La princesa que necesitaba ser salvada

La princesa que necesitaba ser salvada

¡Alto! Te pido por favor, que no juzgues esta novela por su nombre, como uno de tantos escritos de cuentos de princesas para niños que nos leían nuestras madres o abuelas, porque no es así. Puede ser que al inicio cree confusión, sólo intento de manera sencilla atraer la atención de tu príncipe o princesa inconsciente, si continúas leyendo como hasta ahora, te podrías dar cuenta de ciertas particularidades que has estado realizando, atrayéndolas a tu vida y en tus relaciones de pareja. Si no paras ahora, tu vida podría cambiar.

No pretendo ser sexista, de antemano pido disculpas si lo soy ahora; ya que esta obra refiere específicamente la conducta de muchas mujeres contemporáneas mías. Abordaré al hombre en otra ocasión. Sin embargo, que este proyecto de novela la lean ambos, será un placer para mí. Y que cada uno de ustedes aprecie mi intención de compartirles un conocimiento adquirido en mis estudios como psicóloga y terapeuta. Este “cuento de hadas”, de amor y de desamor está ubicado en la actualidad, en donde la protagonista vive experiencias similares a la de muchas mujeres, hoy en día, pero que han existido en todos los tiempos.

Está historia, específicamente, intenta mostrar el trasfondo psicológico de una programación mental que propició que creáramos constructos de creencias erradas; de cómo los cuentos, las películas de cuentos de historias de amor de princesas, que fueron contada por nuestras abuelas a sus hijas, nuestras madres a nosotros, y nosotros a las nuestras, pudo influir en la forma en que vemos el amor ideal ahora; cómo la mujer debe ser, cómo comportarse y cómo debe verse, para que el hombre la elija como “su” pareja. Qué espera ella del hombre que la eligió, y cómo debería ser la relación “ideal” para “vivir felices para siempre”.

Sin duda cada una de nosotras tenía su princesa preferida, historias con las que crecimos y que nos fueron contadas, proyectadas una y otra vez, por medio de películas y dibujos animados; en las que pareciera que sus personajes mujeres, tenían que ser: sumisas, sometidas a los abusos a las que eran impuestas por algún ser malvado. Huérfanas que vivían en desgracia, para después encontrar el amor ideal y la felicidad a través de un joven y valiente caballero, que resultaría ser un príncipe, quién a pesar de solamente una o dos veces haber puesto sus ojos a la doncella, quedaría prendado de la belleza física y de las virtudes de la bendecida dama, enamorándose a primera vista de ella.

En aquellas historias los príncipes siempre eran defensores, capaces de dar la vida misma por aquellas damiselas, salvándoles de cualquier des venturanza que tuvieran. Hombres nobles que demostrarían la fe de su amor casándose con ellas en una esplendorosa fiesta, y a las que llevarían a vivir a un majestuoso castillo, en las que “fueron felices para siempre”.

Ahora, abordemos un poco el tema del “síndrome del príncipe azul” para entender porque mi interés en este tema. Las mujeres desde que tenemos uso de razón, soñamos con el hombre “perfecto”: guapo, inteligente, rico, bondadoso, generoso compasivo, cortés, fiel, leal, con sentido del humor, amoroso, etc. Que nos defienda como un príncipe, y arrebate con su lanza en mano de todo aquello que pudiera lastimarnos; salvador protagónico que nos rescate de las garras de la vida tan miserable y desesperanzada que nos tocó vivir; en la que fuimos presa del desamor y el maltrato de nuestros padres y hermanos. Sujeto que, embelesado ante nuestra belleza, quede perdidamente enamorado de nosotras desde el primero momento en que su mirada se posó en la nuestra; eligiéndonos entre todas las mujeres, dignificando nuestra postura ante la sociedad, culminando como prueba de fe de que nos ama, en matrimonio. Él nos proveerá y llevará a un hermoso castillo que pagará con sus propios recursos, derivado de su trabajo: porque “las labores profesionales” son para ellos. A nosotras corresponde hacernos cargo de los hijos; en una palabra: tener virtud y entrega para las labores propias del hogar.

El sueño del príncipe inicia desde nuestra infancia cuando la niña o niño vive en la edad de la fantasía con el “pensamiento mágico”, creyendo que lo imposible es posible, en el cual su universo interno es regido por lo que le llama la atención e incita su imaginación; su lógica es diferente al de los adultos, los pequeños creen que los dibujos animados son verdaderos, que los muñecos de peluche tienen vida y sienten. Ven la vida de acuerdo a su conveniencia.

