LOS ZUECOS ROJOS DE MARGARITA

LOS ZUECOS ROJOS DE MARGARITA

CAPITULO 1

LLUVIA

12 de septiembre de 2017

Si realmente quieres que te hable de la lluvia tienes que arriesgarte a salir, es ahí, en la intemperie, formando parte de un cuento donde lo relaten, el lugar en el que un chaparrón cobra sentido, acompáñame en busca de una gran borrasca, escucha su trémula melodía y abre la puerta a un manantial de historias, de personas que hacen historias, y de historias que forman parte de la misma historia.

En pocos segundos la lluvia torrencial ha formado pequeños ríos en las aceras, la gente corre como loca tratando de resguardarse bajo los balcones, está empezado a llover confirmando la previsión del tiempo, la noche anterior, todos los canales anunciaban una fuerte borrasca sobre la comarca, mientras no llueve no te imaginas la vida lloviendo, sencillamente miras al cielo y permites que ocurra, a lo sumo, rememoras viejos días de lluvia. Margarita se ahoga corriendo en constante competencia con los riachuelos de agua, lleva unas sandalias que dejan sus pies desnudos y un vestido corto de seda que se pega a sus piernas, es nuevo, después de esta mojadura no volverá a recuperar su textura, una pena, le gusta, tal vez consiga el mismo modelo en otro color, en cualquier caso, qué más da eso ahora.

Tan sólo unas horas antes el día de Margarita había amanecido como cualquier otro, abriendo los ojos se había deslizado con pereza fuera de la cama, lentamente, tras un primer café y una ducha, volvería a ser engullida por la rutina de cada mañana, antes de salir, la fábrica de excusas en su mente diseñaría las disculpas necesarias con las que calmar su desazón ante el desorden de la casa, como siempre, quedaría a la espera de un momento que no llegaba jamás.

La librería está situada en pleno centro de la ciudad, viajar en autobús y apearse dos paradas antes, entrar en el quiosco a saludar a Laura y saborear un té rojo en el café de Alfonso, son más gestos rutinarios en los que acostumbra a abandonarse antes de entrar en la tienda, lo hace así porque la vida hay que caminarla, hay que hacerlo aunque no tenga mucho sentido, nuestra protagonista piensa que es como visitar un parque acuático, cada una de las atracciones es impulsada por corrientes de agua con fuerzas diferentes, ella, hace ya algunos años que decidió subirse cada día al mismo tobogán, por fin conoce sus curvas y es sencillo prever cual es la sorpresa al final del trayecto.

Ha pasado mucho tiempo desde que abrió las puertas del negocio, con poco más de treinta años se había rendido ante la evidencia de que la abogacía nunca le había gustado, es un mundo en el que perder un caso importante es sinónimo de morirse profesionalmente, en realidad, hace mucho que ya no piensa en ello, estos últimos tiempos habían sido los mejores de su vida, los más tranquilos, maquillaban con sutiles tonalidades la sensación de vejez adquirida a través de las duras experiencias grabadas a fuego en su alma. Es por ello que a Margarita le parece haber pasado toda su vida en la librería, se siente a gusto entre sus cuatro paredes llenas de ilusiones sin abrir, en Los zuecos Rojos se ofrece todo tipo de lecturas que pueden transportar al lector a otros mundos, cada página, cada relato, es un encuentro con la ilusión, o con el drama, con suerte una aventura, para Margarita, cada una de las historias, mientras permanecen en sus estanterías, son suyas, le pertenecen porque forman parte de su vida, fuera, en la calle, no hay mucho más que las noches de los viernes con su obligado recorrido por los tugurios de la zona vieja, otra rutina creada alrededor de sus amistades de siempre, un grupo que crecía o disminuía en función de las nuevas relaciones, rupturas y nacimientos. El resto del tiempo, lejos de la tienda, todo consistía en rutina sumada a más rutina.

