DESCUBREN MANUSCRITOS DE ALEXANDRA FUNKE

La afamada diseñadora y poeta escondió en un cofre cuadernos con dibujos, notas y diseños.

Ciudad de México. Los tres hijos de Alexandra Funke encontraron en un compartimiento secreto un cofre de madera lleno de anotaciones, dibujos y diseños datados de la época de la niñez y temprana adolescencia de la fallecida poeta.

Sus hijos buscaban pertenencias para donar a la organización Luz para los Niños, perteneciente a la media hermana de Funke, la CEO Liliana Funke. “Nunca habíamos visto este cofre, ella no solía guardarnos secretos” comentó André Funke, su hijo menor.

Funke, quien falleció en el 2073 a la edad de 85 años en su residencia en Buenos Aires, diseñó muebles y accesorios de moda junto a Carolina Herrera, Nike y demás firmas antes de dedicarse a escribir poesías y cuentos cortos cuando nació su hijo menor, en el año 2024. Muchos de sus cuentos fueron llevados al cine, tales como “La luz que muere” y “Amor violeta”.

“Son bastante tétricos(los dibujos), no parecen hechos por mi madre, siempre la conocimos como una mujer optimista y alegre” comentó Marco, su hijo mayor. “Carol piensa hacer una biografía de ella y agradecerá muchísimo esto. No sabemos mucho de su niñez ni la de papá. Tal vez esto nos ayude a aclarar preguntas.”

Carol Funke aseguró en una entrevista que estaba cerca de terminar el borrador de la biografía, y que el cofre será la clave para responder preguntas sobre la infancia de la diseñadora. “Debo ofrecer respuestas, pero tampoco publicaré algo demasiado privado y personal.” Comentó.

1

Alexandra se despertó contenta. El día anterior se había planchado el cabello y había dormido con una toalla a modo de turbante casero que le había hecho su mamá. Ella casi nunca se arreglaba y quería que el cabello se mantuviera liso el mayor tiempo posible. Tuvo mucho cuidado al cepillarse y lavarse la cara, y se retiró la toalla-turbante con toda la delicadeza que pudo. Su cabello caía en elegantes cascadas mientras lo iba soltando de los ganchos, y cuando se quitó toda la toalla, tomó su cepillo nuevo y se peinó sin halarse ni un cabello más de lo necesario.

Miró el resultado final en su espejo. Le gustaba mucho el cambio, aunque no es que hubiera quedado irreconocible, le hacía sentirse distinta y bastante bien. Se acomodó el pelo hacia un lado, y se puso unos zarcillos pequeñitos de oro que le había regalado su abuela.

―¡Qué bonita te ves así, cuando te peinas! ¡Y te pusiste los zarcillos! Deja que te tomo una foto.

Su madre la había sorprendido. No solían tomarse muchas fotos y eso la animó. Su sonrisa fue la respuesta que su mamá esperaba, y la vio irse con el pelo moviéndose alegremente tras ella. El cabello de ambas era idéntico, marrón achocolatado y con ondas suaves, sólo que el de su madre se mantenía mucho tiempo más limpio y peinado gracias a las cremas que se aplicaba.

Se distrajo con un pájaro que chilló muy cerca de la ventana, y escuchó el ‘clic’ de la cámara.

―¡Ma! No estaba viendo.

―No importa vamos, otra.

Puso las manos en sus caderas, como posando, y cuando escuchó el otro clic, se sintió boba.

―Mejor otra.

―Pero si te ves muy bien.

Fingió no quererse tomar otra en el desayuno, pero de todas maneras, posó.

Alexandra se comió cinco empanadas de jamón y tomó avena, mientras veía un cheque que estaba sobre la mesa. Se sorprendió al ver la firma estilizada y fácilmente reconocible de su padre, pero no esperaba verla en un cheque. La F estaba hecha como siempre, muy grande y muy cursiva, pero esta vez terminaba en un pico como de harpón, en vez de la línea corta de siempre. Su madre le quitó el papel de la mano cuando subía la mirada para contar cuántos números había.

―¡Eh, eh!

―¿Qué?

―No chismees.

Bajó las cejas.

―No estoy chismeando, estaba ahí.

Terminó su avena, ya pensando en sus amigos del colegio. ¿Cómo la verían ese día? ¿Qué le dirían? Tal vez Miguel –como siempre- la compararía con su hermana. Hans diría algo sobre la hermana de Miguel –otra vez-, pero comentaría sobre su cambio ¿verdad? Eliana definitivamente diría algo, la compararía a alguna celebridad, quién sabe cuál es la que se le ocurriría… ¿Y si Kevin le decía que le quedaba bien? ¿Y si le decía que se veía bonita?