Los niños crecen y conforme pasa esto su creatividad aumenta, dándoles la capacidad de imaginar un sinfín de posibilidades más creativas e inesperadas, por lo que ese mundo de fantasía llega a invadir la realidad. Así, es posible que, si la niña mira un programa de televisión en el cual se está proyectando la historia de una princesa en desgracia la cual es perseguida por una bruja, y salvada solamente por un príncipe, ¡lo creerá!

La niña se programará que eso es real y sí vive una vida de maltrato y desamor, del cual quiere salir. Creerá que esa es la solución, así que pacientemente mientras crece, espera el momento en que su príncipe azul aparezca para ser rescatada.

Por lo que es mi deseo que esta novela cambie la creencia del hombre, la mujer y el amor “ideal”, que las mujeres también podemos salvarnos solas, que los hombres no son responsables de nuestra felicidad, que a veces los finales son diferentes, que las princesas también pueden convertirse en brujas, los príncipes en ogros y en sapos, y aun así tener un final feliz.

Esta novela inicia con la conocida frase, con las cuales empiezan las historias de amor de princesas de cuentos de hadas, los personajes principales seguirán siendo los mismos. Un caballero con todas las virtudes antes mencionadas dispuesto a rescatar a una dama. Una damisela que vive en desgracia, esperando ser salvada.

Entonces nuestra historia inicia así:

Había una vez….

Dentro de un espacio en donde el tiempo es un misterio, solo el silencio y la penumbra son observadores de la vida en metamorfosis que se está gestando en el interior de un vientre materno. Un ser, producto del amor de adolescentes, yace acoplado a un espacio cada día más pequeño, es adormecido por murmullos indescifrables que navegan ahogándose por la húmeda, cálida y segura cámara. Se siente amado y deseado, espera paciente el llamado del momento de nacer.

7 meses antes, Victoria con 16 años de edad, conoció en un parque a Ricardo, un estudiante de medicina quien le lleva cuatro años de edad; sucedió mientras paseaba al hijo de la mujer de su padre, quien era la actual esposa de tres, que había tenido. Su padre, mujeriego, se había casado con Carolina debido a que le llevaba 20 años y la familia de ésta lo había obligado a casarse, porque en ese tiempo estaba mal visto que las mujeres sean madres solteras: la sociedad la rechazaría y el buen nombre de la familia se vería afectado. Ricardo era guapo y varonil, era de familia precaria, pero ese no era obstáculo para mostrarse el amor que se tenían; se las ingeniaban para poder verse a escondidas en el parque, detrás de un gran árbol que no dejaba pasar la luz, permitiendo tener un rincón oscuro, cómplice de su amor. Entre besos y caricias, una tarde Ricardo le pidió la prueba de amor a Victoria, la aprisionó contra el árbol, mientras la convencía, con suaves palabras de lo mucho que la amaba; Ricardo bajo el embrujo de su excitación, se bajó la bragueta, le alzo la falda a Victoria, robándole la virginidad. a partir de entonces Ricardo se escapaba de su casa por las noches para estar con Victoria. Sigilosamente avanzaba unos metros hasta llegar a la puerta trasera de la casa de Victoria, quien, intencionalmente, la dejaba entreabierta. Consecuencia de esos apasionados momentos Victoria quedo embarazada.

Han transcurrido 11 años desde que Keishia abandono el útero de su madre. Ahora no hay silencio, ni penumbra, ya no se siente tan segura y tranquila como antes, ese sentimiento de paz que la embriagaba se ha ido.En vez de murmullos adormecedores, se escucha el eco de voces gritándose, como una competencia para ver quien gritaba más fuerte. Un sonido seco le advierte que alguien recibió un golpe. ¿Quién será? Papá o mamá se pregunta, respiró profundamente mientras corría apresuradamente hacia donde había escuchado el impacto.

Preocupada por sus padres y a sabiendas de lo que, con seguridad encontraría, se asomó temerosa por la puerta de la entrada que da a la cocina; los platos se encuentran tirados y rotos. De lo que fue la cena solo quedaban restos de frijoles esparcidos sobre la mesa. En el piso, el resto de la vajilla hecha añicos, se confundía con lo que, momentos antes fue comida.

Keishia miro a sus padres, forcejando sobre el piso, su madre tenía la bata levantada; una de varias, que viejas y descoloridas, aun usaba en verano, por frescas y ligeras. Mostraba su pantaleta negra de pierna alta tipo faja, que estaba de moda entre las mujeres por que les metía la panza.

