Sinopsis:

Es la cuarta vez que despierto agitado, sudoroso y con ganas de nunca más volver a soñar; Son cuatro días seguidos que tengo este maldito sueño recurrente…

Camino por una vereda desierta que me lleva a un bosque de árboles de hojas grises.
Al final del bosque solo hay un borde con un precipicio inmenso y oscuro. Al frente, una choza, la miro muy lejos y no sé como llegar a ella, sin embargo tengo la necesidad de ir allí.
Algo me llama…

I

Es la cuarta vez que despierto agitado, sudoroso y con ganas de nunca más volver a soñar; Son cuatro días seguidos que tengo este maldito sueño recurrente.

Camino sin rumbo por una vereda desierta. Tengo un poco de frío; llevo puesto short y camisa sin mangas, prácticamente en pijama. Estoy descalzo, mis pies hacen tronar algunas hojas secas que dibujan un pequeño sendero que me lleva hasta una desviación. Hay dos opciones: la primera es un camino borroso lleno de neblina y el otro se ve claramente que es un bosque. Decido internarme en el bosque de árboles de hojas grises en donde un viento frío me envuelve. Empiezo a tiritar, pero no detengo mis pasos.

Llego al final del bosque donde solo hay un borde con un precipicio inmenso y oscuro. Al frente veo una choza, la miro muy lejos y no sé cómo llegar a ella, sin embargo, tengo la necesidad de ir allí. Algo me llama.

Regreso al bosque y busco desesperadamente alguna rama larga que me sirva de lanza, así correría, la apoyaría en el suelo y brincaría hasta la otra punta. Ningún árbol es lo suficientemente alto para cortar una rama y hacer la lanza. ¿Qué hago? No se me ocurre otra cosa. Podría crear una cuerda con raíces tiernas de algunas plantas, pero ahora que recuerdo, no sé hacerlo, lo he visto en las películas, pero no conozco el procedimiento. Borro esa idea de mi cabeza y regreso al borde de nuevo.

¡No puedo creer lo que veo! Hay un puente colgante de madera y cuerdas. ¿Será seguro? No importa. Necesito llegar al otro extremo. Me apuro a llegar y de pronto tropiezo y caigo sobre mi pie izquierdo. Ahora, el pie me duele tanto que no lo puedo apoyar para seguir caminando. ¡Ni modo! No sé por qué, pero tengo que llegar al puente. Y así entre brinco y brinco, al fin llego. El puente prácticamente se está desbaratando por lo descuidado y viejo que es. No importa, tengo que llegar al otro extremo.

Necesito ir a esa choza y calentarme un poco. Apoyo mi pie bueno en la primera madera del puente. Cruje como si estuvieran talando el bosque completo.

Con torpeza doy el siguiente paso. Mi mirada se ha puesto borrosa y con una de mis manos me froto los ojos para limpiarlos. ¡Oh, sorpresa! El puente es el doble de largo, ahora me costara mucho más llegar al final.

El viento se vuelve agresivo y logra mover el viejo puente de un lado a otro en un ligero vaivén. Cruje sin cesar y creo que no aguantará mi peso. Tengo que apurarme.

Ni siquiera voy a la mitad y veo que todo se nubla, el cielo se pone negro y el otro extremo del puente prácticamente se ha borrado ante mis ojos. Esto es una alucinación.

No pares, me aconsejo. Continúo entre pequeños pasos apurados, cuidando en cada lugar donde piso y sujetándome de la cuerda. La madera cruje y la cuerda me provoca un cosquilleo en mis manos que se intensifica. Estoy en la mitad del puente, o al menos eso creo.

Entre la neblina veo algunas sombras. No logro adivinar qué es, o qué son. Es algo que se mueve ágil y en diferentes direcciones. Se acerca. ¿Qué son? Vuelan sobre mí. Tienen alas enormes y hacen un gruñido feroz. Son, por lo menos, diez, o más. Se abalanzan sobre mí. Suben y bajan agresivos, me quieren atacar. ¡Apúrate!

Camino rápido y de pronto una vieja madera se rompe y resbalo. Por suerte logré sujetarme de otra madera que parece resistente. Arriba siguen los monstruos alados. Creo que algunos se posaron sobre el puente, pero el movimiento no cesa. No logro verlos bien, solo escucho el ruido. Aunque tengo miedo, sigo sujeto a la madera e intento volver a treparme en el puente.

Necesito llegar al otro extremo.

De pronto unas garras agarran uno de mis brazos. Me levantan rápido y ligero como si fuera una pluma. Es un horrible pájaro, gigante, negro, de ojos rojos y pico en forma de sierra. Miro alrededor y descubro que hay varios igualmente horrorosos que gritan y no dejan de mover sus alas. Creo que es el fin, esta bestia me devorará y moriré sin siquiera saber que hay en aquella choza, ¿y la choza? Ha desaparecido. Sí, este es el fin.

El pajarraco gruñe de nuevo y los otros lo hacen también con mucho ánimo. En ese momento las garras se abren… mi cuerpo cae hacia el precipicio. Y voy bajando en la oscuridad a una velocidad inimaginable. Sé que no sobreviviré…

Despierto. Son las tres de la madruga. Sé exactamente donde estoy. Acostado en mi cama, en mi habitación. Sin embargo, no me puedo mover. Ni hablar. Un sudor frío recorre mi cuerpo. Trato de relajarme poco a poco. La tensión reduce después de unos segundos. ¡Maldito sueño, fue tan real! Agitado, me siento en el borde de la cama. Apenas alcanzo la lámpara que está sobre la cajonera y la enciendo.

— ¿Qué pasa? Apaga la maldita luz…

Escucho a uno de mis compañeros de cuarto que se queja. Ya lo sé, es de madrugada y mañana tenemos examen a las siete. ¡Maldita sea! No podré dormir. Apago la luz. Busco a tientas mi reproductor portátil de música. Un alivio, no dormiré, pero puedo escuchar a mi grupo favorito. ¡Demonios, está descargado!

Otra madrugada de insomnio, a oscuras, en silencio, aburrido.

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