―Alexandra.

Regresó al presente, se dio cuenta que ya no había avena en su taza de patitos. Su madre la miraba fijamente, mordiéndose el labio apenas un poco. Se veía muy bonita con sus uñas rojas y su maquillaje recatado, pero la intranquilizó su expresión. Era la misma expresión cuando le dijo que su abuela había enfermado.

―Tu papá me escribió.

2

―Deberías comenzar a anotar tu teléfono nuevo, el correo elec… bueno, cuando te abras uno, y esas cosas a todos nosotros. O bueno, ya tienes los de nuestros ¿no?

Alexandra se movió en el banco, sin saber qué decir, y le encogió los hombros a Eliana. Su cabello se cayó graciosamente hacia el frente por el movimiento, y lo acomodó en su sitio como si fuera lo más normal del mundo, fingiendo que no había estado jugando todo el día con sus mechones.

El movimiento la distrajo del comentario incómodo que seguía rondándole en la cabeza. A Miguel le gustas. No joda. ¿Para qué le dijo eso? Ahora no podía pensar en otra cosa. Sintió el pecho muy pesado cuando se acercaron sus demás amigos que habían ido a la cantina a comprar desayuno.

Hans se sentó frente a ella, y dejó frente a Eliana una lata de malta. Alex contuvo una risita, la silla amarillo chillón de la mesa se balanceó peligrosamente por el peso de Hans, no era gordo, pero era muy grande. Miguel puso una mala cara a Hans por una milésima de segundo, y se sentó a su derecha, pues a la izquierda, justo al otro puesto más cercano a ella, se había sentado Kevin.

Detestó sentir tantas cosas al mismo tiempo. Ahora muchos comentarios y acciones de Miguel le parecían evidentes, casi patéticos y lastimeros. Y por el contrario, Kevin no se esforzaba en llamar su atención. Él puso el jugo de naranja entre ambos y le dio un pitillo.

―Gracias.

―Síguenos diciendo, Alex… -exigió Miguel.

―Bueno… ya. Eso. Que me mudaré.

―¿No sabes a dónde?

―Mi mamá dice que no es muy lejos, pero no sé a dónde.

―No vayas a perder el contacto.

Hans rió socarronamente.

―Ni que se fuera a ir del país… existe el internet, Miguel.

―Y el teléfono –añadió Eliana.

―Pero no voy a cambiarme de colegio.

Sus amigos exclamaron un ‘¡Aaah!’ de sorpresa mezclado con alivio.

―¡Eso es otra cosa!

―¿Para qué nos asustas así?

―¡No joda, Alex…!

Kevin por su parte apenas chistó, y le pegó un mordisco monumental a su tequeño.

―No terminaste de decir lo de tus hermanos…

―Ah, es verdad, Hans. Bueno, tengo tres hermanos mayores y dos menores.

―Son muchos…

―Pero no los conozco. Supuestamente voy a vivir con ellos.

―Pensaba que tenías uno solo.

Eliana siempre pensaba que su situación se repetía en todas las personas, y cuando no era así, se sorprendía mucho.

―No, son cinco… Son muchos. Va a ser raro.

―¡Ni tanto! Mira, si tienes un hermano mayor… puedes desconectarle la computadora cuando no ve. Y si es hermana, le mueves las cosas de sitio.

Alex carcajeó, tal vez con más fuerza de la necesaria. Kevin y Miguel compitieron por las mejores maldades que podían hacérsele a una hermana mayor si te fastidiaba.

Terminaron de desayunar, como de costumbre, Kevin y Hans se levantaron a jugar fútbol. Alex ignoró por completo a Miguel y repitió a Eliana sobre lo mucho que le había costado hacerse el rollete –así se llamaba- con la toalla para que el cabello le quedara liso. Miguel no tenía tanta paciencia para aguantarse una charla de niñas sólo porque le gustara una, y terminó por irse a los dos minutos con los demás, preguntando en cuál equipo podía jugar.

―Qué mala eres.

Eliana se había dado cuenta de la jugada, y le sonrió con picardía y cierta maldad.

―No soy mala… ¡es que no sé qué hacer! Es muy incómodo!

―Bueno, pero ahora no vas a tener a nadie con quién hablar ahora.

―¿Por qué?

Eliana señaló al frente. Un chico de chemise azul la saludaba con la mano. Alex se quejó con un gruñido.

―Está bien… ve a besarte con tu… ¡Au!

Eliana le había pellizcado en el brazo.

―¡Cállate, Alex!

―Pero si lo besas ¿cuál es el problema?

―¡Chhhssst!

