafia rusa y hacia los escenarios eróticos que tanto les gustan.

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