Me di cuenta al mirar el monitor que el tiempo de viaje estimado se alargaba y pedí al autónomo en voz alta que fuera más deprisa, por favor. La locución me confirmó que la solicitud había sido aceptada. Me tranquilicé un poco. El volumen que llevaba en el regazo me pesaba e inquietaba. Contenía la descripción, normas y convenciones por las que se regía el contrato personal con La Corporación y su sociedad. No había leído más allá de los capítulos preliminares y esa deuda me desazonaba ante la entrevista.
El autónomo aminoró la marcha, giró y atravesó las verjas neogóticas que se abrían a su paso. Un jardín arbolado ocultaba el pequeño palacete del siglo XIX ante el que me bajé. Las puertas tras las columnas del porche se abrieron mientras subía las escaleras.
El pequeño vestíbulo, forrado de madera, estaba vacío, en cada pared lateral había un sillón estilo imperio. Un pequeño autómata humanoide recubierto de la goma gris plateada, característica de las funciones burocráticas, se acercaba deslizándose, la pantalla de su pecho mostraba mi nombre. Me dio la bienvenida e indicó que esperase quince minutos para que el Sr. Gardner pudiera recibirme y se alejó. Me acerqué al discreto buffet colocado en un rincón, me serví un café y observé el artesonado de madera. Me senté a esperar mientras ojeaba aquel voluminoso contrato que no había podido leer, la pormenorizada descripción de cómo eran evaluados los derechos y privilegios por numerosísimos barómetros y complicados cálculos. Todo era valorado y cuantificado, desde cómo te llevabas con los vecinos hasta tu actividad democrática en votaciones y debates.
Regresó el autómata para indicarme el camino y le seguí por los corredores alfombrados hasta una maciza puerta de roble. Aspiré hondo, llamé y esperé la respuesta con creciente ansiedad. La puerta se abrió, el Sr. Gardner, un hombre de mediana edad algo calvo, sonriente estrechó mi mano, me invitó a pasar y a sentarme frente a su sólida mesa de despacho. Con gran locuacidad, comenzó a hablar.
– Es un placer conocerte, Alan. Conozco bien a tu padre, Max Weis y su extraordinario trabajo en la negociación de contratos comerciales con esas empresas tan agresivas de las sociedades libres. Aparentas menos edad que tus dieciocho años, debe de ser por tu constitución delicada. Sin embargo tienes un aire a tu padre, que también es moreno aunque no tiene los ojos verdes. Veo que traes una copia impresa del contrato, apenas salen ediciones, las modificaciones son constantes según la evolución de los parámetros individuales y las consecuentes validaciones se ratifican de forma electrónica. Pero una firma inicial se lleva con mucha formalidad. Este caso es una agradable excepción, ya que has nacido bajo el contrato no tienes que pasar las exhaustivas pruebas que se realizan a nuevos candidatos sin referencias y la excelente posición de tu padre te ofrece muchas ventajas en comparación con los hijos de padres menos relevantes. Leo además en tu expediente que estás realizando un doctorado sobre “La adaptación de la Inteligencia Artificial en el ámbito familiar”. La investigación es uno de los campos de mayor reconocimiento en nuestra sociedad y se te proporcionarán todo tipo de facilidades para que puedas terminar tu tesis. No sé si has pensado continuar en casa de tu padre o buscar una vivienda propia o compartida, tu índice de Habitabilidad es alto así que podrías elegir una buena comunidad, aunque no tan exclusiva como la de tu padre, que ha acumulado muchos méritos.
El Sr. Gardner continuó hablando durante media larga hora. Más tarde pasamos a discutir los detalles de aquellos índices que tenía que mejorar. Dada mi escasa actividad pública me recomendaba dar clases, exponer mis investigaciones en congresos, publicar artículos. También se valoraría que participase de forma activa en las consultas populares, bien ejerciendo mi voto electrónico o delegándolo en un representante político.
– Bueno, todo parece bastante claro, antes de rubricarlo, ¿tienes alguna pregunta? – dijo el Sr. Gardner satisfecho.
– ¿Lo puedo pensar?
– Perdón, no he entendido, ¿a qué apartado te refieres?
– Me gustaría saber sí tengo algún tiempo para decidir sobre el contrato.
– Sigo sin entender, ¿alguna cláusula en concreto?
– Me refiero a su totalidad.
El semblante del Sr. Gardner se endureció.
– Alan, no comprendo tu pregunta. Debo advertirte que a partir de la mayoría de edad es obligatorio tener firmado un contrato con La Corporación. Como hemos estado viendo el tuyo es muy ventajoso y no veo cuál es el dilema. Más aún el plazo máximo que se contempla sin validar o renovar es de seis meses.
– ¿Qué consecuencias tendría no firmar el contrato?
El Sr. Gardner me observó con detenimiento, bajó la vista al contrato abierto ante mí, con gran contrariedad sentenció:
– Perderías el derecho a vivir entre nosotros. Tendrías que abandonar nuestra sociedad, que se basa en el contrato y marcharte a alguna de las sociedades libres que no tienen este fundamento.