―¡Chhsssssst! –la imitó con un tono más agudo. Se rieron, y se despidió de su amiga. Casi de inmediato Miguel se sentó a su lado como su reemplazo.

Alex intentó no poner ninguna expresión.

―¿No ibas a jugar?

―No quieren…

―¡Qué malos! ¿Y no trajiste la pelota de nazis hoy?

―Sí.

Miguel sacó de su bolsillo una mugrienta bolita de tela rellena de semillas. Era roja, con un círculo blanco y una cruz negra en el centro. Ellos no tenían ni idea qué eran los nazis y que ese realmente no era su símbolo, pero se sentían grandes llamándola así.

Todo el rato Miguel no hacía más que preguntarle sobre su mudanza, cuándo sería y cuánto tiempo tardaría. Alex sabía que Miguel era un gran amigo, se preocupaba mucho por ella y por Eliana y la gente cercana a él. Era un niño que caía bien a casi todo el mundo, que compensaba su torpeza con comentarios ingeniosos sacados de la manga en el mejor momento, y la distancia física entre ellos le hizo notarlo mucho más.

Era demasiado joven para entenderlo, pero esa idea de sentimiento no correspondido no le incomodaría mientras no pensaba en ello. Porque era sólo una idea, un comentario de Eliana. Lo único que se le ocurría era hacer distancia física, evitar los roces y los abrazos.

―¿Y tu mamá? Esta mañana se veía rara.

Era verdad, esa mañana su madre no la había despedido como siempre. Le palpó en el hombro y se fue después de decirle ‘Ten un buen día’ sin energías. Cuando se volteó Miguel las miraba a ambas, cerrando la boca, pues la había tenido abierta lista para gritar cualquier cosa para saludar a Mamá Caro, como él la llamaba.

―No sé, estaba como preocupada mi m… mi-MI MAMI… ¡Ah! -se le fue la pelota, y agudizó la voz mientras intentaba recuperar el equilibrio en el juego.

La pateó demasiado lejos en el intento, pero no le importó perder. Se volteó, siguiendo la trayectoria de la bola, que un pie atajó… y se lo regresó con malicia. La atrapó con ambas manos antes de que le golpeara en el hombro.

Miguel se reía de la voz de Alex, como siempre que pasaba cuando estaba a punto de perder en algo, pero detuvo su gesto de inmediato y se enserió. Mauricio se acercaba a ellos, con una mano en los bolsillos y una sonrisa idiota que ambos odiaban.

―¿Le sigues diciendo mami a tu mamá? Qué bebé.

―¿Sigues siendo negro?

Miguel echó una risotada por la inesperada ocurrencia y por la cara de Mauricio. Se contuvo como pudo para ver a Alex. Parecía que echaba chispas por los ojos, pero también se veía contrariada y como sorprendida de su propio comentario.

Alex sabía que no estaba bien decir eso, no pudo saborear su corto triunfo. Mauricio pisó con fuerza hacia ella. Sintió miedo y ganas de correr, pero no se lo permitió.

Quedó frente a ella, acercándosele a la cara. Sus ojos marrones estaban entrecerrados y las cejas empinadas hacia abajo. Podía contar cuántas gotas de sudor tenía en la cara, y que le hacía falta cortarse el cabello para mantenerlo como siempre -de medio centímetro de largo-. Ahora se le formaban minúsculos rizos negros pegadísimos a su cuero cabelludo.

Casi pensaría que iba a besarla, si no fuera por cómo la miraba.

―Te voy a romper la boca.

Miguel lo empujó lo suficiente para colocarse entre Alex y él, rompiendo la tensión entre los dos.

Mauricio respondió con un empujón hecho con una sola mano, haciendo que Miguel golpeara a Alex en el hombro y casi se cayera al suelo.

―No estoy hablando contigo. Fuera.

―No vas a pegarle. Cobarde.

Miguel temblaba por la rabia y el miedo. Mauricio simplemente le mostró el dedo, y se fue, dejándolos a ambos exactamente como quería: molestos.

Alex tuvo ganas de lanzarle la pelota a la cabeza, pero prefirió ocuparse de Miguel.

―¿Estás bien?

―Es un cobarde.

―Ya sé…

Realmente no sabía. Le parecía algo justo que Mauricio le ofreciera una golpiza por haberle hablado así.

―¿Por qué tienes que ser así? No le hubieras dicho nada.

―Bah… -le devolvió la pelota y se sentaron, sin ganas de jugar ya. –Si te reíste.