El tipo de personas que visitan la tienda es muy diferente, están los que entran despacio, tranquilos, parándose en cada libro, acariciando sus solapas y ojeando con expectativas su interior, no siempre compran, a veces tiene la sensación de que simplemente quieren tomarse un respiro, un descanso al lado de un amigo, para ellos había creado un espacio especial al lado de la vitrina del escaparate, un rincón decorado al estilo inglés donde resalta el negro de un sofá de cuero Chesterfiel acompañado de una elegante mesa gris perla, el mismo gris que el papel del zócalo, todo ello, iluminado por la cálida luz de una lámpara. Las literaturas obligadas del colegio suelen ser ventas más fulminantes, los chicos simplemente observan el grosor del libro, las madres el precio, también están los curiosos, los que llevan tiempo decidiendo empezar a leer y que, por alguna razón o por razones mucho mejores nunca llega el momento, le recuerdan al orden en su casa, aquellos que dicen haberse leído todo la fascinan, es tarea imposible, incluso para una librera, y así pasaban los días, año tras año, sin muchas sorpresas.

Sin embargo, en una mañana como la de hoy, la primera luz del día le había traído percepciones diferentes, el ambiente era extraño. El movimiento en su negocio no se había hecho esperar, a escasos minutos de abrir la tienda una extraña pareja había entrado sigilosamente, muy serios y en silencio se habían puesto a pasear por la librería, ella cargada con una cámara de fotos réflex digital, la joven le había parecido una mujer alegre e inquieta que lo observaba todo con curiosidad profesional, él, simplemente la seguía, los ojos hundidos del hombre eran los de una persona cansada, mientras les observaba, Margarita, de pronto, había podido recordar lo que había soñado esa noche, aunque más que un sueño había sido una especie de vivencia en la que su mundo era totalmente diferente, había podido sentir claramente como sus días estaban cargados de inquietudes y responsabilidades que la hacían sentirse feliz, nunca sueña, ni le gustan esas historias de premoniciones con las que fantasean sus amigas, Marga es de las que sencillamente se dedica a dormir plácidamente todas las noches, realmente había sido un sueño extraño.

– ¿Eres Margarita Praga Verdad? –

La pregunta la había traído de golpe a la realidad, la chica de la cámara la había mirado fijamente a los ojos ofreciendo su mano para saludar, ese gesto le había hecho extender la suya de manera inconsciente.

– Sí, soy Margarita.

Entregando una tarjeta con poco interés para Margarita, Ara se había presentado dulcemente.

– Trabajo para la revista De Corazón a Corazón, preparamos un reportaje sobre los locales con más estilo de la ciudad o sobre aquellos que tengan cierta historia, ¡Los Zuecos Rojos es un lugar exquisito! ¡es cálido! me parece perfecta cómo presentación para el primer número – las palabras de Ara le habían parecido impresas con la tinta de la emoción que insinúa estar realizando uno de los primeros trabajos importantes, Pablo, su hermano, también se había presentado tímidamente, más tarde, tras una breve exposición de cómo tratarían el artículo, había afirmado que un reportaje de esa categoría sería publicidad gratuita que daría todavía mayor prestigio al local, Marga no había puesto en duda sus comentarios, pronto se había borrado todo rastro de la antipatía que en un primer momento había visto en sus ojos cansados.

Germán, uno de sus mejores clientes, también había entrado en la tienda esa mañana,

– ¿Por qué estás tan callada?, así, apretando la boca, se te forman arrugas en la comisura de los labios –

Nunca se habría esperado esa actitud en un hombre como Germán, y mucho menos el roce de su mano acariciando su cara, todavía mantiene la sensación de rechazo que se va limpiando con la lluvia mientras corre en dirección hacia su destino. Germán, tan sorprendido como Margarita, había salido velozmente de la tienda con los hombros caídos, Margarita, atenta, había observado la forma en que miró a los fotógrafos.

Y es así, entre pequeños detalles cotidianos, cuando se entregan y reciben viejas lluvias renovadoras. En la vida de Margarita últimamente no ocurría nunca nada especial, sin embargo hoy todo había sido diferente, se sentía diferente, esas sensaciones podrían definirse como la de haber cambiado el tapiz a un decorado, la sesión de fotografía no había durado mucho, Ara había realizado su trabajo con pulcritud y seguridad, Margarita la había visto moverse de un lado a otro respetando el lugar que correspondía a cada objeto, había observado sus movimientos, irradiaban una luz especial mientras la máquina perpetuaba un momento, más tarde ,se habían despedido lentamente entre las estanterías de la sección de filosofía, Margarita, embargada por extrañas sensaciones, les había visto alejarse a través del escaparate, juntos, compañeros, caminando en silencio hacia el café de Alfonso, Ara, cargando con su cámara, Pablo, con las manos en los bolsillos. El teléfono fijo nunca se usaba, un tono agudo la había sorprendido en medio de no entendía qué extraño presentimiento, deslizándose lentamente se había acercado con calma, el frío del aparato erizó su piel, las palabras que llegaban a través de aquel antiguo teléfono comprado en París erizaron su alma, la cara de Margarita se había ido transformado en un pergamino blanco que insinuaba historias del pasado, fue en ese tiempo cuando se había precipitado hacia la calle, fue en ese preciso instante cuando un aguacero comenzó a caer en la ciudad, ese tipo de aguaceros que no permiten pensar, ese tipo de chaparrones que encienden un momento y que ya no dan la oportunidad de volver atrás, la llamada era del director del antiguo colegio del barrio, le pedía que acudiese enseguida, su hijo había sufrido un pequeño accidente.