La parte alta de la bata de su madre estaba rota, sin botones, producto del forcejeo feroz con su padre. Su madre mostraba uno de sus enrojecidos senos. Keishia, recordó que su madrina quien era dueña del café de la esquina de la cuadra, (en donde Keishia trabajaba lavando trastes todos los días y servían los mejores chocolates con churros de la colonia, los cuales disfrutaba al final de su jornada como compensación por su trabajo), había perdido sus senos al haber sido golpeada tan salvajemente por su esposo como a su madre le estaban haciendo ahora.

También su padre traía la playera rasgada. Ambos progenitores colgados uno de los cabellos del otro, se jaloneaban mientras se observaban con visibles miradas inyectadas de odio. Con la respiración agitada, uno esperaba que el otro fuera el primero en rendirse y soltarse

Su padre como todos los sábados sin faltar, llegaba buscando pleito a su madre, después de haberse ido a emborrachar a una cantina, frustrado de que todos los días de la semana cuando estaba sobrio, la madre de Keishia le gritara a la cara que era poco hombre, bueno para nada, que no podía ni mantener a su familia. Mientras le tiraba algún traste de la cocina.

– ¡Eres una hija de puta!, ¡Ya me tienes hasta la madre!, ¡Hoy si te vas a morir! – Gritaba enfurecido el padre, mientras le estrellaba la cabeza contra el suelo.

El progenitor de Keishia trabajaba en un taller de carpintería bajo el dominio del abuelo, pagándole una miseria de salario; mismo que no alcanzaba para mantener a cuatro hijas de: once, siete, seis y dos años de edad, porque además de que tenía que pedir adelantos para completar la comida diaria, lo despilfarraba con bebidas.Es por eso que los sábados descargaba su frustración con palabras hirientes hacia su mujer, que también se encontraba harta de vivir en la miseria en que estaba; alimentando a sus hijas a base de tostadas embarradas de tomate y queso blanco para sopa espolvoreado, acompañadas de agua, con la cual las hermanas de Keishia jugaban a que sabor tenía, si cola o de refresco natural.

– ¿De qué sabor te toco Elizabeth?, ¿naranjada o sandía? – preguntaba Keishia a su hermana.

-No me toco hoy jugo natural, mami me dio jugo de cola- Respondía la hermana de Keishia. Mientras se echaba la cabeza para atrás, desprendiendo tremenda carcajada.Sofía que había tomado un sorbo del suyo, paladeaba el líquido para reconocer que sabor le había tocado.

Keishia regreso de sus recuerdos, y una idea le pasó por la mente: si pudiera cambiar de familia, ¿Y si esa familia la adoptó?, ¿Y si la partera se confundió y tomó a la niña equivocada? No podía ser que ella no mereciera tener una familia amorosa, que le demostrara su amor y la cuidara.

– ¡Mama!, ¡papá!, ¡dejen de pegarse! – grito desesperadamente Elizabeth, quien había acudido junto con Sofía detrás de Keishia al escuchar el golpe y ver a Keishia correr hacía la cocina.

La voz de Elizabeth, la menor de todas, la regreso a la realidad; aunque muchas veces había visto esa escena, todavía no se acostumbraba por completo a que esos dos seres que amaba, se convirtieran en bestias salvajes, lastimándose el uno al otro.

Keishia las miro compasivamente, deteniéndose en la carita de cada una de ellas, miraba como el llanto les escurría por las mejillas, las cuales se encontraban manchadas con una mezclada de lágrimas y mocos. Los padres de las niñas estaban tan absortos en su enojo, que no se percataban de que eran observados. Parecía que no les importara el sufrimiento que le causaban a sus hijas.

Keishia, tenía montada en su cadera a Mary, la beba de dos años (quien la había levantado del suelo donde gateaba cuando vio que llegaba su padre borracho preocupada, de que se le vaya a caer encima) asustada sin entender que es lo que estaba pasando, lloraba tan fuerte en el oído de Keishia que esta lo asimilo como que estuviera ¡echando tremendos berridos como vaca a punto de ser sacrificada! Keishia la movía con sus brazos, mientras realizaba sonidos con su boca con un “sshhhhhh, ssssshhhhhh” en un intento de tranquilizarla y poderla dormir; pero sus esfuerzos eran inútiles, la niña pareciera que lloraba cada vez más fuerte al grado de que “se iba”; sus ojos los abría quedando saltados. El aire no le pasaba por la nariz, dejaba de respirar, ya empezaban a quedar morados sus labios, cuando Keishia recordó como su mamá le hacía cuando le pasaba eso, la tomó entre sus dos manos, aventándola en el aire para después cacharla, lo hizo nuevamente, una tercera vez.