El Sr. Gardner dio por finalizada la entrevista, me acompañó a la puerta y se despidió con gran frialdad.
Caminé hacia la salida por los históricos pasillos sintiéndome un infractor culposo.
De vuelta en el autónomo, indiqué la dirección de mi amigo Fabián Miller, quien vivía en una comunidad de la periferia, conocida por el bajo compromiso de sus habitantes con La Corporación y lo básico de sus servicios. Carentes de granja, o jardines, sólo disponían de los huertos imprescindibles de las cubiertas vegetales. La flota de autómatas era pequeña y obsoleta y la edificación padecía abandono. Los grandes maceteros habituales en los patios centrales carecían de plantas, la pequeña fuente estaba seca, el espacio reservado para el juego de los niños estaba deteriorado y era poco seguro. El suministro de alimentos dependía de lo sobrante del día. El cocinero de la comunidad tenía poca habilidad y la cantina pública era un lugar poco frecuentado. No llegaban al autoabastecimiento energético debido a las instalaciones eólicas y solares deficientes y los inquilinos tenían que recurrir a sistemas individuales menos eficaces.
En cierta forma, Fabián había sido criado por vecinos solidarios ante la ausencia constante de sus padres. Se consideraban artistas libres de ataduras, eran pintores de poco éxito, que llevaban una vida bohemia y nocturna.
Nos habíamos conocido en un curso de mantenimiento técnico de autómatas, a lo que ahora Fabián se dedicaba. Era dos años mayor que yo, de complexión fuerte y ya había firmado su contrato.
Fabián escuchó con atención mi relato de la entrevista con el Sr. Gardner y se quedó callado durante unos minutos, con gesto reflexivo.
– Alan, no comprendo tu actitud – dijo con seriedad –. Creo que no eres consciente de la trascendencia del contrato e incluso es posible que a partir de ahora te hagan alguna evaluación adicional. No es nada fácil superar esas pruebas y negociar un contrato ventajoso. En mi caso estuve seis meses reuniéndome con diversos evaluadores para acordar mis condiciones. Mis padres no ofrecían suficiente aval y mi afición a la hierba imponía la condición de acudir a supervisión cada semana. Aunque esto es positivo para mí, tengo un buen supervisor que me ayuda a encauzar mis problemas.
Me enseñó los últimos cuadros de sus padres apilados al fondo del salón central de vigas de madera. El desorden de lienzos, caballetes, pinturas y pinceles invadía el espacio de estar, donde se encontraba la mesa de madera y de baldosas recobradas, con sus cuatro sillas. Al otro extremo se encontraba la zona de cocina, cuyo elevador de suministros se averiaba con frecuencia. Las amplias ventanas de material poroso se adaptaban químicamente al clima.
Disponían también de dos amplios dormitorios suites, como era lo habitual para facilitar el uso de viviendas compartidas sin perder independencia. El sistema de recolección y recuperación hídrico era el que mayor cuidado recibía en todas las comunidades.
Fabián me contó que los cuadros de sus padres habían empezado a venderse bien en las sociedades libres, a pesar que en la sociedad del contrato no eran muy estimados, pero ese triunfo había incrementado su nivel de vida y planeaban mudarse para tener un taller más grande y aislado. Fabián no se iría con ellos.
– He pensado quedarme aquí, si encuentro un inquilino, o buscar algo más pequeño. Me gustaría tener más tiempo para estudiar, dedicar menos horas a la rutina laboral.
Surgió en mí la idea.
– Ahora que tengo más datos sobre mi índice de Habitabilidad ¿qué te parece si consultamos qué opciones tendríamos para compartir vivienda?
Fuimos a la habitación de Fabián a consultar el terminal que había dejado en su mesa de estudio. Surgió un largo listado, con algunas opciones interesantes. Pasamos un rato divertido, considerando zonas y viviendas. Nos pedimos algo de la cantina para comer. Fabián se disculpó porque las opciones del día no respondían enteramente a las demandas de nuestro metabolismo según nuestros registros biométrico. Además creía que el chef dejaba la mayor parte del trabajo a los robots camarero que no tenían una buena programación de cocina.
Sacó unas cervezas y fumamos algo de hierba mientras seguíamos considerando un hipotético futuro de convivencia.
Regresé a casa más animado, la perspectiva del contrato me resultaba menos ominosa. Oí a mi padre hablar en su despacho con la puerta cerrada y varias voces conectadas a la misma conferencia.
Siempre habíamos estado los dos solos, mi madre se fue a una sociedad libre poco despuésde nacer yo. A pesar de ser un hombre aún joven y atractivo no había establecido otra relación seria. Su trabajo le hacía ausentarse a menudo y yo me quedaba bajo la supervisión de DIP, nuestro autómata de cuidado doméstico. Estos autómatas son un poco más grandes de lo habitual en el tipo humanoide, llegando a ser casi del tamaño de un adulto. Están diseñados para que su presencia inspire confianza y sus movimientos son fluidos y elaborados. Su pantalla en el pecho sólo se hace visible cuando es necesario y parecen ir vestidos, en un conseguido efecto óptico.