Al niño le empujó un compañero dos cursos mayor, las obras del patio sin terminar hacían de aquel espacio protector para los niños un lugar momentáneamente peligroso. En la caída se rasgó el pantalón y la sangre empezó a brotar.

– Ya está tranquilo -, le explica el director nervioso mientras la acompaña por el pasillo hacia su despacho, – estamos encantados de conocerla Margarita, suelo comprar en su librería y me agrada mucho que su hijo haya empezado las clases con nosotros -. Y Allí está David, tras el cristal, con su pantalón roto empapado en sangre y la camiseta celeste del celta que le queda demasiado grande, a su lado, la mochila abandonada en el suelo y una joven profesora preocupada acariciando su mano para tranquilizarlo. El pequeño, al verla llegar, posa sus ojos en ella y se la queda mirando largo rato, Margarita se da cuenta que está asustado y no es por la herida, esos tiernos ojos negros hundidos por el llanto son como los de su padre, no hay duda.

Ha llegado el momento de parar la carrera, le cuesta respirar, los sonidos a su alrededor se convierten en agujas punzantes que atraviesan su cerebro, todo ocurre muy deprisa, y es que, Margarita no tiene hijos.


CAPÍTULO 2

ALFONSO

Atrévete a surcar a través del sendero que la magia de la lluvia nos ofrece, prueba a fundirte entre las melodías de las generosas nubes, si cierras suavemente los ojos recibirás un chaparrón al son de melancólicos violines, recuerda, un aguacero no evitará jamás que te mojes.

Alfonso mira al cielo, está preparando la terraza, se mueve con indiferencia, a paso lento, aletargado en su toque personal ante la vida, hoy también se ha levantado temprano, hay tiempo suficiente antes de que lleguen los primeros clientes de la mañana, atentamente limpia la humedad que la noche ha dejado impregnada en las mesas de plástico, las va situando en el lugar que les corresponde a fuerza de costumbre, cada una con sus cuatro sillas, tarea que hace años realizaba junto a su padre, éste le apuraba a ayudarle con su acostumbrado tono autoritario, su nombre, Antón, es el nombre del café, la fotografía de Antón, con gesto de hombre serio y responsable, todavía cuelga decorando la pared presidiendo las de diferentes celebridades que han pasado por el local en la época de la movida de Vigo, el bar es un lugar común que aun mantiene ese porte regio con diseño de los años ochenta, a las cómodas sillas y mesas de madera las iluminan tres lámparas rojas alineadas encima de la barra, luce también un espejo reflejando las botellas de licor y una cafetera antigua reluciente a causa de la exagerada limpieza diaria de Marta.

Antón fue un hombre sencillo que al quedarse viudo se dedicó en cuerpo y alma al negocio. La adicción a las drogas de su hijo le pasó inadvertida hasta el día que le llamaron del hospital.

Ese día marcaría para siempre el resto de sus vidas, impotente ante la situación y con los ojos hinchados por el llanto, Antón no pudo hacer otra cosa que escuchar atento lo que el doctor de urgencias le decía, habían llegado a tiempo y todavía había esperanzas para Alfonso, – ¡Es muy joven! -, susurró el médico inflando al padre de esperanza, – casi un niño, recibirá todo el apoyo que necesite -. Estos detalles de su vida a Alfonso le resultan tan naturales como salir cada mañana a por mercancía al mercado, indiferente a cada suceso se había acostumbrado a moverse al son que los demás le imponían, aun así, desde ese día en el hospital, no había dejado nunca de trabajar en el bar de su padre.