“Y no soy tú” pensó, pero no tenía corazón para decirle eso a su amigo. Él se arreglaba los lentes, pero no el cabello, que le había quedado revuelto. Pensó tristemente lo distinto que era él con Kevin. Kevin tenía el cabello igual de liso, pero un poco largo arriba, mientras que Miguel lo tenía como un tazón. Kevin usaba lentes para leer y para jugar béisbol en las competencias, pero no los usaba en los recreos o fuera del salón. En cambio, Miguel no veía nada de lejos sin ellos. Kevin era tan alto como Hans, pero no era grande. Miguel parecía la mitad de alto y de grande que Kevin.

―¡Bah! –dijo imitando su voz, agudizándola de manera insoportable- Bah nada… no debería golpearte.

―Lástima. Yo sí lo puedo golpear a él.

Fingía total despreocupación porque la adrenalina se había desvanecido, realmente tuvo mucho miedo cuando Mauricio se le acercó así. Ella tal vez podría esquivarle un golpe o dos, pero en algún momento se le acabaría la suerte. Mauricio peleaba bastante más seguido que otros niños y tenía práctica rompiendo narices y dejando ojos morados. La experiencia de Alexandra en peleas era empujar a una tal Carolina –tocaya de su madre- en segundo grado.

―Entonces, tienes varios hermanos. ¿Sabes qué más le puedes hacer a uno más grande?

―¿Qué?

―Echarle pega a las gavetas. –Alex se rió- Y a las revistas. –Rió más fuerte- Y los botones de su televisor.

Alex no tenía pensado hacer ninguna de esas cosas a sus hermanos -que no conocía- por ahora. Le gustaba pensar en ellos como niños iguales a ella, algo mayores, algo menores, de gustos parecidos y mamás parecidas. Miguel pareció leerle la mente.

―¿Y cuántas madrastas tienes?

Alex tuvo que contar con los dedos.

―Creo que cuatro.

―¡Uuuf! Muchas.

―¿Qué tiene?

―Ojalá no sean madrastras malas.

―Aunque fueran dos malas, tendré dos buenas. Es como tener profesoras malas y buenas… es como tener dos de música y dos de ciencias.

―Preferiría dos de religión…

Alex golpeó a su amigo en el brazo mientras se reía. La profesora de religión era una pasante que usaba faldas largas, pero ajustadas, al igual que sus camisas, y todos los niños del salón tenían chistes de mal gusto sobre ella. Alex, al tener cercanía con varios niños, tenía el desagradable privilegio de conocerlos.

Sonó la campana, y compitió con Miguel para ver quién llegaba al salón primero.

Ella ganó.

3

La campana sonó por última vez esa semana. En todos los salones se repetía lo mismo: niños desesperados por irse a sus casas, a ver a sus amigos, a salir al parque o al cine. A disfrutar el fin de semana.

Alexandra fue llamada por la profesora justo antes de que se fuera corriendo del salón. Varios murmuraron y rieron, pero Alex dejó de sonreír.

―Te esperamos afuera…

Alex miró a la profesora Escalona, que la evaluaba con los ojos y abría su carpeta amarilla. Era una mujer muy bajita y de rostro cuadrado, pero no era nada adorable. Era muy estricta. Tenía la fama de ser la mejor correctora de disciplina del colegio, y había hecho maravillas con algunos cursos anteriores como profesora guía. Ese año la tuvieron de guía por el último trimestre y las notas mejoraron notablemente, especialmente las de Alexandra y Hans, y demás niños peor portados.

Ya estaba nerviosa, la profesora buscaba algo en su carpeta. Nunca le habían entregado una nota antes de tiempo. ¿Tan mal le había ido?

―Funke, me gustaría sugerirte algo… -dijo, entregándole un examen ya corregido- Tal como estudiaste para este examen, deberías hacerlo para los demás que faltan, las últimas evaluaciones…

Pero Alex no la escuchaba, estaba muda de la alegría. Tenía la máxima nota. Recordaba haber estudiado mucho. Después de que la profesora de ciencias le asegurara que iba a tener que presentar exámenes en vacaciones si no se esforzaba, se había tomado muy en serio el último examen. Subió la mirada dándose cuenta que la profesora le estaba hablando, le devolvía una pequeña sonrisa.

― ¿Me estás oyendo?

― No…

Escalona se rió por la salvaje honestidad de su alumna.

―Tu trabajo de castellano el corte pasado fue brillante, muy adelantado para tu edad. La semana que viene no creo que venga al colegio, por eso me traje esto hoy… Es mejor así, sin nadie por aquí, o si no, todos van a pedirme libros que ni siquiera van a leer.

Alex salió del salón dándole las gracias a Escalona por el regalo. Era un libro de redacción y consejos de escritura. El regalo más útil que había recibido ese año. También, el más importante.

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