Aunque solían venir jóvenes canguros a cuidarme, chicos y chicas que hacían sus propios méritos en la sociedad, era con DIP con quien más jugaba y pasaba más tiempo. El interés por inventar nuevos juegos a mi medida fomentó mi curiosidad en la programación y las respuestas de la Inteligencia Artificial.
Solía escuchar a mi padre protestar indignado contra las sociedades libres y defender las virtudes de la sociedad del contrato con vehemencia, pero yo no le entendía bien y en mi fuero interno desaprobaba con irritación sus pasionales reacciones.
Estaba tumbado en la cama leyendo, cuando mi padre llamó a la puerta. La abrió y se quedó en el umbral con la copia del contrato en la mano.
– Te has dejado esto en la cocina- levantó el libro y comenzó a ojearlo- Hace mucho que no veía uno de estos, ¿qué tal ha ido la entrevista?
– El Sr. Gardner te tiene en gran estima y es muy amable.
– Nos conocemos bien, tengo que consultarle a menudo detalles técnicos del contrato. ¿Ya has formalizado la firma?
No estaba preparado para la pregunta. Balbuceé mi respuesta.
– Pues, el caso es que necesitaba algo más de tiempo. Veras, sólo quería pensármelo un poco, sopesarlo, no tengo claro qué voy a hacer a largo plazo. En estos momentos tengo dudas, estoy algo confuso…
Mi padre permaneció en silencio durante lo que me pareció una eternidad.
– O sea que no has firmado.
– Todavía no.
Volvimos a quedar en silencio. Mi padre suspiró.
– No sé qué decirte Alan, me preocupa. Este tema es importante. Es de lo más desafortunado que tenga que ausentarme de inmediato, un viaje de emergencia, que me resulta de lo más inconveniente.
– ¿Tienes que viajar a la sociedad libre? ¿Habría alguna posibilidad de poder acompañarte?
– ¿Acompañarme?
– Me gustaría tener otra perspectiva, comprobar cómo influye la ausencia de contrato. Entender nuestra organización social comparándola con una sociedad libre. Fundamentar mi decisión con la experiencia, además de la teoría.
– Entiendo. Me hubiera gustado mucho llevarte conmigo, pero no creo que sea conveniente en este viaje. No es un asunto agradable. Mi compañero Joel se quedó a terminar las negociaciones que habíamos empezado juntos, pero ahora está desaparecido, no podemos contactar con él y no ha sido visto en su hotel en los últimos días. Antes de disparar alarmas voy a ir a intentar localizarle con la ayuda de nuestros contactos. Comprenderás que no es la ocasión adecuada para que vengas. Podemos organizarlo para dentro de un tiempo. Mientras tanto deberías aclarar tus ideas y sería recomendable que llamases a tu supervisora y tuvieses una charla con ella.
Estuve de acuerdo con mi padre. Me dijo que lamentaba no poder demorarse más tiempo y tener que viajar esa misma noche.
Escuché cómo preparaba sus cosas con ayuda de DIP. Sentía expectación ante la marcha de mi padre, lo que me resultaba extraño pues estaba acostumbrado a sus frecuentes viajes. Al anochecer se acercó de nuevo a mi cuarto a despedirse. Fue una breve conversación, yo intentaba ocultar la premura que sentía de que se fuera. Asentía mecánicamente a sus consejos cariñosos, mostrando una indiferencia que intentaba ocultar un tumulto contradictorio de sentimientos.
Cuando salió de casa no sentí el alivio que esperaba, al contrario, me sentí abandonado. Excitado fui a buscar un poco de hierba que le había pedido a Fabián. Me relajé, pero no me ayudó a pensar con claridad. Repasaba la entrevista con el Sr. Gardner y el pánico se apoderaba de mí, temía las consecuencias de mis actos. Quise dormir, pensarlo mañana, pero no podía conciliar el sueño. Me asustaba el amanecer, afrontar el nuevo día. Buscaba el consuelo de la noche, pero tampoco lo encontraba. Pasaban las horas sin saber con certeza si soñaba o deliraba situaciones en las que una multitud invisible y omnipresente me acusaba de forma unánime de traición y buscaba mi escarnio. Ahogado en angustia, terminó por caer sobre mí la oscuridad deseada y el olvido.
SINOPSIS
Alan es un adolescente nacido en “la sociedad del contrato”, una organización social creada por una multinacional tecnológica para sus trabajadores. Al cumplir la mayoría de edad tiene que firmar su propio contrato, pero se mantiene indeciso. Su padre, regresa de uno de sus viajes con un colega enfermo y una misteriosa mujer de la “sociedad libre”, sociedades que no están regidas por el contrato. La mujer es sospechosa de espionaje y expulsada, pero Alan y ella han establecido una relación y le invita a marcharse con ella. Alan decide seguirla y descubrir cómo se vive en las “sociedades libres”.
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