Marta se acerca cargada de bolsas, impaciente, grita a su marido – ¿por qué pones las mesas de la terraza? ¿acaso no sabes que va a llover? -, sin esperar respuesta, entra furiosa encaminando sus pasos hacia la cocina. Cuando Marta no está en la cocina todo huele diferente, a antiguo y rancio.

A Alfonso no le gusta hablar, nunca le apetece hablar, todo el mundo habla demasiado, con sus cuarenta y ocho años ha servido demasiadas mesas para saber que hablar no soluciona problemas. Su mujer habla demasiado, cuando sale de la cocina va de un lado a otro quejándose, siempre se queja, Alfonso se limita a mirarla mientras asiente, le es indiferente.

A paso lento va tras la barra a preparar el té de Margarita, una hermosa mujer que todas las mañanas llega puntual a la cita con su negocio. Le gusta Margarita, habla poco.

Germán ya está sentado en la misma mesa de siempre, en la esquina, junto a la ventana, Alfonso lleva su café con un bollo ofreciéndole algo más que un desayuno, intercambian unas palabras que les reconfortan a ambos, no se dicen grandes cosas, hablan de política y de fútbol sin pararse más que el tiempo necesario en entregarse un poco de compañía el uno al otro, ese tipo de acompañamiento que pueden regalarse dos desconocidos que se ven cada día, como si de un ritual se tratase, Alfonso, al irse, observa a Germán oteando el escaparate de libros que está enfrente, le gusta imaginarse las vidas de sus clientes fuera del café, para Germán ha ideado un estudio sin forma, donde una chimenea salpica de luces y sombras el lugar donde pasa el resto del día entre los montones de libros que compra en los zuecos rojos de Margarita.

Es tiempo de rebajas y a los clientes habituales se le suman caras nuevas que mañana no podrá recordar, le entretiene el bullicio y el movimiento constante de gente, además, esos días de ajetreo, Marta está contenta y le deja en paz.

Escucha a Marta desde la cocina que le apura a solucionar lo del niño, han llamado de la guardería para avisar que Adrián, su hijo pequeño, una vez más no ha llevado su mochila con las mudas, en la última reunión la directora les dijo enfadada que de seguir así corren el riesgo de perder la plaza.

Con la experiencia que le han otorgado los años, Alfonso observa rápidamente las mesas para asegurarse que todos sus clientes estén servidos, con su peculiar paso se dirige al fondo de la barra hacia el teléfono verde de monedas que ya nadie usa, está en el mismo lugar de siempre, en la esquina, presidiendo el rincón de la prensa y revistas del corazón que Laura renueva cada semana. Tras la barra, sentados ante un aromático café humeante, una pareja charla tranquilamente, la joven analiza las imágenes de una cámara digital, – Pablo ¿estás seguro de esto?, tal vez no salga bien y estemos perdiendo el tiempo -, su acompañante, hombre de eternos ojos hundidos por el cansancio, sonríe sin ganas mientras exclama con una mueca alegre de burla – ¡Ara hermanita, tu siempre tan positiva! -. Mientras tanto, un señor de edad aparentemente muy avanzada ha entrado en la cafetería, con porte erguido camina hacia ellos, parece enfermo aunque mantiene ese aire elegante y educado de la gente de alta sociedad, busca algo que leer entre la prensa del día mientras espera que Alfonso termine su llamada, por su edad puede parecer distraído, sin embargo, Alfonso, con su mirada experta, sabe que lo observa todo disimuladamente, por fin, su hijo mayor responde al otro lado de la línea – ¡Trae la mochila anda, yo me encargo! – replica con voz profunda y seca.

Tras la ventana, la luz del día se oscurece, ha empezado a llover, las gotas de agua chocan con furia contra los cristales formando una fina cortina, Margarita empieza a correr.

SINOPSIS

La lluvia cobra un papel importante como elemento curativo, pequeños ríos de agua atraviesan la ciudad, se llevarán para siempre las emociones perpetuadas a través de un pasado en el que las vidas de diferentes personajes han ido tejiendo una invisible telaraña de emociones, un asesinato en el emblemático Castro de Vigo y un suceso inesperado en la vida de Margarita, despertará un tiempo que ya fue, un tiempo oscuro y dramático.

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