– ¡Vamos Mary!, ¡respira por favor!,- le gritaba Keishia a la niña desesperada por no ver que la otra “regrese” nuevamente. Mary, inhaló fuertemente ante el miedo del vértigo, volviendo nuevamente a respirar, Keishia la abrazó pegándola a su pecho, mientras le daba ligeros golpes en la espalda.

Elizabeth y Sofía las dos hermanas de Keishia corrieron a auxiliar a sus padres, Sofía le bajaba la bata a su madre en busca de salvar su pudor. Elizabeth por su parte y desesperada, intentaba separar las manos de su padre del cabello de su progenitora para evitar que la lastimaran más.

Las niñas frustradas ante sus inútiles intentos, no paraban de suplicarle a su padre que dejara de golpear a su madre. El ignorando las súplicas se encontraba encima de su madre, asestándole severas bofetadas. Cada golpe que el emitía era tan fuerte y doloroso igual para todas; el llanto y el dolor no solo fue físico sino emocional.

– ¡Por favor papito, ya no le pegues más!, ¿no ves que le duele?, le imploraba Sofía a su padre con palabras a medio entender debido a los sollozos ahogados que no la dejaban hablar.

Elizabeth continuaba con su intento de evitar golpearan a su mamá. Por lo que metía sus pequeñas manos entre el rostro sangriento de la madre y los certeros puñetazos que ahora le proveían.Pretendiendo protegerla, recibía la golpiza que iba dirigida a la cara de su mentora, dando como resultado, un grito de dolor ante el golpe seco sobre la joven mano, debido a la fractura de su muñeca y de tres dedos esguinzados.

Keishia miraba el espectáculo con mucho enojo, un recuerdo le llegó. En otro momento ella hubiera sido la que estuviera en el suelo, su madre la que se hallará jalándole el cabello, como sus hermanitas, con las lágrimas mezcladas entre mocos, sólo habría un ligero cambio, no habría odio en sus ojos, al contrario, miradas suplicando se compadezcan de ella, gritos pidiendo clemencia:

– ¡No mamita linda, por favor, no me golpees más, te lo suplico ¡-.

Sus suplicas no hubieran sido escuchadas, ninguna hermana correría para ayudarla, nadie se atrevería, debido a que todas morían de terror por el miedo de que les tocara a ellas también. Como tantas veces había pasado.

S I N Ó P S I S

Eran los inicios de los años 80’s, Keishia tenía 11 años de edad, era la mayor de seis hijos. Con una madre neurótica que “educaba” por medio de golpes por cualquier excusa, con palabras como: “eres una inútil”, “no sirves para nada”, si no le atendían a tiempo sus constantes exigencias. Con un padre golpeador que se fue de la casa después de haber sido sorprendido por su esposa en un acto de infidelidad. Keishia deja a un lado lo que le quedaba de niñez, para hacerse cargo de la casa, y de ayudar con los hermanos menores, ya que su madre debido a la separación tuvo que buscar trabajo por las tardes-noches en una cantina.

Un domingo, Keishia fue invitada a la fiesta del cumpleaños de la vecinita de enfrente. Para entretener a los niños realizaron la proyección de una película de cuentos de hadas, en la cual una joven se quedó sin padre, sufriendo el maltrato de su madrastra y sus hermanastras, las cuales la obligaban a limpiar la casa y atender sus caprichos. Keishia ya había visto otras películas animadas de princesas, en estas siempre las protagonistas eran huérfanas, maltratadas y sufrían mucho desde muy pequeñas. Pero ésta en especial tenía “algo” que le llamaba la atención, la joven de la animación sufría, y a pesar de eso, siempre era optimista y parecía feliz. Un día apareció en su vida un valiente, rico y guapo príncipe, que la rescato de su triste destino, gracias a una zapatilla de cristal, llevándola a su castillo y convirtiéndola en una princesa.

Keishia se sintió identificada con la joven, y ella sin saberlo, inconscientemente buscaría replicar ese amor, esa vida y ese “felices para siempre” de cuento de hadas en su propia historia de vida. Sólo necesitaba…ser salvada por un príncipe.

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